Penas y olvidos
COMPARTIR
TEMAS
La muletilla común dice a la letra: cuando el túnel se muestra más oscuro y tenebroso, es señal de que ya viene la luz. Reniego de este estribillo machacón que la verdad, nada dice. El túnel sigue igual de oscuro y terrible desde que inició esta maldita pandemia bíblica. No hay luz al final del túnel. Incluso, no sabemos a qué nivel del túnel siniestro vamos caminando. ¿La vacuna? Ha sido, como lo vaticiné, un fiasco. No es cuestión de adivinar con bola de cristal o mazo de naipes a la mano, no; es cuestión de ciencia, prepararse, leer a los científicos serios y cuadrar un puzle. Sólo eso.
Año para olvidar. Pero las penas y el dolor van a seguir. Serán parte de nuestro ser por siempre. Año ingrato, negro, infame el del 2020. Este 2021 pinta igual de siniestro. No hay cambios. Ni va haber mientras nosotros precisamente no cambiemos. Dice la Biblia, la palabra de Dios: “Llamad y se os abrirá”, luego, “Pedid y recibiréis.” ¿Sigue usted creyendo en Dios, si acaso usted es creyente señor lector? Usted lo sabe, en lo personal soy un hombre de fe. Fe rota, pero al fin fe. Sigo aferrado a los clavos del maestro Jesucristo, los cuales lo sujetaron con daño y llanto al madero del Monte Calavera. Mi fe la ancilo en tres motivos: razón, pasión y corazón. No voy a cambiar. Ni quiero hacerlo. Hoy menos que nunca.
Año infame el 2020, plagado de dolor, penas y pérdidas irreparables. Tres jirones de historia para un retrato hablado: el de mi amigo y maestro, el politólogo y promotor cultural Sergio Reséndiz Boone. Murió antes de terminar el año. Grande ha sido mi pesar. Al cruzar palabras de desaliento con el chef internacional, Juan Ramón Cárdenas, éste me platicó la siguiente anécdota. Un día el profesor Reséndiz Boone abordó al chef en el restaurante “El Mesón del Principal”. Atento y caballero como siempre, el maestro le espetó a Juan Ramón que éste debería dedicarse a la política por un motivo claro y certero: era un empresario reconocido y respetado en la localidad. Hombre de trabajo y de ejemplo señero, el maestro le dijo que hombres como él eran los perfiles necesarios para darle lustre a la política. Es decir, accedería a un puesto público, alcalde o diputado, por ejemplo. Luego de cumplir, Juan Ramón regresaría a lo suyo: la empresa.
Buen punto el anterior. Hombre de empuje y trabajo, el profesor Sergio Reséndiz Boone fue de esos hombres los cuales casi se forjaron a sí mismos. “Trabajo. Un hombre que siempre trabajó. Un hombre de mucho trabajo, maestro”, fueron las palabras del joven experto Orlando Naún Rodríguez para definir a Reséndiz, cuando le pedí su opinión de su lamentable muerte. Así lo recuerda el joven maestro y así lo recuerda todo mundo: incansable, eterno promotor de la cultura en todas sus manifestaciones. Buen lector, bueno para convocar a todo mundo a tertulias y eventos. Su presencia se va a extrañar.
ESQUINA-BAJAN
Tercer instantánea. Luego de andar trabajando un año en la ciudad de México y sobre todo, cinco años en Monterrey, quien esto escribe regresó a Saltillo. Me incorporé de tiempo completo a las páginas de varias revistas y diarios, entre ellos, “Espacio 4”, “El Periódico de Saltillo” y claro, VANGUARDIA. Corría el año 2001. O pudo ser el 2002, pero de allí no pasa. Un día el maestro me dijo, me invitaba a almorzar. Acepté gustoso. Aún guardo todas sus palabras en la memoria. Son las siguientes: “Oiga, Cedillo, usted es escritor y periodista y tiene un lugar muy alto y privilegiado por la manera en que escribe. Usted es muy audaz y osado. No deja títere con cabeza. Pero, ¿qué va hacer cuando sea grande, de qué va a vivir? Usted necesita un sueldo fijo, tener su seguro médico, ahorros. Es necesario. Piense en su futuro maestro Cedillo”.
En aquel entonces, como hoy, nunca se me ha dado digamos, “la vida real”. El maestro Sergio Reséndiz me dijo que armara mi expediente y él tenía amigos y contactos para incorporarme a la Secretaría de Educación en el menor tiempo posible. Como siempre, no lo hice. Pero ojo: el maestro ha sido el único ser humano hasta hoy, el cual ha mostrado una preocupación genuina y clara por quien esto escribe: el dotarme de un trabajo “estable” y remunerado; tener Seguro Social, prestaciones, un magro ahorro y todo eso legal. Hoy, esa charla la atesoro en mi memoria y en mi corazón. Sobra decirlo, ya soy viejo y no tengo nada, nada de lo anterior.
De hecho y también, en mi familia hay una historia mía la cual todo mundo cuenta. Varias ocasiones y cuando hay reunión, siempre digo lo mismo desde hace años: ahora qué sea grande, voy a hacer esto… ahora que sea viejo me voy a dedicar a… y así al infinito. Todos reían en su momento. Pero ahora sé que en mi familia me imitan con las anteriores frases. Y claro, creo que usted ya se dio cuenta: soy grande, soy viejo. Tal vez siempre lo he sido. No hay futuro en mi vida: ya lo soy. Y eso me gusta, siempre me ha gustado ser viejo, aunque la gente cuando me ve deambulando en la calle me diga lo mismo: “estás igualito que siempre”.
“Los que son viejos en la comarca sacan una silla al patio y beben ponches color de pus”. Rezan unos versos de Saint-John Perse. No ponche, pero si cerveza. Sigo bebiendo cervezas oscuras en mis tabernas favoritas obligadas. Ya tarde y luego, pido dos o tres vasos de ron. Haciendo eses no pocas ocasiones, marcho a mi residencia. En una ocasión (¿octubre, noviembre del año pasado?), el maestro Sergio Reséndiz me alcanzó en su camioneta. Me dijo de llevarme a mi casa, pero antes, me invitaba una cerveza más. Yo, que nunca digo que no a la próxima copa ni al próximo bar, acepté.
LETRAS MINÚSCULAS
Fue la última vez que le vi… Descanse maestro. Descanse buen amigo y maestro.