Poblar la existencia: la búsqueda de la felicidad
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‘Fluir’, el libro que busca descubrir lo que genera una vida feliz
“Fluir” es un libro escrito por el científico social Mihaly Csikszentmihalyi, en el cual se describen los resultados de varios estudios realizados por el autor, los cuales intentan comprender el origen de la felicidad y descubrir lo que genera en las personas tener una vida feliz.
Sus estudios, entre otros hallazgos, demuestran que el incremento del bienestar material —a unos pocos miles de dólares por encima del nivel de pobreza— no tiene efecto en qué tan felices son las personas; es decir, cuando las personas cuentan con los recursos básicos para vivir dignamente, entonces la felicidad deja de depender del dinero y los bienes materiales.
Mihaly también descubrió que la felicidad se relaciona con las motivaciones intrínsecas que impulsan a las personas a lograr objetivos retadores que exigen altos grados de concentración y esfuerzos que han de estar acorde a sus competencias.
La conquista de estos retos provocan que las personas tengan experiencias que hacen fluir la mente; además, sus estudios revelaron que la felicidad no se relaciona con el resultado de los desafíos, sino con la realización de los mismos. Entonces, “cuando alguien ha optado por una meta y se involucra en ella hasta los límites de su concentración, cualquier cosa que haga le resultará agradable”.
Por otro lado, el filósofo Bertrand Russell, hace muchos años, advirtió que la felicidad es una conquista, por tanto, las personas que se preocupan menos por sí mismas (dejando pensar continuamente en sus errores, miedos, defectos y virtudes), conseguían aumentar su entusiasmo por la vida. Russell descubrió que la gente que se enfocaba a la consecución de proyectos significativos se acercaba a su ideal de la felicidad.
TRAGEDIA
Me temo que miles de veces nos perdemos buscando felicidades inexistentes, olvidando las flores que crecen al lado de nuestro caminar. ¡Qué tragedia! Perdemos tanto tiempo siendo infelices por no tener el valor para ocupar o llenar -a lo profundo, largo y ancho- el lugar que a cada quién nos corresponde en este mundo, el espacio que, desde toda la eternidad, ha sido creado para cada uno de los que hemos tenido el privilegio de nacer.
TIEMPO PERDIDO
Que distraídos andamos al desembolsar tiempo y energía en ver lo que otros tienen, y que pensamos que nos hace falta. Que distanciados caminamos del gozo cuando envidiamos a quien ha forjado fortuna, a ese que tiene una mejor casa o carro, al de más “éxito” profesional, al que lleva a sus hijos a escuelas de más “prestigio”, a quien la vida le ha dotado de belleza física, esbeltez, o salud, a esa persona que goza de “roce” social, y hasta de aquellos que tienen “mejor” pareja.
En fin, la lista de comparaciones es interminable, pero en el fondo de cada compulsa que hacemos habita la envidia y, desde luego, la inconformidad de aceptarnos y valorarnos tal como somos. Lo grave es que así despoblamos de vida y abundancia a la existencia.
SUFRIR SIN MOTIVO
Lo peor del caso es que, al compararnos o juzgar a los demás, vemos lo que queremos ver y oímos lo que deseamos escuchar, pero pocas veces ponemos en esa misma balanza el peso de nuestra propia alma; pues, en rarísimas ocasiones cuestionamos si en verdad estamos cumpliendo con el propósito de nuestra existencia.
Así, al paso del tiempo, llegamos a ignorar los grandes tesoros que poseemos y que ciertamente son la llave que abre la puerta que conduce a la realización personal.
Por estas razones, sufrimos innecesariamente y de paso olvidamos que la vida vale por lo que cada uno es, por el entusiasmo que individualmente le ponemos al oficio que Dios ha puesto en nuestras manos, por el sudor que se encuentra detrás de nuestros anhelos, por el sentido que le damos al sufrimiento que, de tiempo en tiempo, aparece para recordarnos lo profundamente humanos que somos, lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros y lo agradecidos que deberíamos ser.
LO QUE CORRESPONDE
Posiblemente existen millares de móviles por los cuales evitamos ocupar el lugar que nos corresponde en la vida, pero uno por los que andamos verdaderamente encorvados es por insistir en ignorar que en la existencia no hay ni mejores ni peores oficios, ni seres humanos superiores o inferiores a otros, ni posiciones sociales o económicas que sean vergeles para la felicidad.
Perdemos lo que podríamos ganar en nuestro propio lugar al ignorar que simplemente existen buenos o malos “oficiantes”, personas que emprenden su vida en pos de objetivos y retos excelsos y otras que claudican ante las seducciones de la comodidad o de ese mundo que invita a no ser.
Al decir “ocupar el lugar que nos corresponde,” no propongo resignarnos con lo que hoy somos, tampoco hablo de esa complacencia maligna que, a veces, usamos para apaciguar las ganas de existir, ni de esas actitudes en las cuales, en ocasiones, nos marinamos para amordazar los anhelos de ser y madurar.
Más bien, me refiero a buscar, descubrir, vivir, gozar y verdaderamente amar la razón de ser de
nuestra personalísima existencia; de satisfacer plenamente el sentido de nuestra personal vocación, pero sin ambicionar lo que otros son, tienen, hacen o viven.
Lo que digo es que sería conveniente que cada persona nos abracemos con pasión y sin titubeos -con la cabeza, el corazón y las manos- al timón de la vida para navegar alegremente los misteriosos mares que todos los días cruzamos.
Así, los padres de familia lo seamos sin reservas; el esposo(a) que viva sin vacilar el amor incondicional que lo condujo al encuentro de la pareja; el docente, que ilumine su magisterio con las dudas de sus alumnos para buscar la verdad; las y los políticos que sean leales a sus votantes; las cocineras y cocineros, que sazonen con generosidad sus platillos y días; quien cuida el jardín, que haga florecer los jardines; que la juventud mantenga sus ideales, con el alma muy despierta, emprendiendo sus sueños con las manos puestas en el azadón; las personas adultas, que sean testimonio de verdad, fe, congruencia y esperanza; la gente de la tercera edad, e sienta plena de los años vividos y sea generosa para compartir sus vivencias.
RECORRER LA SENDA
Si ocupáramos a plenitud -sin confusiones, ni distracciones- el nicho que nos corresponde, podríamos descubrir el sentido del orden y, de paso, adquiriríamos la conciencia de nuestras posibilidades y limitaciones para ponernos retos desafiantes.
Al seguir este camino podríamos comprender que si aquélla persona es la que vacía, uno es quien debe llenar; si otras personas critican, uno el que debe construir; si otros seres humanos solo buscan ser servidos, uno el que debe saber ser útil. También aprenderíamos que si en la vida se desea abundancia hay que dar abundancia, si acaso se quiere respeto hay que respetar, y si se busca comprensión, primero hay que comprender para luego ser comprendido.
En lugar de desear lo ajeno, o pretender ser lo que no somos, criticar o juzgar, hay que extender ampliamente los brazos para acoger la vida tal como nos llega, para así saciar plenamente nuestro espacio personal, para así luego colmar cada corazón que encontremos por el camino; para eso, primero debemos reconciliarnos con nosotros mismos, comprender que lo que auténticamente vale en la existencia es lo que llevamos por dentro, lo que somos, esa sustancia que nos impulsa establecer ideales excelsos, que nos inspira a descubrir, amar y dar.
Si decidiéramos recorrer esta senda, entenderíamos que el primer vacío que debemos llenar no se encuentra en el exterior, sino es, precisamente, ese que tenemos adentro del alma y que fervientemente anhela retos y proyectos totalmente desafiantes. Si esto supiéramos entonces poblaríamos nuestra existencia de gozo. Entonces tendríamos una permanente primavera en nuestro corazón y en nuestro alrededor.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo
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