Políticos de altura, especie en extinción
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La política se ha degradado tanto en México que cuando un político muere es raro que lo despidamos con reconocimiento, respeto o gratitud. Suelen morir rodeados de sus muy cercanos. De la Madrid y López Portillo, los últimos expresidentes en pasar a mejor vida, así lo prueban. El primero recibió escuetos honores en Palacio Nacional en tiempos de Felipe Calderón. A la familia del segundo le prestaron una capilla de velación en algún campo militar donde fue velado en privado.
A De la Madrid se le recuerda por la crisis económica y las turbulencias electorales de los años ochenta, algunos le reconocen sus esfuerzos de apertura económica y el ingreso de México al GATT. López Portillo cargará con su imagen de frivolidad, “la colina del perro”, “el orgullo de su nepotismo” y la defensa del peso como un perro. Echeverría Álvarez, el más añoso de los expresidentes, sigue entre los vivos; carga y cargará con Tlatelolco y “El Halconazo”. En orden cronológico es el que sigue, aunque en cosas de vida o muerte, uno nunca sabe.
A pesar de que el PRI y la clase política en general han dado y dan motivos sobrados para tenerles poco o ningún afecto, hay que decir que han existido algunos, pocos, que brillaron y dejaron huella por sus actos y buen ejemplo.
La ciudadanía de buena fe, incluso sus adversarios, reconoce a personajes de la talla de Manuel Clouthier, Luis H. Álvarez y Heberto Castillo, gigantes que desde la oposición se jugaron la vida por México. Carlos Castillo Peraza y Carlos Abascal recibieron de los anteriores un camino andado que les permitió entrar al cuadrilátero de las ideas y del debate puro y duro con quienes no compartían sus puntos de vista.
Su firmeza ideológica y congruencia les ganó el respeto y reconocimiento de sus adversarios. Dejaron huella. La clave, creo yo, es la coherencia entre dichos y hechos. Se puede discrepar, debatir y defender convicciones, valores e ideología, pero siempre desde el respeto al otro. Lo cortés no quita lo valiente.
En los tiempos que corren casi no queda para dónde voltear. La mediocridad, el oportunismo y un grosero pragmatismo arrasan y avasallan. Padecemos un ejercicio de la política tan miope y mezquino que difícilmente quedan figuras que podamos admirar y reconocer.
Quedan, es cierto, algunos personajes de talla. Figuras como Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo son reconocidos por su trabajo en pro de la democracia mexicana. En su momento, los tres supieron reconocer, pese a sus diferencias ideológicas, a don Luis y a Castillo Peraza. Muy por el contrario, Vicente Fox está empeñado en demoler y sepultar su triunfo electoral del año 2000, cuando debiera preservarlo.
Motiva estas reflexiones el fallecimiento de un político español de enorme talla: Alfredo Pérez Rubalcaba, exlíder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Deja este mundo, arropado de elogios y respeto, como lo fuera en su momento Adolfo Suárez.
Pérez Rubalcaba no pudo ser presidente del Gobierno, contendió con Rajoy sabiendo que le sería muy difícil ganar en plena crisis económica y con un gobierno socialista. Tuvo el problema de los hombres de su clase: ser inteligentes, honestos y eficientes en el ejercicio del poder, pero carecer de carisma y atractivo que, hoy por hoy, decide las elecciones mediante votos emotivos más que razonados.
Pérez Rubalcaba fue un político de firmes convicciones, claro de ideas, honesto y respetuoso de las personas, la Constitución y la democracia española. Ya para retirarse, decidió permanecer porque sentía la responsabilidad profunda de garantizar el relevo de la monarquía de Juan Carlos a Felipe VI.
No era fanático de la monarquía; pero respetaba el alto costo de la democracia, la Constitución y el papel jugado por la monarquía en esa transición. España es un ejemplo, todos cedieron, pactaron y por ello avanzaron. Han aprendido a darse hasta con la cubeta. Los debates presidenciales y legislativos son durísimos, siempre dentro de los límites constitucionales y democráticos. Zapatero defendió a Aznar, su archiadversario, frente a las críticas de Hugo Chávez. Mariano Rajoy acudió a la capilla ardiente en el Congreso para rendir homenaje a Pérez Rubalcaba: “Fue un hombre de Estado y un adversario digno de respeto y admiración”.
¿Marca Pérez Rubalcaba el fin de una forma de hacer política? ¿Será la despedida de un político eficaz, cabeza del paulatino, doloroso y dramático fin de la ETA? Pérez Rubalcaba fue ministro de la Presidencia con Felipe González en el primer gobierno socialista después de la dictadura, parlamentario que logró aprobar y redactar infinidad de leyes, defendió apasionadamente sus ideas y supo retirarse para regresar a la universidad como maestro de Química. Se despide con el aplauso de todos, partidarios y adversarios.
¿Cuándo volveremos a ser semillero de políticos auténticos que merezcan reconocimiento por sus logros en favor del País, más allá de la mercadotecnia electoral?
@chuyramirezr
Facebook: Chuy Ramírez