Pornografía moral
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El otro día -más bien, la otra noche- vi una película en la tele. No era americana esa película; era canadiense, y lo canadiense tira mitad a lo inglés, mitad a lo francés. Por tal motivo la película que digo era ligeramente pornográfica: porno light.
Las películas que son de plano pornográficas no tienen trama. Los actores y actrices -por llamarlos de alguna manera- van a lo que van. Ni siquiera hay música: el sound track es de jadeos, pujidos, respiraciones agitadas, gritos varios y, si son en inglés, un buen número de yea yeas. (Los Oh my God! están prohibidos por la Comisión Calificadora).
Existe mucha diferencia entre las películas pornográficas y las que no lo son. En las películas que no son pornográficas el director grita al terminar una escena: “¡Corten!”. En las pornográficas dice simplemente: “Ya está. A ver a qué horas se separan”.
La película que vi parece pornográfica, pero en verdad no lo es. Se llama The big swap. Algo así como “El gran cambio”. Ese verbo, swap, cambiar, se usó mucho en los años setentas del pasado siglo, cuando se puso de moda en los suburbios ricos de las grandes ciudades norteamericanas la práctica que se conoció con el nombre de wife swapping. Era un juego sexual que reunía a un grupo de parejas. Después de un rato de conversación alusiva, y luego de tomarse cada quien tres o cuatro drinks para cobrar valor, los maridos hacían el intercambio de sus esposas por medio de un sorteo. Casi siempre la rifa se efectuaba depositando los hombres las llaves de sus automóviles en cualquier recipiente ad hoc. Un sombrero servía bien al caso. Las jóvenes señoras, con los ojos vendados, sacaban cada una un llavero. El dueño de esas llaves adquiría el derecho a pasar la noche con la mujer que le había correspondido. Si una esposa escogía el llavero de su marido aquello no valía: sacaba otro.
La moda, como todas las modas, pasó pronto. Quizá la repentina aparición del sida sirvió para que cada quien se manejara con su propio llavero. Oí decir, no obstante, que el jueguito atravesó el río Bravo, y que en colonias ricas de algunas ciudades mexicanas del norte hubo también rifas de llaveros. Yo me resisto a creer eso. Nosotros, gracias a Dios, nacimos en una sociedad católica, y eso nos libra del pecado.
Pero vayamos a mi película. Un grupo de cinco matrimonios jóvenes, vecinos entre sí en un suburbio para gente acomodada, deciden tener esa experiencia, la del wife swapping. Después de algunas pláticas, y tras fijar reglas elementales -prohibidos los celos y los enamoramientos; prohibido que las parejas se vean después al margen del grupo; prohibido que el marido y la esposa se narren sus respectivas experiencias con la pareja ocasional-, empieza el juego. Alquilan una cabaña grande en medio del bosque, con cinco alcobas y una gran sala común, y llegan todos puntuales a la cita. Inician una conversación picante; beben; bailan música romántica con cambios sucesivos de parejas -para ensayar- y luego... (Continuará).