Pornografía moral (II)
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¿De dónde les vino a esos hombres la idea de intercambiarse a sus esposas? No lo sé. Una de dos: o leyeron la inmoral revista “Hustler” o leyeron la Biblia, que trae también escandalosos ejemplos de pecado. El caso es que un buen día -una buena noche- se juntaron los cinco matrimonios en una cabaña de los bosques e hicieron una rifa para ver quién con quién y cuál con cuál.
El sorteo no se llevó a cabo mediante el usual procedimiento de poner los hombres las llaves de sus respectivos automóviles en un sombrero y escoger cada esposa uno con los ojos vendados. Aquí no se trataba de que las parejas se fueran por su lado. Tenían disponibles cinco alcobas. Escribieron los nombres de los maridos en sendos papelitos y luego cada señora sacó uno. Dos fines de semana al mes harían lo mismo. Sería el suyo una especie de open marriage, matrimonio abierto, pero entre amigos, por aquello de la confianza y la seguridad.
Al principio todo fue bien. La novedad, usted sabe, y la variedad, en la cual está el gusto. Se sentían los diez muy libres, muy modernos. Pero bien pronto el asunto se torció: surgieron ésas que en los seminarios católicos se conocen con el nombre de “amistades particulares”, peligrosas relaciones que pone en peligro el alma, y más el cuerpo. En efecto, a Fulano le gustó Fulanita más que las otras señoras, y mucho más que su misma esposa. Igual sucedió con Menganita, que sintió irresistible inclinación hacia Zutano. Algunas parejas empezaron a tener encuentros secretos por aparte; hubo en las casas escenas violentísimas de celos.
Aquello empezó a desmoronarse. En el curso de uno de los pleitos la señora número 3 le dijo a su marido que él era el peor dotado del elenco, y aquello le provocó al desventurado un episodio de impotencia que -según crónicas- le duró por el resto de su vida, y entiendo que aún después. Una de las parejas huyó de la ciudad dejando atrás cónyuges e hijos. La esposa traicionada se arrojó -con mucho cuidado- por el balcón del piso bajo, y el marido abandonado se entregó al consumo del alcohol. Total, las cosas acabaron mal. Se deshicieron los cinco matrimonios. Mujeres y hombres terminaron solos y en la infelicidad, incluso los enamorados fugitivos, cuyo ardor pasional pronto se apagó. La moraleja es la misma que tiene la película “Atracción fatal”, con Michael Douglas, Ann Archer y Glenn Close: no desearás la mujer de tu prójimo.
Por eso digo que “El gran cambio” es un film de pornografía moral. O de moral pornográfica, es lo mismo. Todo aquel que la vea se convencerá de que la paga del pecado es la muerte, o de perdido un herpes, y practicará de por vida la cristiana virtud de la fidelidad. Merece esta obra cinematográfica, con todo y sus eróticas escenas, sus explícitos desnudos femeninos y masculinos, sus jadeos, pujidos y oh yeas, merece, digo, el premio que otorga “The Catholic Review”, con sede en Boston, a la película más moral del año. Esa presea la han ganado filmes como “Misión blanca” (la historia del Padre Damián y sus leprosos de la isla Molokai) y “El cántico de Bernadette”, con Jennifer Jones, película que cuenta el milagro de Lourdes. Mi voto es para “El gran cambio”, película pornográfica que vale más que cien sermones sobre la castidad y la fidelidad matrimonial.