¿Qué es una victoria para un país? Pocas cosas son peores que celebrar anticipadamente o celebrar victorias huecas
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La Segunda Guerra Mundial empezó con Hitler invadiendo a Polonia el 1 de septiembre de 1939 y terminó el día 2 de septiembre de 1945 cuando Japón se rinde. Se estima que en la guerra murieron alrededor de 70 millones de personas y hubo unos 100 millones de soldados en acción o listos para entrar en acción. Hay distintas versiones sobre cuándo la guerra fue efectivamente ganada por los aliados o incluso cuando es que Francia y Gran Bretaña perdieron la oportunidad de ganarla mucho antes. El historiador inglés Adam Tooze sugiere que la guerra debió haberse acabado en mayo de 1940, cuando Hitler invade Francia, ya que Francia e Inglaterra tenían superioridad en equipamiento, pero simplemente tuvieron muy mal liderazgo, mientras que los alemanes hicieron una apuesta muy arriesgada que les salió bien. Así, Hitler derrota a Francia en seis semanas, su reputación se dispara y con ella su ambición por extender su dominio, lo que lo llevaría a sentirse invencible e invadir a Rusia, que muchos consideran el inicio del fin de Hitler. Es decir, una derrota en Francia terminaba con la guerra, pero es posible que una victoria menos fácil hubiera cambiado el destino de los alemanes en Rusia y en la guerra. También se considera que el destino de la guerra cambió dramáticamente cuando el 7 de diciembre de 1941 Japón ataca a Pearl Harbor y los americanos no tienen otra opción más que sumarse al conflicto.
Sin embargo, la guerra se prolonga hasta 1945, aun cuando ya prácticamente estaba echada la suerte. Así, a fines de 1944 e inicios de enero, se da una de las más sangrientas batallas (la batalla de las Ardenas o battle of the Bulge) en los límites entre Luxemburgo, Bélgica y Alemania, en lo que Churchill llamó “la más grande batalla de los americanos”. Hubo un millón de soldados aliados (la mitad americanos) y se estima que hubo cerca de 200 mil bajas totales en un periodo de seis semanas. Ahí empieza la retirada alemana. En febrero de ese año, los aliados destruyen la ciudad de Dresden y los americanos ganan la batalla de Iwo Jima; el 7 de marzo tropas aliadas cruzan el río Rin; el 29 de marzo cae la última bomba alemana en Gran Bretaña; el 13 de abril los rusos capturan Viena; el 30 de abril Hitler se suicida en su bunker; el 2 de mayo Berlín se rinde frente a los rusos y el 4, 7 y 8 de mayo los alemanes se rinden ante Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia, respectivamente. Así, el 8 de mayo es reconocido como el día de la victoria en Europa (V-E day). Unos meses después, en agosto (el 14, Japón se rinde) y en septiembre (el día 2, Japón firma la rendición formal) vendría el día de la victoria sobre Japón (V-J Day). Esos “días de la victoria” son días que verdaderamente cambiaron el destino de la humanidad. Aun así, Winston Churchill, probablemente el principal cerebro en la victoria contra Hitler, perdió la reelección apenas dos meses más tarde.
Hace 20 años, con Fox, y hace dos con AMLO, se dan dos días que en su momento fueron celebrados por muchos mexicanos como históricos. En ambos casos, se celebró con la esperanza de que nuevos líderes trajeran cambios reales. El 2 de julio de 2000, ya no se celebra. Pasó a la historia como una gran decepción y el sólo nombre o foto de Vicente Fox genera, cuando menos, gestos incómodos. Hace unos días, el Presidente y la 4T festejaban el segundo aniversario de la elección que les dio el poder casi total, como si el haber sido contratado para gobernar fuera no sólo el primer paso sino el objetivo final de su existencia. Nos confundimos entre ser admitidos a la universidad y obtener un diploma. Entre ser escogidos para competir en la carrera y ganarla. Entre calificar a un mundial y pasar del quinto partido. El Presidente corre el riesgo de que la fecha más relevante de su mandato no sea cuando fue electo o cuando tomó posesión, sino cuando se vaya. Celebrar el inicio del maratón en lugar del tiempo récord que se lleva al kilómetro 10 o los buenos prospectos que hay de que se terminará en los primeros lugares, es un ejercicio hueco y hasta ofensivo; no nos damos cuenta de que traemos un zapato desabrochado, que nos tropezamos en el primer kilómetro o que traemos un calambre en la pantorrilla. Es el clásico “jugamos como nunca, pero estamos perdiendo como siempre”, tan socorrido en los mundiales de fútbol. Subamos la mira. No celebremos antes de tiempo y comparemos “victorias” con victorias. Nos urge un verdadero día de la victoria de México, respaldado por resultados tangibles, no sólo promesas o visiones huecas.