Qué fácil es delinquir
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El lamentable homicidio de la maestra Juana Mireya Fernández Martínez durante el desfile conmemorativo de la Revolución Mexicana en pleno centro de Torreón, no sólo causó una profunda conmoción ciudadana, sino que evidenció muchas de las cosas que están mal en la sociedad lagunera: que las heridas dejadas por los oscuros años de violencia aún no cicatrizan; que las autoridades locales tienen un pésimo manejo de situaciones críticas; que los dispositivos de seguridad son altamente vulnerables; que el rumor y la desinformación siguen siendo catalizadores de la psicosis colectiva; que la violencia de género está muy lejos de ser erradicada.
Ese domingo reinó la confusión: el sonido del disparo que acabó con la vida de la docente de 50 años hizo correr a la multitud congregada en torno a la Alameda Zaragoza; la mayoría eran estudiantes que integraban los contingentes partícipes del desfile.
Muchos, en la huida, se refugiaron en negocios, casas e iglesias cercanas, otros se atrincheraron tras los vehículos y quienes quedaron en la vía pública se pusieron pecho tierra. Hace unos años, esas escenas eran habituales. Hoy son poco frecuentes, pero cada vez que ocurre un delito de alto impacto, afloran los recuerdos de aquellos días de zozobra permanente.
Una vez acordonada la escena del crimen y cancelado el desfile revolucionario, un desafortunado tweet de la Dirección de Seguridad Pública de Torreón terminó por crispar los ánimos ciudadanos. En la publicación, que fue borrada momentos después, la policía preventiva aseguraba que tras los “lamentables hechos aislados”, el desfile había concluido “en tranquilidad”. Y es que en un intento por atenuar el fuego de la psicosis colectiva y ante los rumores iniciales de que se trató de una balacera o un ataque indiscriminado contra la multitud, las autoridades se apresuraban, con extrema torpeza, a insistir en que no había nada qué temer, que se trató de un ataque directo en contra de una persona en particular y que nada tenía qué ver con un tema de delincuencia organizada; como si eso le restara gravedad al asunto, como si la integridad de centenares de personas no se hubiera visto comprometida, como si el crimen no fuera, per se, una herida más para una ciudad enferma.
La maestra Mireya se ha convertido, además, en otro rostro de un problema creciente. El feminicidio en nuestro país repuntó 14% durante el tercer trimestre del año. México cerró 2018 con 885 feminicidios y, en lo que va del año, se han reportado 726. La organización Semáforo Delictivo reporta en Coahuila un total de 21 feminicidios cometidos hasta Septiembre, un promedio de 2 por mes. Torreón contaba 3 casos, el último de ellos en Junio, aunque el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reporta 4 durante la primera mitad del año. Ese es uno de los problemas que hay con este delito: no siempre se tipifican como tal y por eso la estadística es variable.
Más allá de que el terrible asesinato de la maestra Mireya fue motivado, aparentemente, por viejas rencillas familiares, asuntos económicos y de herencia, y de se haya conseguido detener, pocas horas después, al hijastro de la docente como presunto autor intelectual del homicidio, este hecho hará que la percepción de inseguridad en la región se incremente considerablemente. Y no es para menos: una persona fue asesinada en el contexto de un acto masivo, de un acto cívico oficial vigilado por todas las corporaciones de seguridad pública, a plena luz del día y en la vía pública. Es decir: el asesinato de la maestra Mireya demostró, una vez más, lo fácil que es delinquir, la simpleza con la que se comete un delito de alto impacto incluso en un entorno multitudinario, lo frágil que es burlar un cerco de vigilancia y escapar como si nada, al menos de momento.
@manuserrato
Manuel Serrato
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