Que florezcan también nuestros corazones
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Es su exquisita fragancia. Es también la delicadeza de sus pétalos; la asombrosa capacidad de multiplicarse en mágicos coloridos. La fuerza del amarillo; la fortaleza del rojo escarlata, la dulzura y melancolía del rosa pálido. Es en las bugambilias el esplendente color fiusha o radiante morado; en las jacarandas, ese lila-azul-morado en cuya tonalidad pocos se ponen de acuerdo. “Hay azules que se caen de morados”, escribió Carlos Pellicer. La suavidad de terciopelo de las rosas; la fragilidad de la flor del geranio que armoniza con el tallo en su tono verde soldado.
¡Cuántos poetas las han inmortalizado! ¡A cuántos han seducido y hecho quebrar en un momento de llanto, en el de plena alegría o en los ratos melancólicos de espera e incertidumbre!
Las flores, las que a nuestro alrededor hacen brillar la vida en un momento fugaz. Las que acompañan en instantes decisivos de dicha o tristeza. De los balcones surgen, diáfanas, sumisas, recibiendo la primera luz de la mañana. Deslumbrantes, la de mediodía en el estío.
Melosas fragancias; aromas penetrantes. Recuerdos lejanos, recuerdos idos, las blancas flores de las iglesias ofrendadas a la Virgen María en los días del mes de Mayo.
La fiesta de las flores en las manos prodigiosas de una poeta saltillense, nuestra querida amiga Susana Mendoza, de siempre entrañable memoria que, con su sencillez característica, con un par de aquellas podía armar rápidamente un Ikebena, de delicioso perfume y precioso trabajo.
En ellas, las flores, inscrita la voz del poeta Netzahualcóyotl: “No acabarán mis flores, /No cesarán mis cantos. /Yo cantor los elevo, /Se reparten, se esparcen. /Aun cuando las flores /Se marchitan y amarillecen, /Serán llevadas allá, /Al interior de la casa/ Del ave de plumas de oro”.
Los botones de las rosas o la extensión del tallo en una planta de lavanda, surgen de entre salvajes matorrales para dar vida y lucir su colorido en medio de la extrañeza de un paisaje árido y triste, “inmensamente gris… inmensamente triste…”, parafraseando al poeta de la intimidad Manuel José Othón.
Parte definitiva de nuestra vida, su alma evoca en nosotros el espíritu de quienes ya no están aquí. Y así, cada vez, al mirarlas nos encontramos en sus ojos; en su sonrisa; en la dulce voz de los días idos.
Robert Desnos, el poeta, dijo, así, a su amada, al momento de ser llevado por las fuerzas alemanas: “En mi ausencia compra flores; te las reembolsaré a mi regreso”. ¡Cuánto dolor y cuán dulce amor en el significado de estas palabras! Y, dentro, la presencia de la frágil flor.
Alguna vez, una periodista norteamericana de nombre Belinda definió a Saltillo con estas hermosas palabras: “La ciudad de la salud y de las flores”. Hoy, por muchas partes podemos toparnos con flores, y es en la Alameda un centro principalísimo donde se conjugan bellísimas tonalidades, enorme variedad. De igual manera, el centro del bulevar Carranza.
Que permanezca ese espíritu en nuestro Saltillo, pues son, hoy por hoy, las flores una parte bella de su paisaje.
Estampas de flores que por todas partes signifiquen alegría, bienestar y esperanza. Esperamos con ansiedad el gran reloj floral que se prepara en el Parque Las Maravillas. Será una realidad que hará todavía más característico el paisaje urbano de Saltillo, que sería muy bueno pudiera encontrar equilibrio con un horizonte bucólico.
Tragedia en México
Como mexicanos, es justo este momento el que demanda de nosotros la solidaridad a la que nos referimos celebrando el mes patrio. La tragedia ha tocado a las puertas de México y está llamándonos para abrirlas y ofrecer nuestro mejor empeño como autoridades, como sociedades. Ojalá y seamos sensibles a la petición de ayuda para aminorar el gran dolor en que se han sumido muchos de nuestros compatriotas y con ello hacer honor a nuestra condición de hermanos nacidos en el mismo País.