¿Qué tan válida es esa dicotomía de liberales versus conservadores?
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Una vez más, Andrés Manuel López Obrador –vestido ahora con una cruza de prócer juarista del siglo 19 pero con la cruz bíblica, en alto, de un fraile evangelizador del siglo 16–, habla y engola la voz no a la Nación, sino a su pueblo elegido: “O somos conservadores o somos liberales. O se está (del lado de) la honestidad y de limpiar a México de la corrupción o se apuesta por que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del empobrecimiento de la mayoría. Es tiempo de definiciones”.
Terminó AMLO su arenga; mientras miraba al horizonte de la posteridad –e imaginaba ver su nombre escrito en letras de oro– y el Mateo 12:30 de las Sagradas Escrituras de 1569 aplaudía: Bien dicho, Andrés: “el que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no coge, derrama”.
AMLO no pretende engañar a nadie. Su obsesión es consistente con su personalidad binaria y dogmática: consumar la 4T “haiga sido como haiga sido”. Un ingrediente básico consiste en agudizar las contradicciones sociales para polarizar al País e “impulsar el movimiento y el cambio de las cosas”, como lo diría Mao Tse-Tung.
¿Qué tan válida es esa dicotomía maniquea y polarizante de liberales versus conservadores? Es demagogia pura.
Por ejemplo, habemos muchos mexicanos que estamos en contra de esa alianza entre altos empresarios y clase política que se repartió el País –a mansalva– durante 38 años; pero queremos un presidente –con altura de estadista inteligente y pragmático– para separar el poder económico del político y establecer, a la vez, una alianza estratégica con ese empresariado para llevar al País a otras alturas.
Habemos muchos mexicanos en contra de la corrupción e impunidad de la clase empresarial y política y necesitamos un presidente con la capacidad de fortalecer el enramado institucional que reduzca a su mínima expresión dichos fenómenos.
Habemos muchos mexicanos que exigimos un presidente preclaro para reinventar estrategias que combatan la inseguridad y la violencia que nos masacran cada día. Un presidente sensible, además, que respete y abrace el dolor de los cientos de miles de víctimas.
Habemos muchos mexicanos que queremos un presidente fuerte y, por tanto, capaz de fortalecer los contrapesos institucionales a su poder para evitar toda tentación de autoritarismo y demagogia.
Habemos muchos mexicanos que queremos un gobierno con una opción preferencial por los pobres; pero no, para hacer de ellos fanáticos de su ejército clientelar, pero no sujetos de su propia historia.
Pero, finalmente, pareciera mandar en su corazón e inteligencia; su obsesión, su resentimiento, su odio, su estatura de miras y su falta de amor por el México de todos que con sudor, lágrimas y sangre hemos construido. Sin falsas o demagógicas dicotomías.