A QUIEN SE HUMILLA, DIOS LO ENSALZA
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El Quijote I, 11
En mitad del bosque, unos cabreros convidan a don Quijote y a Sancho Panza a comer unos tasajos de cabra que al buen escudero, desde que estaban hirviendo al fuego en un caldero, ya le habían abierto el apetito.
Retirados del fuego los tasajos, los cabreros tendieron por el suelo unas pieles de oveja y se sentaron “a la redonda de las pieles seis de ellos, que eran los que en la majada había” y le rogaron “a don Quijote que se sentase sobre un dornajo [artesa pequeña en que se daba de comer a los cerdos] que vuelto del revés le pusieron. Sentóse don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno”.
Su amo le indica a Sancho que se siente, pero éste insiste en mantenerse en pie y alega que mejor le sabe así lo que come que “sentado a par de un emperador”, así como otras razones, que a don Quijote le parece pone de manifiesto su sencillez y humildad y entonces le dice:
“- Con todo eso, te has de sentar; porque A QUIEN SE HUMILLA, DIOS LE ENSALZA”.
Y a continuación narra Cervantes que “asiéndolo por el brazo, lo forzó que junto a él se sentase”.
Grande lección no sólo contra la soberbia, sino también la enseñanza de que la humildad no ha de llegar al extremo de la humillación.
El proverbio está tomado de la parábola que narra el evangelista San Lucas, donde dice: “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 18, 14), refiriéndose al fariseo y al publicano, respectivamente.