Quienes tienen el poder, el micrófono y la pluma, ordinariamente infravaloran la inteligencia del ciudadano
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Javier Alatorre, locutor estrella de TV Azteca, dio la siguiente nota el pasado viernes 17 de abril por la noche: “Como todas las noches, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, encabezó la conferencia sobre el #COVID_19 en México. Pero sus cifras y sus conferencias ya se volvieron irrelevantes. Es más, se lo decimos con todas sus palabras, ya no le haga caso a Hugo López-Gatell”. Seguro Usted se dio cuenta. No cito la fuente, porque en todos los medios escritos del sábado 18 se lo encuentra.
En principio, no se trata de ser como los ratones que siguen hipnotizados al flautista de Hamelín y acaban ahogados en el río, porque eso sería irracional de nuestra parte. La obligación que todos tenemos es la de corroborar los dichos de quien sea. Sea el subsecretario de Salud en el país, el Presidente de la República, el periodista más reconocido, un futbolista importante, una cantante famosa, un comediante sobresaliente o un locutor como Alatorre.
La racionalidad de los ciudadanos es el primer elemento que señala Norberto Bobbio en su libro “El Futuro de la Democracia”, firmado en 1984, para determinar que una democracia debe de estar conformada por individuos racionales. En letras del autor, si no hay tal racionalidad, seguiremos en la incertidumbre democrática. Por eso los altos niveles de decepción, no solamente en este sexenio, sino también en los anteriores, ¿o ya se le olvidó?
Ya Renato Descartes lo había dicho en la Edad Media: “cogito ergo sum”, “pienso, luego existo”, porque es la racionalidad; el pensar, la actividad que nos distingue de todos los seres que conforman la naturaleza. Luego para ser ciudadanos completos, agregara Bobbio, se requiere un alto nivel de responsabilidad, autonomía, conciencia de un destino colectivo que nos haga tomar las mejores decisiones. Dirá, aquí se encuentra el futuro de la democracia.
¿Qué es lo que ésta ocurriendo en este momento? Que quienes tienen el poder, el micrófono y la pluma, ordinariamente infravaloran la inteligencia del ciudadano. Así es, la suya y la mía. ¿Cómo y por qué hacer caso a un comunicador que sugiere desacato a quienes se les ha concedido la responsabilidad de cuidar la salud de la población en general? ¿Por qué tenemos que creer a un periodista –llámese como se llame– que recomienda ir en contra de la autoridad?
El dicho de Alatorre no es solamente una mayúscula irresponsabilidad en el uso de la comunicación, sino que evidencia la idea de “democracia” que él tiene y la empresa a la que representa. Que le quede claro, el locutor, locuta –dice, habla– y hasta ahí. Están para informar, no para tomar posturas. Las posturas las tenemos que tomar los destinatarios del mensaje. El problema es que la fuerza de la costumbre nos ha llevado a creer que un locutor puede hablar de economía, de política, de otras especialidades y, en estos tiempos, de salud.
¿Recuerda que el dueño de Azteca, Ricardo Salinas Pliego, desde el anuncio del distanciamiento social, el 25 de marzo, ya había mostrado su inconformidad al respecto? Por aquellos días dijo: “No moriremos por el coronavirus, pero sí moriremos de hambre”. Por supuesto, dicho por un empresario que según la Revista Forbes tiene la despreciable suma de 11 mil 100 millones de dólares.
En este momento, a diferencia de otros tiempos, usted tiene la información a un “tris”, corrobore. Es simple, compare e investigue si los dichos son correctos. No use filtros de información. No los requiere. Si no es por medios nacionales, ahí están los internacionales. Desde hace un buen tiempo sabemos de la moralidad en la que se encuadran diversos medios de comunicación, ¿o ya se redimieron? Igual pasa con los influencers, blogueros, youtubers y tuiteros que hoy se volvieron visibles. Pareciera ser que hay una franca intención de enturbiar, complicar y dividir a la ciudadanía.
En el caso mencionado, pudiera ser que hubiese una seria crisis de reconocimiento de la autoridad. También se podría argüir a un tema de intereses, qué en tiempos de desgracia se convierten en un atentado en contra del destino colectivo. Eso sería muy grave. Lo otro sería un alto nivel de irresponsabilidad que –como ya lo vimos, volteando la idea de Bobbio– sería una franca actitud antidemocrática. O podrían ser los tres.
Insisto, no se trata de seguir como zombis a quien toca la flauta –porque ya muchas veces– como en el cuento del Flautista, nos han ahogado sin misericordia en el río.
Se trata de cotejar, comparar e investigar los dichos de locutores, periodistas, comediantes, cantantes, futbolistas o miembros del gobierno que de pronto, por imposición, la falta de lógica o por irresponsabilidad, nos resultan imprudentes y desmedidos. Eso sólo nos llevará, como en el final del cuento, a decir malagradecidos: ¿crees que te vamos a pagar 100 monedas de oro por tocar una flauta? Complicando desde la irracionalidad, el futuro de la democracia.