Rosario Piedra
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A finales de los años setenta, en Nuevo León aún estaban frescos los acontecimientos de 1968, así como el movimiento guerrillero. El eco de los desaparecidos estaba presente en la cátedra universitaria de las carreras de Economía y de Ciencias Políticas.
En el primer semestre no olvido la tristeza paralela a una actitud de advertencia del maestro Romeo Madrigal Hinojosa, quien recordaba con nitidez y lágrimas la desaparición y muerte de alumnos de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
La historia va engarzándose con vertiginosos encuentros y desencuentros. Ya desde la escuela preparatoria conocí a personas, un poco mayores que yo, comprometidas con la izquierda. Jóvenes intelectuales que a través de la poesía y la música se manifestaban de manera genuina en los tiempos del movimiento del Frente Popular Tierra y Libertad, en el que devino décadas después la gestación de un partido político.
Estos jóvenes como el activista José Garza Santos “Pepe Charango”, el magnífico escritor y poeta José María Mendiola y la entrañable escritora y feminista Graciela Salazar Reyna (ya fallecidos los tres) se decían marxistas y, aunque no profesaba sus ideas, había un gran respeto de ellos hacia quienes como yo tuviéramos alguna tendencia política que no proviniera del Imperio –como así llamaban a Estados Unidos–, o de la clase explotadora.
Siendo estudiante del cuarto semestre de la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública, conocí a Rosario Piedra Ibarra. Ya me habían hablado de ella amigos de su círculo. En su familia le decían cariñosamente “Muñeca”.
Rosario es una mujer menuda, de amplia formación humanista, entonces ya llevaba consigo la historia familiar que la determinaría también como activista social. En su papel de profesora universitaria llevaba su clase preparada y de manera puntual ante los alumnos.
De inteligencia clara, Rosario nunca habló del tema que abanderaba doña Rosario, su madre, pero por las lecturas que sugería era evidente su admiración por los intelectuales de avanzada en los inicios de los ochenta. Pulcra y con vestimenta de bajo perfil, procuraba llevar con sencillez su belleza, mostrando siempre una sonrisa. Ahora Rosario es una mujer madura. Su aspecto ha cambiado, es una señora con una vida que se lee en su rostro.
Después del San Quintín que representó en el Senado de la República su nombramiento como titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y que provocó la renuncia de cuatro de los 10 integrantes del Consejo Consultivo, me hago algunas preguntas: ¿cuál es la razón por la que la demeritan? ¿El hecho de ser psicóloga? ¿Por su aparente amistad con AMLO?, ¿Por qué no consideran el bagaje profesional de su trayectoria de vida?
Creo en la necesidad de revalorar los derechos humanos. En el mismo Pacto Mundial (Global Compact), que es una plataforma que creó las Naciones Unidas en julio de 2000, se subraya que uno de sus ejes es el de clarificar los avances sobre la observancia de los derechos humanos que tienen las instituciones adheridas a este Pacto, eso es fantástico.
A mi ver se debe dar una oportunidad a Rosario Piedra Ibarra, independientemente de que haya ocupado cargos o no en el Partido Morena, o de que sea una víctima indirecta de la historia. Tal vez se impugnará legalmente su designación, pero ella merece demostrar que puede con la responsabilidad. Inició apenas su periodo de trabajo. Deseo que le vaya bien.