¡Salvemos al poeta!
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“Claustros de mármol donde los héroes, de pie, reposan”. En tal concepto tiene José Martí a las esculturas de los héroes de Cuba, a las que acude “de noche, a la luz del alma” para hablarles de su atribulada patria en guerra por la libertad, y el milagro ocurre: “Abren / los ojos de piedra: mueven / los labios de piedra: tiemblan / las barbas de piedra: lloran: / ¡Vibra la espada en la vaina!”. / Con la espada en alto, “brilla lo mismo que el sol”, listos para la batalla, saltan del zoclo los hombres de mármol.
Saltillo tiene un claustro de mármol que guarda el recuerdo de su gran poeta romántico, Manuel Acuña. En 1897 al inaugurarse la escultura del general Ignacio Zaragoza en la Alameda, su autor, el connotado escultor aguascalentense Jesús F. Contreras, estuvo en Saltillo para supervisar el montaje de la estatua vaciada en bronce, estancia que aprovechó el gobernador Miguel Cárdenas para celebrar con él un contrato de un monumento homenaje al poeta Manuel Acuña, para lo cual se darían varios adelantos y se liquidaría el costo total de 11 mil pesos al instalarse el monumento en Saltillo tres años después. Luego de definirse tres figuras esculpidas en mármol para el monumento, el escultor puso manos a la obra.
Auspiciado por el gobierno de don Porfirio Díaz, México participó en la Exposición Universal de París en 1900 con un enorme pabellón que tenía frisos esculpidos por Contreras, y en el que se exhibieron dos grandes piezas del mismo autor, una de ellas el conjunto escultórico de Manuel Acuña instalado en el patio del pabellón. Contreras recibió uno de los premios de la Exposición Universal por sus obras. A su regreso al País, el “Ángel de Acuña”, como le decían los saltillenses a la escultura, se quedó en la Ciudad de México, pues era deseo del presidente Díaz instalarlo frente al Teatro Nacional, entonces en construcción, y para lo cual en su momento se pediría la cesión de derechos al gobierno de Coahuila. Poco después estalló la Revolución. En los siguientes años, el estado y los coahuilenses hicieron trámites infructuosos para que se devolviera la escultura. No se sabe con exactitud cuando llegó el monumento a Saltillo. Federico Berrueto Ramón dice en sus “Memorias” que don Venustiano Carranza, entonces gobernador de Coahuila, la adquirió en 1912 y que recuerda haberla visto almacenada en el edificio de la Escuela Normal de Coahuila, mientras que don José García Rodríguez dice que el gobernador villista Santiago Ramírez la instaló en la plaza Acuña, pero ninguna de las dos versiones resiste la comprobación. “No sabemos con exactitud cuando llegó el “Ángel” a Saltillo, pero las pistas nos conducen, invariablemente, a dos coahuilenses ilustres: Venustiano Carranza y Gustavo Espinosa Mireles”, dice Arturo Villarreal Reyes en su libro “Saltillo Mágico” con base en que el pedestal de mármol negro –en que se asienta el bello conjunto escultórico– tiene la inscripción “Gobierno Provisional/ mayo 5/ 1916”, fecha en que Carranza era presidente de la República y Espinosa Mireles gobernador de Coahuila.
El monumento al poeta Manuel Acuña tiene un signo viajero. Después de ser exhibido en París, estuvo por varios años en la Ciudad de México, y ya en Saltillo se instaló en la plaza Acuña. Posteriormente se cambió a la alameda Zaragoza y pasó mucho tiempo instalado en un jardín frente al lago República, donde la humedad empezó a corroerle las entrañas. De regreso a su lugar de origen, el medio ambiente, el esmog, la acidez de la lluvia y el guano de las palomas lo desgastan inmisericordemente. El monumento ha pasado más de un siglo a la intemperie. La contaminación daña irreversiblemente esa escultura de inmenso valor artístico y patrimonial para Saltillo y el País entero. El poeta saltillense llora en su claustro de mármol y pide a gritos la atención de las autoridades municipales y estatales. ¡Salvemos al poeta!