¿A santo de qué?
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Ahora que el coronavirus está a punto de borrarnos como especie (¿otra vez? –sólo espero que cuando el verdadero fin del mundo ocurra tenga un soundtrack épico, como el de “28 Days Later”–)… Decía, ahora que el Virus Corona Extra ámbar está por extinguirnos, me pregunto qué ingaos irán a pensar de nosotros los arqueólogos del mañana.
Por una cuestión de autoafirmación, no deberíamos preocuparnos en realidad por el “qué dirán”, pero ya ve que las madres le transmiten a uno esas mortificaciones que nos compelen a hacer o dejar de hacer nomás porque ¿qué van a decir de ti los vecinos, o Diosito que todo lo ve, o –más importante aún– tu tía Antonia?
En fin, supongo que los estudiosos del mañana de la civilización de hoy van a reparar indefectiblemente en nuestras contrariedades:
“Por una parte poseían compleja tecnología, que portaban en artilugios móviles personalizados… aunque por otro lado nunca se les quitó lo pendejos, lo crédulos y lo supersticiosos”.
Tal será dicho en el discurso inaugural tras el hallazgo, restauración y exhibición del Niño Dios Gigante de Zacatecas, aunque la ciencia arqueológica seguirá debatiéndose durante siglos si se trataba de una representación del dios Phil Collins o una ofrenda al supremo Nicolas Cage.
En efecto, a los estudiosos del futuro les asombrará la enorme cantidad de obra de carácter religioso que al día de hoy invade los espacios públicos. Pero mucho más les habrá de sorprender que algunos de estos monumentos fueron decretados y ejecutados con recursos del erario, es decir, por el Estado. Así que pondrán en entredicho la tesis sobre el laicismo de nuestro sistema de gobierno: “Era una monarquía de partido con fuerte sabor ‘mamoteísta’”, concluirán.
Todavía recuerdo cuando el mejor gobernador que ha tenido el PRI, el que mejor define al partido y lo representa, el ínclito profesor Humberto Moreira Valdés, tuvo la intención de colocar un crucifijo monumental forjado en hierro en el Periférico de la capital del Estado de Coahuila, ello en confabulación con la comunidad cristiana (ese culto amorfo y sin lindes definidos del que nadie se responsabiliza, pero mueve la fe por millones y siempre establece provechosos nexos con la política y el poder).
El profe podía entonces hacer y deshacer a su antojo, era prácticamente incuestionable –todo le aplaudían, los mismos que hoy se asustan de los amlovers– y si algo le chiflaba era hacer pendejadas dignas de populachera aclamación.
No sé en qué momento se desistió de tal empresa. ¿Se peleó con los cristianos? ¿Se dio cuenta de que no era conveniente para sus futuras aspiraciones? ¿Se chingó mejor la lana? No lo sé (no me demande, son sólo preguntas).
Imagino que la obra aquella habría de llevar, como todo en aquel sexenio, el prefijo “mega” (como el megadistribuidor y la megadeuda) y el remate del eslogan oficial: la Megacruz de la Gente (o alguna chabacanería por el estilo). Pero el caso es que siempre no y qué bueno (aunque en realidad qué malo, porque al menos así sabríamos dónde están algunos 20 millones de los 36 mil que nos escamotearon en aquella administración).
Por algunas notas me entero recién (tampoco crea que estoy al pendiente de todo) de los avances de un proyecto de Plaza Mirador en el que participan iniciativa privada, Gobierno del Estado y Ayuntamiento de la ciudad designada para esta magna mamarrachada, Monclova.
¿Por qué magna mamarrachada? Porque la obra contará con un imponente crucifijo de 40 metros hecho en acero donado por la siderúrgica que es la razón de ser de Monclova, AHMSA.
Yo no sé si es una manda de los trabajadores de Altos Hornos para ver si con esta ofrenda les hacen el gigantesco milagro de liberar del bote a don Alonso Ancira. Lo que sí sé son tres cosas:
Aunque el crucifijo en cuestión sea donado en su totalidad por la empresa acerera, la participación del gobierno estatal y municipal es sencillamente inadmisible por una cuestión de principios muy elemental, que no creo tener necesidad de explicar (¡el gobierno construyendo altares para objetos de culto y veneración! ¡Por favor, bájenle a la lactancia!)
La colocación de un símbolo religioso y su celebración como logro administrativo es algo tan arcaico como ranchero. Es lo que un gobierno de república bananera coloca en sus espacios públicos a falta de arte verdadero, a falta de atractivos de índole más evolucionados e incluyentes. Presumirlo como “detonante de la economía, del comercio y del turismo” como los anuncia el gobernador Miguel Riquelme, no lo diría un personaje de una farsa política porque le daría pena (pero qué se podría esperar de quien se empeña en tender otro teleférico entre los tinacos).
¡A falta de ciencia, desarrollo, progreso, justicia y cultura, venga la religión! ¡Muy bien! Después de todo tiene sentido, pues la obra viene a sintetizar el devenir de nuestra nación desde la Colonia: Una amplia base social oprimida por una élite que se vale de los símbolos de fe.
El Cristo no tiene ojos láser, ni se mueve a energía solar, ni viene con siete simpáticas frases. No hace nada porque… porque es eso, un Cristo clavado en una Cruz que no sirve ni para regocijo estético, porque el diseño conceptual de la escultura está –en opinión incluso de muchos creyentes– gachísimo. Y falta ver qué reparos le pone Avelina Lésper, pero dudo que le transmita algo.
Obra pública sin sentido, impuesta, monumentos a ideas atávicas que cada vez menos gente comparte. Será útil acaso para evaporar como es costumbre algunos millones, pero todavía más útil para granjearse el beneplácito de los más pusilánimes, timoratos y cerriles, que es donde se encuentra a no dudar la base de votantes del otrora partidazo tricolor.