Se llama madurez
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El más elemental libro de autoayuda, el curso más básico y chafa de superación personal nos dice, desde su primer capítulo o módulo inicial, que la base del desarrollo humano está en tomar el control de la propia vida.
Parece mentira que con demasiada frecuencia tengamos que pagar a un gurú o a un motivador para que nos recuerde algo tan fundamental, pero es cierto: si no asumimos entera responsabilidad de nuestras acciones no podemos pasar al siguiente nivel y nos quedaremos atrapados en una infancia perpetua.
¿Y en qué consiste –¡oh gran chamán columnista!– esta asunción de nuestra personal responsabilidad?
Pues básicamente consiste en dejar de hacerse pendejo uno consigo mismo y aceptar que los demás no tienen la culpa de lo que nos resulte mal, sino que todo es consecuencia de nuestros actos y decisiones.
–¡Gracias, iluminado espíritu de la plana editorial!
–¡Hombre, no hay de qué! En verdad que no hay ningún misterio, ni magia, ni secreto milenario detrás de nada de esto. La lógica y el sentido común nos lo grita desde las primeras experiencias de vida:
“Si obro mal… ¿se me pudrirá el tamal?”.
¡Y zas, culebra! Llámele ley de la atracción, llámele karma, llámele causa y efecto, acción-reacción, llámele con el nombre new age que más le guste y acomode. Lo cierto es que nuestra ubicación y condición actuales son resultado de la suma de nuestras decisiones previas.
Cuando dejamos de culpar a terceros (al perro que se comió la tarea, el profe que no nos quiere, a papá porque no nos dio todo lo que otros hijos tuvieron, mamá porque nunca creyó en nosotros, a Diosito que no escucha nuestras plegarias, etcétera) y aceptamos nuestra realidad sin restarle culpas o sumarle méritos a nuestra participación, entonces y sólo entonces podemos decir que conseguimos madurar.
No hay reglas, ni estándares, ni edad promedio para esto. Hay quienes maduran a una edad increíblemente temprana, jovencitos que nos asombran por su alto sentido de la responsabilidad; lo mismo que labregones que llegan a la edad de la disfunción eréctil echándole la culpa de todo a otros: “Te lo juro, preciosa, que esto nunca me había pasado, pero es que me quedé pensando en esos pobres muchachos del Cruz Azul”.
Y se mueren de viejos, asumiendo que todo lo bueno que ocurrió en el mundo durante su estancia en éste fue por su graciosa intervención; mientras que todo lo aciago, adverso y pinche que les tocó vivir fue obra de los demás.
Podríamos encogernos de hombros y resignarnos con un “cada quién”, de no ser porque los individuos menos conscientes del peso de sus acciones son expertos en repartirla a discreción cuando ya nos les cabe. ¡Imagíneselos sentados en algún cargo de autoridad, por mínimo que sea!
Hace unos días y muy en sintonía con la campaña federal que reza que “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta un chingo” (o algo así), nuestro monarca local, Moreira II se quejaba de la actuación de la prensa en relación a la nefanda e indescriptible tragedia de Allende, Coahuila.
Según entendí, su molestia viene de que los medios callaron en su momento aquel sangriento suceso, en cambio hoy que esta población vive la calma posterior a su hecatombe, los medios no dejan el tema por la paz.
Para empezar, los medios no callaron, estaban amordazados por el crimen organizado, fue el Gobierno el que decidió encubrir y minimizar un genocidio. El mismo Gobierno que don Rubén hoy encabeza. Y dejemos algo en claro: habrá sido otra administración, pero es al día de hoy el mismo régimen, el mismo, plagado de los mismos personajes aún vigentes y que en su momento decidieron ser cómplices con su mutismo.
No, los medios estaban amedrentados, intimidados y, si quiere, acobardados. Fueron objeto de ataques en sus instalaciones y de pérdidas humanas. Pero fue aquel régimen –el actual, de hecho– quien decidió callar, voltear a otro lado y vitorear mejor la ascensión de Humberto Moreira al CEN del PRI.
La coronación de la corrupción y el más cruento exterminio del que se tenga registro y memoria en esta tierra ocurrieron en forma casi simultánea. De ser una película de Coppola, habríamos visto el macabro montaje de ambas escenas en cortes alternados con ominosa música de fondo.
Pero al actual Gobernador le molesta que la prensa “maliciosa” quiera mantener vivo un tema tan viejo y “superado”, sostiene que en cambio debería informarse que en muchos meses no se han registrado más homicidios (lo bueno casi no se cuenta…) y que con obra pública el pasado irá quedando atrás.
Yo lamento informarle un par de cosas: Uno, que mantener vivo el tema de Allende no es una necedad periodística, ni de sus detractores. Es un asunto de consciencia cívica. Es hasta una obligación moral recordar que allí ocurrió una verdadera hecatombe y no callar hasta que el caso quede debidamente solventado por la Justicia y aún después sería oprobioso dejarlo en el olvido.
Y dos, que no puede congratularse –por baja que sea– de la tasa actual de homicidios. En Allende cayó materialmente una bomba atómica y después de un evento de tal magnitud no se celebra que haya cesado el bombardeo.
Honraría y dignificaría a las víctimas reconociendo su número real y presentando un informe exhaustivo y al corriente de las investigaciones, para escrutinio de todos los ciudadanos. No le hace ningún favor a nadie su intención de “dejar el pasado atrás”. La desmemoria es también un crimen.
No, señor Gobernador. La prensa no tiene nada que ver con la percepción del horror de Allende, sino su envergadura y la actuación de un régimen que no hizo en su momento lo que era debido.
Deje de señalar a otros y asuma el papel del “moreirato” en todo esto… con la debida madurez.
petatiux@hotmail.com
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