Seamus Heaney (80 años)
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Lenta, lentamente, tal vez como se hace la luz dentro del ojo, fui apilando libros de poesía de Seamus Heaney (Derry, Irlanda, 1939-2013) en el estante de madera respectivo. Los hojeaba, oteando aquí y allá, como turista ciego en campo de labranza ajeno, pero sin detenerme con morosidad en sus bien medidos versos. Periódicamente volvía a ellos. Fueron pasando los meses o tal vez los años y un día reparé en detalle imperceptible: no era ya uno ni dos, sino seis libros del irlandés Premio Nobel de Literatura (1995) los cuales se acumulaban en la repisa. Un deslumbramiento.
Luego, los leí completos. Anoté cada libro con torpes grafías al margen. Los desmenucé, traté de indagar en sus resortes más ocultos y luego, escribí unas torpes notas de lectura al respecto, las cuales he utilizado periódicamente en mis textos de ensayo y periodismo. Hoy, uno de mis poetas tutelares y de mayor influencia en mi escritura (al igual que J.A. Ramos Sucre y Ramón López Velarde) cumple 80 años de haber nacido. De hecho y para mí, sigue vivo. Sus letras están más vivías que nunca.
En agosto de 2013 y tras una breve enfermedad, de 74 años, el poeta irlandés Seamus Heaney, heredero de dos mundos, hijo de padre campesino y de madre con linaje de origen industrial, había muerto. O tal vez no murió, insisto. Tal vez y sólo tal vez por esta ocasión, no debemos de creer todo lo que se publica en su momento en los diarios cotidianamente. Seamus Heaney urdió el mítico y legendario señuelo de la muerte; sí, ese estadio donde se descansa en santa paz porque el cuerpo ya no da una en este mundo terreno, pero se sigue vivo por siempre. “¿Dónde mora el espíritu? ¿Dentro o fuera/ de las cosas recordadas, cosas hechas, cosas sin hacer?... ”. Rezan sus versos del canto XXII en “Viendo Visiones”, publicado en México para el CNCA y en traducción de una mujer que lo hizo su vida y su copla, Pura López Colomé. ¿Dónde mora el espíritu?, pregunta Heaney; hoy lo sabemos: paradójicamente con su ausencia, su espíritu ha enraizado aún más en sus textos. El académico ibérico Rodolfo Cardona (profesor emérito de español en la Universidad de Boston) ha definido la poesía del irlandés como “mitológica y periodística, dura y ambiciosa, flexible y ligera”. Le creo.
La verdadera poesía ha demostrado que la palabra escrita es más letal que un arma de fuego y que los versos y silabario de un poeta, cuando se escriben con suficiente pasión, víscera, inteligencia, corazón y garra, sobreviven a estatuas y monumentos efímeros. Heaney es el mejor ejemplo de ello. Tal vez por esto y no otra cosa, cuando Seamus Heaney pronunció su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1995, intituló su oratorio como “Certidumbre de la poesía”. Alejado de los cenáculos del poder, Heaney pasó la mayor parte de su vida “encorvado sobre el escritorio, como un monje sobre su prie-dieu, en un acto de contemplación que sirviera de pivote a la comprensión, en un intento por tolerar la porción personal del peso del mundo…” ¡A otro público y lectores con semejante posición personal y reflexión crítica!
ESQUINA-BAJAN
El 11 de diciembre de 1995, ante el Rey Carlos XVI Gustavo de Suecia, en Estocolmo, el poeta irlandés Seamus Heaney, dijo: “La poesía tiene el poder de persuadir de su certeza a la parte vulnerable de nuestra conciencia, y a pesar que las evidencias de incertidumbre la rodean, tiene el poder de recordarnos que somos cazadores de valores. La poesía puede hacer realidad un orden que satisface lo que es apetecible para la inteligencia y aprensible para el afecto”. De lo íntimo, lo privado, de la esfera de la recámara y las aventuras propias de un ser humano “normal”, Heaney, con un tono pulcro y sensible en el manejo de las palabras, ha elevado a categoría universal sus poemas porque precisamente estos hablan de lo que hierve en la condición del ser humano en cualquier etapa de la humanidad: ¡la vida misma!
Como el salmón al remontar las aguas bravas del río, tal vez Heaney empezó a taladrar mis oídos por una coincidencia y afinidad sentimental: como él, estoy más marcado por la ausencia y pérdida irremediable del padre, no tanto por la nostalgia siempre en llanto de la madre. Los textos del irlandés hablan de lo anterior sin falso artificio ni ornamento alguno. Se ha señalado con justa razón entonces, de los motivos y temas frecuentes y preocupantes de la poesía del Nobel: un amor profundo por el pedazo de tierra de la infancia, la infancia como parcela a deletrear, las labores del campo en las cuales se afanaba su padre, el brillo de las papas (patatas para ellos) y su chisporroteo en el aceite frito, el paraíso del surco y la brasa…
Remito al lector para corroborar lo anterior a los textos agrupados en “Norte” y en “La muerte de un naturalista”, sin duda, dos de sus libros más celebrados. La muerte de Seamus Heaney en 2013 fue de sopetón. Pero hoy, de estar vivo (sigue vivo), alargaría su copa por sus ochenta años de existencia. Al leer a Heaney –en las últimas fotografías de él disponibles, se le ve cansado, cabello blanco en rebeldía y sus ojos intensos y bellos donde cabía una madrugada–, no puedo evitar el recordar un verso de otro irlandés, Michael Longley, donde recuerda a “los últimos empleados de un oficio agonizante.” Bibliografía mínima: “Isla de Estaciones.” Ediciones Toledo. 1991. “Viendo Visiones.” CNCA. Cien del Mundo. 1998. “Cadena Humana.” Ediciones del Equilibrista. 2011. “Al buen entendedor. Ensayos escogidos.” Fondo de Cultura Económica. 2006.
LETRAS MINÚSCULAS
Sí, Seamus Heaney pertenece entonces a esa estirpe agonizante en México, la de los hombres garbosos los cuales leen sus textos de pie, la casta de los poetas…