Semana negra
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Un amigo o un familiar realmente mueren cuando dejamos de pensar en ellos. Las ciudades arden, los maleantes acechan en cada esquina, el tableteo de las metralletas han regresado no sólo a Saltillo, Torreón y Monclova, sino a todo México. La metralla no ha regresado, creo equivocarme, no ha regresado: siempre ha estado allí y sólo estaba dormida. Hoy ha despertado de nuevo el México bronco plantando cara a la “república amorosa” del presidente de Morena, Andrés Manuel López Obrador, el cual no, no puede con su encargo. La muerte llega y se presenta sin avisar. La vida es un suspiro. El café se enfría, la piel se arruga, el buen trago se acaba. Morir –todos lo sabemos– es obligado, no es una opción. Desprendernos de un ser amado cuando éste muere, es obligado; no es opcional. Sí, aunque lo amemos mucho. Lo malo de todo esto es lo de siempre: nos creemos eternos y la eternidad dura un soplo, es una voluta de humo en la mano; luego la nada…
La gente se muere y habitan los cementerios dedicados para ello. Pero, un ser humano muere cuando ya no habita jamás nuestro corazón y nuestro pensamiento. Y sucede una cosa paradójica con la mayoría de los buenos escritores: es necesario morir para permanecer. Es el caso de mis autores de cabecera: Francis Scott Fitzgerald, Tomás Eloy Martínez, Ramón López Velarde (a quién releí en esta Semana Santa y no fue santa, sino de ceniza y dolor eternos), Octavio Paz, Ernest Hemingway… Y caray, sucede que uno ya está viejo y por vocación y comodidad anda uno sobre sus pasos ya andados. Sucede que este escritor está ya cansado para aprender nuevas maromas, o bien, aventurarse con nuevas amistades que por lo general se acercan por motivos políticos, jamás por afinidad o camaradería verdadera. No todos, claro. No lo niego, sigue habiendo gente buena en el mundo y al parecer me pierdo de conocerla; pero repito, estoy cansado, muy cansado para involucrarme en procesos sociales que no siempre terminan de la mejor manera.
Por lo anterior esbozado, en este torpe liminar me ha podido sobremanera tanta muerte en esta Semana Santa. No Semana Santa, sino semana negra. Con una cruz de ceniza sobre la frente caminamos toda la semana mayor y la de Pascua. Aún hoy, hay ecos funestos de dos semanas tan violentas como plagadas de muerte y dolor, las cuales nos han dejado con los ojos desorbitados. “Todo es puerta / todo es puente / ahora marchamos a la otra orilla…”. Dice en un verso señero Octavio Paz. Lo leemos, pero nos cuesta harto aprenderlo, deglutirlo y hacerlo nuestro. ¿Qué es la vida? Un puente hacia la muerte. Así de sencillo. Prepararnos hacia la otra orilla, como dice el poeta.
ESQUINA-BAJAN
Y hacia la otra orilla marcharon varios seres humanos admirables, los cuales me rodearon, o bien, son familiares directos de amigos y compañeros de ruta de quien esto escribe. Murió doña Carmelita Aguilar Valdés, madre de mi compañero de armas y amigo aquí en VANGUARDIA, el académico Carlos Gutiérrez Aguilar, y claro, madre también de mi amigo, otro académico, Rodolfo Gutiérrez. Semana Santa plagada de ceniza. Murió Francisco Hernández, padre de mi editor en “Espacio 4”, Gerardo Hernández González. Lagunero él, lo recuerdo menudo de cuerpo, cabello bien peinado y bigote recortado en su sitio. Platiqué con él lo mismo en Torreón o aquí en Saltillo. Lo recuerdo con afecto. Pero, las tragedias no llegaron solas. No sólo en Coahuila sino en todo México. El periodista Ricardo Mendoza me avisó de dos muertes infaustas: la de mi querido maestro, el profesor Juan Francisco Brondo Cepeda (de aquí entonces su firma cuando publicaba sus textos, Bron-Ce. “Bronce”). Sí, padre de mi amigo y compañero de armas de toda la vida, el periodista David Brondo García.
El profesor “Bronce”, por una larga temporada de su vida, iba diariamente a escribir y trabajar a la redacción de “Espacio 4”, de allí entonces que platiqué no pocas veces largo tiempo con él. ¿Sabe usted cuándo lo vi triste? Nunca. ¿Sabe usted cuándo el profesor “Bronce” se quejaba de la vida o de las situaciones y penurias cotidianas? Nunca. Es el ser humano más feliz que he conocido en mi existencia. Pero insisto, las tragedias no llegan solas. A una se anudan, como cuentas de un rosario, siempre una más. A mi hermano David Brondo y a su esposa Nora Mirna Gaona se les murió su pequeño nieto de apenas años. Una tragedia, caray. Las circunstancias los han puesto en un callejón sin salida que nadie quiere afrontar: desprenderse de un ser amado cuando en ocasiones no es opcional sino obligado. Para nuestra desgracia. Y Dios no tiene nada qué ver en esto. Nada.
En Minatitlán, Veracruz, no fue Viernes Santo, sino sólo de dolores. En pleno Viernes Santo se desató el infierno. Vaya, como días antes se había desatado en el bello edificio de Notre Dame en París, Francia. En Francia los rezos no sirvieron de nada. Gente orando y con las manos entrelazadas, sólo fueron momentos para la fotografía de las redes de internet, pero fueron los bomberos quienes apagaron aquel infierno. En Veracruz, un comando armado irrumpió en una fiesta y mató a 14 personas. Incluyendo un bebé. En la semana de Pascua, en menos de 48 horas, dos alcaldes fueron asesinados en México. Maricela Vallejo Orea (Veracruz) y David Otlica Avilés (Michoacán). AMLO no puede. Durante este primer trimestre de 2019 con él ya plenamente al frente del gobierno, los homicidios dolosos se incrementaron 9.6 por ciento más que en el mismo periodo de Enrique Peña Nieto. Esta es nuestra realidad, esto es AMLO y sus claques.
LETRAS MINÚSCULAS
Los hombres realmente mueren cuando dejamos de pensar en ellos, cuando los olvidamos y su nombre ya no acompaña nuestro pálido alfabeto. Este escritor abraza a sus hermanos de ruta arriba nombrados. Así sea.