Ser madre en Coahuila
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El próximo 10 de mayo muchos celebrarán a las madres. En México, ser madre es una figura especial, enaltecida, venerable y casi intocable; son las madrecitas, las “reinas de la casa”.
Pero hay otra cara, la de las mamás que no tienen nada que celebrar. La de las madres que piden justicia por un homicidio o por una desaparición; las que buscan, incansables, entre predios recónditos, entre el desierto; las que van a identificar cuerpos a la morgue, las que realizan caravanas, como Lucy López que busca a su hija Irma desde 2008; las que tienen que embestir la corrupción del sistema de justicia; las que tienen que tragar saliva cada mañana, las que tienen insomnio cada noche, como María Cristina Solís, que suma más de 5 mil noches sin tener un rastro de su hija Adela.
Madres que quedaron viudas por el asesinato del marido: mil 157 hombres que fueron asesinados en Coahuila entre 2010 y 2017, estaban casados, según cifras del Inegi. Seguramente, madres que se convirtieron en padres y madres para sacar adelante a los hijos. En el mismo periodo, 137 mujeres casadas fueron asesinadas en el estado; mamás que probablemente dejaron a un hijo sin ese cariño que sólo ellas pueden dar. Madres que dejaron hijos huérfanos, como Serymar Soto que fue atropellada y asesinada por su prometido en Torreón y dejó un hijo huérfano; o como Elizabeth Maldonado Nabor que un día no regresó a su casa, estuvo desaparecida por días hasta que la hallaron muerta en el municipio de Matamoros. Dejó tres hijos.
También están las madres a las que les mataron un hijo: 659 jóvenes menores de 19 años fueron asesinados entre 2006 y 2017, en Coahuila. Madres que probablemente no saben cómo superar el duelo de no tener a quien se supone se debió enterrar.
Están las madres que se tuvieron que hacer cargo solas de sus hijos porque un día, como si se lo tragara la tierra, al marido lo desaparecieron, como es el caso de Ixchel Mireles, cuyo esposo, Héctor Omar Tapia, fue desaparecido por federales en 2010.
Están las madres y viudas de Pasta de Conchos y todos los demás mineros fallecidos mientras trabajaban en condiciones inseguras.
Están las madres desaparecidas como Liliana Ríos, quien no aparece desde el 7 de octubre de 2017 junto a con su pequeña Laura Valeria, o como Rebeca Cortina que desapareció el 30 de octubre de 2018 y sus tres hijas se preguntan dónde está. Y luego, está el drama de las madres de esas madres.
Están también las niñas que festejarán porque se volvieron madres a los 14, 15, 16 años: Coahuila ocupa los primeros lugares del País en madres adolescentes, 21 de cada 100 madres que dan a luz en el estado tienen menos de 20 años, según datos del Inegi.
Están también las madres que trabajan para sacar adelante a sus familias, a sus hijos, sin importar si tienen que tomar dos o tres camiones para llegar al trabajo, con salarios ínfimos. Son más de 94 mil familias coahuilenses que tienen como jefa de la casa a una mujer, además de 103 mil madres solteras que están a cargo de sus hijos en la entidad, según los últimos datos del Inegi en 2017. En Coahuila hay cuatro veces más madres solteras que padres solteros, según datos del mismo instituto.
¿Cómo se festeja el día de las madres en estas circunstancias?
Ellas, quizá, no acudirán a ningún baile patrocinado por el gobierno, a ningún concierto de algún cantante famoso que irá a la plaza principal a “cantarle a las madres”. Algunas, como las madres que tienen hijos desaparecidos, marcharán para exigir volver a ver a quienes más quieren. Otras recordarán al hijo que ya no está. Otras exprimirán los últimos días de la quincena para sostener a los pequeños. Incansables, si acaso, tendrán un respiro este 10 de mayo.
AL TIRO
El nueve de mayo, mujeres coahuilenses viajarán hasta la Ciudad de México para caminar como hace ya algunos años. Para caminar, protestar, reclamar, exigir, luchar y evidenciar su lucha el 10 de mayo, Día de las Madres; una lucha que lleva años: la de sus hijos desaparecidos.
Recuerdo las primeras reuniones de Fuundec en Torreón, en el Centro de Derechos Humanos Juan Gerardi. Las madres no se conocían, pero todas tenían el mismo dolor: un hijo desaparecido. Recuerdo que Chuy Torres, director entonces del Centro, me invitó a una de esas primeras reuniones en las que las madres, sentadas en círculo, se levantaban y se presentaban: “Soy María Elena, soy Luz Elena… mi hijo se llama Hugo, mi hijo se llama Daniel, tiene un año, tiene dos años desaparecido. Tiene 24, tiene 25 años”. Las edades de sus hijos era también mi edad en ese momento. Yo podía ser uno de ellos. Mi madre podía haber sido una de esas madres sentadas, angustiada.
Un viaje más, un grito más, una consiga más, una suela desgastada más. Otro año y otro reclamo estoico. Otro día de las madres sin nada para celebrar. Mi solidaridad eterna con todas ellas.