Será porque es agosto…
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Últimamente me ha estado danzando la melancolía… a lo mejor por el calor de este verano que ha sido agobiante (que está siendo porque no se ha ido). Es una especie de nostalgia generacional la que de pronto me invade, entonces es casi obligado hacer un alto para revisar el ayer, sopesar el ahora y mirar al futuro. Pasan lista de presente mis recuerdos. Lo primero que me viene a la cabeza es la música, todavía me tocó un poquito de la de los Beatles, el grupo que nació en 1962 y se fue en 1970 cuando se separaron oficialmente. Y luego lo que leí, mi pasión por Taylor Caldwell, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez. Y enseguida el movimiento del 68 que vi y oí desde mi provincia, aquella explosión libertaria estudiantil que llegó desde Europa con la primavera de Praga y de París. Tuve que iniciar la licenciatura en mi tierra, de modo que no viví de cerca los atropellos de Gustavo Díaz Ordaz, yo llegué después a la UNAM. Fueron tiempos en que la interacción entre edades, ideas y clases era bien difícil, me parece que la de hoy se diluye en el terreno de lo confuso, de lo indefinido. Como que todo se ha vuelto más light –perdón por el anglicismo– mi amiga Laurita dice que hoy vivimos en la época del valemadrismo.
¿Valemadrismo? Que estridencia, hubiera dicho mi maestra de español de secundaria… uff… eso está tan lejos. Me explico. Yo creo que mi generación luchó para hacer de este mundo un sitio mejor para vivir, en todo sentido… pero parece que no pudimos. Las guerras están presentes y con armas más destructivas que aniquilan con el índice desde un teclado, sigue habiendo millones que se mueren de hambre y otros sobreviven nomás porque Dios es grande. El medio ambiente ya lo desgraciamos… ¿y sabe qué es lo más triste? que aceptamos sin sonrojo alguno nuestra sordidez. Hemos aprendido a mirar sin ver, de ahí nuestra insolidaridad con el mundo del que somos parte.
Mi generación rayana en los setenta se perdió en la vorágine de la ambición, de esa que no llena con nada, en la que prevalece el Yo, los demás que se las apañen como puedan. El hambre de poder es insaciable, lo vemos reflejado de manera cruda en nuestros gobernantes, cada día más cínicos y despreciables. ¿Qué diantres hicimos con los valores que nos inculcaron en casa? ¿En qué momento los dejamos ir y decidimos que era mejor sin ellos que con ellos? Porque eso debió pasar, lo estamos viendo reflejado en la conducta y actitudes de los jóvenes de hoy… eso lo aprendieron de nosotros, ¿o de quién más? Va al alza la violencia de todo tipo, vuelve a ponerse en boga la ley de la selva, el fuerte se traga al débil. Ya me horroriza ver, escuchar o leer los informativos. Crímenes espantosos, violaciones sexuales de ascendientes a descendientes o entre descendientes, cuerpos descuartizados, adicciones a las drogas… y todo es normal… Hoy sí que la vida no vale nada, no se le guarda respeto alguno. Pertenezco a una generación que empezó a fracasar cuando se permitió dejar de creer en la bondad y en la humildad, cuando tiró al olvido su humanidad y decidió que eso no era más que un incordio. ¿Por qué? Mi generación no abrevó en semejante orfandad, nuestros padres nos educaron en el temor a Dios, sí, aunque suene cursi y pasado de moda, nos formaron con principios sencillos y tan ricos a la vez, como eran el respeto a todo y a todos, la lealtad, la generosidad, la verdad, la honestidad, entre otros. Nuestros padres tenían un optimismo lógico y natural porque el País iba hacia adelante, con mejores oportunidades comparadas con la nada que ellos tuvieron. Hoy lo que abunda es la escasez de oportunidades reales de acceder a mejores niveles de vida.
Hoy proliferan los populismos soberbios y vociferantes. En el “ejercicio” del “arte” del mentir y del simular, los políticos se autoproclaman miembros de la liga de la justicia, “paladines de la defensa del pueblo y la democracia”, modelos de honestidad a ultranza, y así, con ese embozo le ven la cara a los ciudadanos que asqueados, desesperados de lidiar con una realidad que los insulta, buscan a alguien o algo en quién confiar, en quién creer, y al encontrar un mercachifle que les dice lo que quieren oír, se le entregan y se convierten en sus corifeos de planta. Mañana es el Primer Informe de Gobierno del presidente López Obrador. Ya sabemos que México es una tierra de leche y miel… lo dice todos los días y mañana no será la excepción. Y estará más feliz que una lombriz porque abundarán los aplausos, las loas y las reverencias. Bocatto di cardinale para el tlatoani que se trae por dentro y pavonea sin pudor por fuera.