La reseña: Sesgo, de Claudia Berrueto
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Obra ganadora del Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2016, fue una coedición del IMCS y Ediciones sin nombre
Por: Alejandro Pérez Cervantes “Sesgo es un libro que me pidió constantemente que lo habitara, un libro al que obedecí”, afirma Claudia Berrueto en una entrevista reciente. Sin embargo, este volumen de poemas es mucho más que la extrañeza o la iluminación fugitiva que busca ser dicha. Es el eco y la voz persistente irradiada desde el sutil palpitar de las cosas. La voz poética de Claudia es una forma de respiración; su escritura denota un latido natural, sin esfuerzo ni impostación alguna. Las palabras que esta voz desteje son femeninas sin ser militantes: se dilatan con una resonancia a la vez de fuerza y delicadeza. De la misma manera, Sesgo es un libro de despedida y dolor –un dejar atrás– sin ese regodeo exhibicionista que en la poesía mexicana ha enterrado en vida a tantas malas imitadoras de Alejandra Pizarnik. LA RUINA Y LA DESTRUCCIÓN En Sesgo el fulgor del amor es presencia, pero también desolación y ruina: “frente a excavadoras hablamos del amor que nos deshabita palacios vueltos escombro se despeñan por nuestras bocas” La poesía es un censo doliente de la despedida, un saldo de lucidez sin amargura: “Tus ojos drenaban un país verde amé perderlo todo en él” El amor es riesgo y caída, una herida primigenia, una mancha y un abismo pre existente: “Dentro de mí caigo en una excavación que nació [conmigo” A través de un tamiz donde se filtran los resplandores y lecturas de poetas tan dispares como Emily Dickinson, Bonifaz Nuño, Raúl Zurita, Efraín Huerta o Lou Reed, el presente libro es también un diario de las edades, un álbum familiar, un mantra entre la memoria y el devenir: “Y nuestros padres nos midieron los pies con desconsuelo en la mirada” “la niebla matinal se parece a mi padre en esta camilla despertando de la anestesia” Claudia Berrueto es una poeta introspectiva que a su vez devora como en una suerte de panóptico al mundo, múltiples mundos: al igual que en “Polvo doméstico”, su libro ganador del Premio Tijuana en 2009, el universo de lo familiar… “de noche escucho al polvo deslizarse dentro de mi cabeza” “Las hornillas y su fuego de caramelo azul el refrigerador de balada nocturna” O el exterior –ese mundo ancho y ajeno–, pero también el sinuoso o fascinante enigma de los paisajes interiores: “y el agua habla a través de su fuente elegida” Finalmente, Sesgo proyecta la figura del animal a lo largo de todas sus páginas, el amor o el recuerdo son un ánima cautiva, una bestia indómita, originaria, que busca liberarse, proyectarse, ser. Sesgo es también un libro sobre el devenir. Lo que me lleva a la escena inicial del libro El animal que luego estoy si(gui)endo, de Jacques Derrida, donde su autor se encuentra de pronto desnudo ante un gato. El filósofo afirma entonces sentir vergüenza ante la mirada del felino, para luego sentir una profunda extrañeza de su propia vergüenza. Esto lo lleva a un entrecruce de atisbos, dos animalidades desnudas que se contemplan y fomentan una proximidad de conciencias, que derivan en preguntas y detonan un caudal de cuestionamientos hacia toda la tradición del pensamiento que ha vislumbrado a la figura del animal en categorías únicas y separadas de lo humano. De la misma forma, Sesgo dialoga con esta noción y alud de conjeturas formuladas por el filósofo argelino: interroga y amplía para nosotros la esquiva noción de la animalidad implícita en todo ser: “me dolía una antigua cicatriz me dolía el cuello desgajado por tus pezuñas y el marfil inagotable del cielo y tu sonrisa de bosque con su herida de musgo”. Sesgo Claudia Berrueto Ediciones sin nombre / IMCS. México, 2016; 88 pp.