Síndrome de Rapunzel
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Extrañas maneras de morir. Extrañas maneras no de vivir, sino de “aparecer” sólo en las redes y en “tiempo real” de miles de jóvenes los cuales vegetan en su sofá favorito frente a la pantalla plana de un “celular inteligente”. En mis años mozos, yo quería viajar y conocer todo el mundo. Lo cual y para mi desgracia y con el paso del imbatible tiempo, lo fui reduciendo hasta sólo tener la esperanza y audacia de conocer todo México, mi País. Cosa que aún no logro, pero sigo trabajando en ello. ¿Hoy? Hoy los jóvenes no quieren viajar, comer, beber, sentir. Sólo quieren enmohecerse frente a su celular de última generación. Una y otra vez usted lo ha leído en mi pluma, la cual tal vez la mojo demasiado en tinta de amargura, pero una y otra vez mi tirada de naipes da en el blanco con esta “generación sin lenguaje”.
Hace días una noticia “conmocionó” las redes sociales. Eso dura un soplo, sólo para luego conmocionarnos con el gato del vecino colgado de un alambre. En fin. Le decía de una noticia perturbadora en grado sumo. Una niña, realmente una niña, Katia Jatziri Delgado, de apenas 15 años de edad falleció en Monclova, Coahuila, (15 de enero) por tricofagia. En cristiano es lo llamado como el “Síndrome de Rapunzel”. Es decir, la niña se comía su cabello, por lo cual su intestino estaba tapado literalmente y claro. La niña pesaba apenas 20 kilos. Cuando sus padres la llevaron a revisión médica al IMSS, ya fue demasiado tarde. Una desgracia sin duda para ella misma (la cual hoy, ya no siente nada y esperemos, esté en lugar mejor. Dice Mateo 8:16, “Jesucristo curó a todos los que se sentían mal”) y para su familia. Dolor que no va a soldar rápidamente.
¿De quién es la culpa, de haber culpables? Es decir, si hemos de culpar a alguien, ¿de quién es la culpa la muerte de la niña? ¿De los galenos del IMSS? ¿De los padres que no sabían de la enfermedad de su hija, no obstante que esta pesaba apenas 20 kilos? ¿Ella es culpable por no haber buscado ayuda? ¿Y los maestros? ¿Ella sabía de esta enfermedad y desorden nervioso? ¿Son culpables las redes sociales que todo lo pudren y donde todo mundo enseña sus miserias humanas? ¿Es culpa de la Secretaría de Salud del lagunero Roberto Bernal, la cual no tiene campañas ni estrategias claras y estructuradas para atender a una población infantil y adolescente ya sin rumbo en Coahuila? ¿Sólo veo el “prietito” en el arroz y estoy amargado? ¿Tiene usted alguna amiga o amigo el cual le repite incansablemente que todo es cuestión de ser “positivo” y “echarle ganas” para salir adelante? ¿Debo de tener una sonrisa, como “The Jocker”, tatuada todo el tiempo a mi rostro? ¿Debo de ser optimista y escribir aquí que el futuro de los jóvenes será mejor que el pasado?
ESQUINA-BAJAN
¿Debo de contarle a usted que el amor llena su vida y que el ser positivo atraerá una marejada de dicha, bondad, dinero y logros en este año? ¿Debo de escribir aquí que todo el mundo que nos rodea es “hermoso”, “lindo”, “lo máximo”, y todo es una “oportunidad de mejorar”, de ser “felices”; todo es algo “súper” y “maravilloso”? ¿No le harta –seamos francos– este tipo de gente la cual hoy pulula en las redes sociales que todo lo magnifican? Los psicólogos, esos profetas del desastre interior del humano, los cuales no hacen falta, han bautizado a esta conducta de sacerdotes, gente positiva, terapeutas en superación personal, etcétera, como tocados por “El principio Pollyanna”. El término fue endosado en 1964 por el psicólogo Charles E. Osgood a los humanos que ven una dirección y un hecho positivo en cada desgracia, en cada girón de existencia arrancado de cuajo a nuestra vida.
¿Pierde usted como obrero un brazo en la fábrica? No es una desgracia, sino una “oportunidad”. No debe de quejarse. ¿Su hijo chocó el carro familiar en una parranda? No hay de qué preocuparse, es una “gran experiencia para que el hijo madure”. Es decir, todo es “lindo”, “súper”, “sensacional”, bla, bla, bla... A esta conducta patológica se le llama “El principio de Pollyanna”. Lo anterior, como todo en la vida vaya, está basado en la buena literatura. Está basado en una novela hoy injustamente olvidada titulada precisamente “Pollyanna” de la autoría de Eleanor H. Porter. En esta novela, una niña de apenas once años queda huérfana. Su vida transcurre de tragedia en tragedia, de desgracia en desgracia al ser mandada a vivir con una tía de conducta de hierro, con un cabrón padrastro y seres despreciables así. Pero, ante cada zapatazo de la existencia, la niña ve el “lado positivo” de ello. Incluso, cuando ya adulta un accidente de auto la confina a una silla de ruedas al quedar parapléjica, entonces Pollyanna ve la “parte positiva” de eso (no es broma, así dice la novela), al señalar que ahora puede hablar de que años atrás, había podido disfrutar su par de piernas. Puf.
Extraña, muy extraña manera de morir de esta niña de Monclova la cual se comía su cabello. Según los reportes médicos, para lograr lo anterior y apenas en 15 años de vida, la niña debió de haberse comido el cabello desde los diez años. Nadie la vio. Ella no buscó ayuda. La ignorancia como vida. Extraña manera de morir bajo el “Síndrome de Rapunzel”. Pero, hay otras manías, principios y síndromes tan extraños, que han tomado su nombre precisamente de la literatura; nombres de personajes literarios que dejan de ser de ficción, para ser reales e influir en la vida cotidiana.
LETRAS MINÚSCULAS
Aquí van algunos: “Síndrome de Anna Karenina”, “Síndrome de Madame Bovary” o bovarismo; “Síndrome de Pickwick”…