Sorpresas, no promesas
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Hoy peregrina estas áridas tierras el Príncipe Choco, el Tata Grande, el Nevado de Macuspana, Andrés Manuel I “Ilhuicamina” López Obrador, Huey Tlatoani en ascenso de este decadente Imperio Mexica.
Y me parece relevante porque por vez primera no viene en plan proselitista, sino ya como un Presidente electo al que se le cuecen las habas por salvar el “mini maratón Halloween-Día de los Muertos-Aniv de la Rev” para ser investido con la tersa banda presidencial (la buena, no la de presidente legítimo).
Sucede además que hace siglo y medio (154 años para precisar) que no se pasea por esta Capital del Sarape un Presidente (electo o constitucional) tan ampliamente respaldado por el barrio.
Quiero decir que desde Juárez que no vemos por aquí a un jefe de la Nación que goce de semejante aquiescencia popular.
¡Un momento! ¡Alto! ¡Alto ahí! No se esponje ni entre en proceso de ebullición, amigo derechairo, amiga peje-hater (“pehater”), engendro prianista. Por favor no se sulfure y repasemos calmada y escrupulosamente mi decir:
Cuando afirmo que desde Juárez no recibimos en Saltillo a un Presidente tan aclamado es porque dos muy cerradas intentonas y la nutridísima votación que por fin le otorgó el triunfo, así lo indican. AMLO es el Presidente electo de México más votado y sobre el que pesan, por ende, las mayores expectativas en mucho, mucho, muchísimo tiempo.
Lo digo en el mismo ánimo en que Lennon afirmó aquello de que el rock y The Beatles eran más populares que Jesucristo y la religión: “No dije que The Beatles fuesen mejores o más grandes que Jesús o que Dios… Ni intenté compararnos con Jesucristo como persona, como Dios o como lo que sea. Sólo mencioné un hecho duro particularmente cierto en Inglaterra. Pude haber dicho que la televisión era más influyente entre los jóvenes que la religión y nadie se habría cabreado por ello”.
Pues lo mismo aquí. No estoy diciendo que AMLO sea mejor o más grande que el Benemérito. Ni los estoy comparando como próceres, como estadistas o como seres humanos.
Sólo hago mención de un hecho verificable en la ciencia estadística. Igual pude haber dicho que, con este frío, las mante-conchas son más populares que las Leyes de Reforma. Así que por favor, déjeme continuar sin pegar de alaridos.
Sucede que Juárez estuvo en Saltillo precisamente cuando la República atravesaba por un periodo aciago, cuando nada le salía bien y su mandato estaba en riesgo de sufrir un golpe que lo removiera del cargo.
Sin embargo, don Beni encontró en este terruño todo el respaldo, cobijo y apapacho que requería para reorganizarse y sacar adelante su proyecto (además de excelentes enchiladas y pan de pulque. La verdad es que devolvimos al Benemérito muy repuestito, la Patria nos debe una).
En gratitud, el Presidente mejor peinado de la historia, nos hizo el favorcísimo de anular la anexión que el gandalla gobernador de Nuevo León, Santiago Vidaurri, se hizo de nuestro Estado,
Juárez decretó a Coahuila como entidad independiente y nuestros antepasados lo celebraron jubilosos en la Plaza de Armas.
Y es que al parecer los coahuilenses somos un hato de timoratos, incapaces y atenidos pues así como consentimos pasivamente que nos anexaran a Nuevo León, de igual forma permitimos que nos arrebataran el territorio de Texas. Como que tenemos una decidida vocación para que cualquiera venga a hacer con nosotros lo que se le hinche la gana.
Hoy que nos visita el primer Presidente electo de México en hablar el idioma de la eternidad, necesitamos pedirle que nos vuelva a rescatar, esta vez de la manga de hampones que secuestró a Coahuila para su personal beneficio, mafia política que no sólo goza de la más cabal libertad, sino que ni siquiera enfrenta cargos o ni la más tímida acusación judicial.
Me dirijo ahora a la chairada, a la “pejiza de coraza”, a los amlovers coahuilenses. A ustedes les recuerdo también que la elección quedó atrás y que la razón de llevar a un candidato a la Presidencia no es para estarlo adorando como Niño Dios, sino para exigirle el cumplimiento de sus promesas.
Y su promesa de campaña fundamental (de hecho el pilar de toda su oferta política) es desatascar el atrofiado desarrollo del País mediante el combate a la corrupción.
Pues bien, don AMLO, sea bienvenido a uno de los estados peor librados por el crimen, la impunidad y la corrupción. En donde de hecho, los herederos y alcahuetes de ese régimen continúan en el poder. Así que necesitamos un pronunciamiento claro sobre esto.
Obviemos los agradecimientos y las congratulaciones. Ya chole con eso. ¡En Coahuila ni perdón ni olvido! No cuando el saldo de muertos y desaparecidos durante el moreirato ni siquiera acaba de ser contabilizado; nunca cuando la “megadeuda” es un ente vivo que sigue carcomiendo nuestro presente y futuro.
No es deseo de venganza, como hemos dicho previamente, es sólo un anhelo básico de justicia sin la cual el desarrollo que el Presidente electo promete sencillamente no es realizable.
Así que dejemos el discurso proselitista y díganos mejor qué le depara a nuestro estado durante su próxima gestión. Lo escuchamos, sorpréndanos con algo bueno ya para variar.
¡Sorpresas, no promesas!