Tenemos un OLMO y queremos que dé peras, pero el AMLO sin evolución no producirá peras, aunque sí muchos peros

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Según un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid, publicado hace más de 6 años, los olmos producen una fruta (sámara) sin semilla que ayuda a engañar a la fauna. Es decir, producen frutos sin semilla y con semilla y eso hace que las aves y roedores batallen más para encontrar las que tienen semilla, lo que mejora la probabilidad de que el olmo se reproduzca a través del tiempo. Los investigadores sostienen que el olmo ha evolucionado por miles de años, encontrando este mecanismo de defensa original y eficiente a diferencia de otros árboles que desarrollaron frutos con espinas o con cáscaras duras.
Los políticos, en general, no son muy distintos a los árboles. Van evolucionando para defenderse y subsistir. Aquel que acabó plantado cerca de una acequia (presupuesto o hueso) no dejará que otro árbol de su especie (partido) y menos de una distinta (oposición) eche raíces cerca y le robe el vital líquido. Así, en México tuvimos por varias décadas árboles que parecían sólidos, fuertes y frondosos. Se esperaban frutos de primera calidad, pero una y otra vez nos quedaron a deber. Nunca era claro si se debía a falta o exceso de agua (recursos), a que el clima (político) estaba enrarecido, a que la tierra (cultura) no era idónea para que sus raíces se extendieran. Los árboles se fueron quedando chaparrones y empezaron a crecer chuecos. Algunos mostraban inclinaciones hacia la derecha y otros hacia la izquierda; entre las mismas especies de árboles se robaban el agua y hacían nudo sus raíces. De pronto, aquel árbol que parecía fuerte resultó estar hueco por dentro, desmoronándose desde adentro y causando que la plaga que lo invadía se propagara a su alrededor, infectando a todo tipo de árbol que se mantenía más o menos en pie. El panorama era desolador, los árboles (partidos políticos) que prometieron tanto fueron cayendo poco a poco hasta que un árbol nuevo, ya infectado de las plagas de siempre, parecía dar la mejor sombra y prometía, ahora sí, algo de fruto. En lo que acabó siendo casi un desierto, este árbol de tronco y ramas torcidas, se sentía como una sequoia sin saber que no era más que un pequeño olmo enfermo de cuatro ramas en forma de “T” y con algo de potencial.
Sorprendidos despertamos un día para darnos cuenta de que en ese bosque que teníamos ya no había casi árboles y los que quedaban sabían que habían perdido su oportunidad de dar frutos, abriendo la puerta a ese pequeño olmo de cuatro ramas en forma de T para tomar su lugar. A nadie debió sorprender que los frutos y la sombra que daría ese nuevo árbol, nuevo rey de la colina, serían insuficientes, especialmente en el corto plazo, aun cuando no hubiera una sequía que sólo hiciera las cosas peores.
Hoy, ese pequeño olmo está siendo azotado por una de las sequías más fuertes en 100 años, vientos con fuerza de huracán y mantos acuíferos que se secan. Aun así, el olmo se siente invencible, sabiendo que no hay otro árbol que le haga competencia. El olmo no está interesado en evolucionar, ni siquiera para mejorar sus posibilidades de perdurar y vivir por muchos años. Sabe que pájaros y roedores (amigos y no tanto) seguirán comiendo sus frutos, que en estos días son casi todos sin semilla, huecos, sin sabor. No parece perturbarle que su visión de ser un árbol recordado en los libros de botánica se le escapa de las manos. El pequeño olmo, negando la realidad, seguirá prometiendo frutos que un olmo común nunca ha dado, mucho menos uno tan pequeño, de cuatro ramas en forma de T, en medio de una sequía, infestado de los roedores de siempre.
Por eso sería prudente que quienes vivimos alrededor de ese pequeño olmo, que cada vez se ve más chico, entendamos que a menos de que evolucione no nos dará peras, aunque tal vez sí nos siga dando muchos peros; lástima que esos no se comen y generalmente son muy amargos.