Tiempo de oportunidades
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ABANICO DE GENEROSIDAD
La vida está hecha de instantes sucesivos.
Y en cada instante de vida humana se conjugan dos verbos: respirar y palpitar.
Un pequeño soplo y una pequeña gota hacen posible la vida en cada momento presente. Con estas dos debilidades se sostiene la fortaleza, el equilibrio, la funcionalidad de eso que llamamos salud.
Estamos en tiempo de oportunidades, porque al tener todos la misma necesidad vital nos hacemos planetarios. Nos hermana el mismo deseo y nos identifica el mismo esfuerzo. Sentimos que estamos en la misma lucha y queremos alcanzar la misma victoria
Unos saben comunicar, otros conocen cómo paliar. Aquellos son expertos en muestreos y cifras, estos tienen la capacidad de promover sentimientos y actitudes de entusiasmo y de esperanza. Quienes sobresalen en dones artísticos le ponen música, color y palabra embellecida a todo lo que necesita siempre brillar alejando sombras.
Es la gran oportunidad de dejar caer máscaras y que aparezcan los verdaderos rostros. De rechazar las falsas seguridades e irse apoyando, más firmemente, en la reciedumbre de lo esencial. Se detecta lo efímero, lo pasajero, lo inconsistente y no se sobreestima ya lo fugaz. Aparece clara nuestra condición de caminantes, de peregrinos, de gente que va de paso y no quiere echar raíces en terreno transitorio
DEL CREPÚSCULO A LA AURORA
Se abre la gran oportunidad de recorrer otros caminos, de albergar mejores pensamientos y quitar engañosas autosuficiencias. Oportunidad de sentirse colmados de dones, recursos y situaciones que se valoran como un regalo de amor. Oportunidad de agradecer no sólo lo que se tiene y se disfruta, sino también lo que se sufre y se soporta para ser fuerte y seguir caminando hacia bienes de plenitud y de eternidad.
Respiramos para vivir y palpitamos para amar. Se presenta el amor como víctima, como damnificado, herido y maltratado, y es la gran oportunidad de sanarlo y reconfortarlo. El hombre y la mujer contemporáneos están descubriendo que sólo permaneciendo en amor verdadero se vive de verdad y se camina hacia lo trascendente y definitivo.
Recluirse en casa, en el hogar, en la comunidad familiar y dejar en soledad los sitios de encuentro es como volver a la raíz y volver a descubrir lo conyugal, lo paternal y maternal, lo filial y lo fraterno. Es un confinamiento saludable que puede ser renovador. Ha sido un entrar para renovarse, para purificarse, para transformarse y así poder salir, con una salida distinta a las anteriores. El creyente lo vive como una cuarentena cuaresmal. Se sale de todos los sepulcros de egoísmo para resucitar a la alegría de ser, muy distinta al falso deleite del poder, del tener o del placer.
¿DEJAR CALLES Y PLAZAS?
-Tú sabes por qué ya no salimos ni vas a la escuela? –Le preguntaban al chico en su hogar–. Es que si el virus no ve gente en la calle se desanima y se va, explicaba con gracia.
Es la batalla de la ausencia, es la cercanía recíproca en la distancia, es el dejar de hacer para seguir actuando, es el silencio que se vuelve clamor. Es la astucia de negarse a ser portadores de mal por amor al prójimo y es aprender a no portar ya, hacia los demás, la virulencia de la deshumanización, de la codicia despojadora, de la pandemia de indiferencia y altanería que no deja respirar y palpitar a los más pequeños, a los más débiles, a los más empobrecidos...
Algo está enseñando a todos el COVID-19: la celeridad, la rapidez, la efectividad con que ha de contagiarse de salud este planeta enfermado por sus habitantes...