Tradición y modernidad
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Es la tarde del Domingo de Ramos y fuera de las iglesias aún quedan los vestigios de una mañana dedicada al inicio de Semana Santa. Niños, jóvenes y adultos que entran y salen de los templos, llevando consigo uno de esos ramos de laurel o manzanilla. Algunos, ya en canastas, de bello y delicado trabajo artesanal.
En muchos sentidos, la ciudad continúa rutinas y sigue mismos rituales. Si pudiéramos pensar que en su crecimiento Saltillo dejaría atrás sus tradiciones, como en el resto del País, estamos equivocados. Las iglesias del centro lucen a reventar. Son muchos los feligreses que penetran a la iglesia y del sol brillante de mediodía se disponen a entregar su pensamiento en la penumbra del interior.
¡Cómo no recordar aquí el periodo de Semana Santa de años atrás! La ciudad se paralizaba casi por completo y los únicos resquicios de vida se observaban alrededor de las iglesias. El tráfico disminuía ostensiblemente, las avenidas lucían solitarias y los pocos comercios que permanecían abiertos, lo hacían religiosamente en horarios determinados. El momento de la comida esos comercios cerraban. Y muchos, por la tarde.
Recuerdo las calles de Victoria y Aldama en una soledad absoluta. Numerosas familias optaban por trasladarse al campo en estos días de recogimiento y solo la casualidad hacía que alguno de sus miembros permaneciera en la ciudad.
Igual de brillantes los días de sol, aunque con mucho menos intensidad que los que vivimos hoy por hoy. Aquellas primaveras han dejado ya de sentirse por estos días. ¿La urbanización? ¿La industrialización? ¿El aumento del número de vehículos? Todo ello unido, sin duda.
Permanece en la atmósfera el recogimiento de estos días. Quizá, en muchos casos, como lo que un día escuché a un historiador al hablar de su relación con la religión. “Continúa en mi memoria el aroma del perfume que queda en el pomo ya vacío”.
Sigue ahí, en muchos el recuerdo del aroma, y en muchos otros la fe firme. En cualquier caso, el ambiente se ha tornado, por estos días, de mayor tranquilidad en las calles y avenidas.
Una ciudad que vive entre la tradición y la modernidad. Que toma del pasado los elementos que la siguen definiendo, que hablan de su identidad, de sus costumbres, de su forma de ser. Y que en la presente muestra un rostro moderno, al que le falta aún por definirse. Es en estas conmemoraciones de Semana Santa, es en las de los festejos en honor a su Santo Cristo, donde todavía se observa tal y como se ha reconocido a lo largo de casi cinco siglos.
La modernidad tiene mucho que decir aún. Es claro que falta analizar el perfil que va adquiriendo. Esperemos hacer honor a este nuevo momento. Y recordar aquí una de las grandes reflexiones de Mahatma Gandhi: “Que el viento entre a mi casa, pero a condición de que no la destruya”.
Estos días de recogimiento hacen reflexionar en ello. Deseable, el Saltillo que logre hacer coincidir los dos mundos de manera armónica. El que vive la tradición, y el que, trabajando en medio de la modernidad la respeta y respeta asimismo sus tiempos y los personajes en ella inscritos.
El Saltillo antiguo y el Saltillo moderno. Unidos, el que habitamos.
Lluvias
Aún no se presentan de la manera en que para los campos y las sierras las necesitamos. Pero resulta indispensable que a su llegada estemos preparados. Basta mirar cómo lucen las alcantarillas del centro, colmadas de basura, para darnos cuenta del peligro que se cernirá si no se atiende en ellas la limpieza. Ojalá y sean atendidas, como también los arroyos. Prevenir, antes de lamentar.