Un día para el silencio
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Es día de recogimiento, de soledad y de reposo, pero también de esperanza confiada en que Dios Hijo volverá de entre los muertos y se elevará a los cielos con toda su gloria
Señor: “No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.” Soneto anónimo.
El Sábado Santo es el día del despojamiento litúrgico, las campanas no llaman y el órgano permanece callado, el altar luce desnudo y el sagrario abierto y vacío
Dios está ausente, el Hijo de Dios no está. El Viernes Santo, ayer, lo arrebataron, sustrajeron su presencia, se cumplió la dolorosa ausencia que sobrecoge la marcha de un ser amado. El milagro de humildad y amor sin límites que quiso vivir en carne propia la muerte humana para así entender a quienes su Padre hizo a su imagen y semejanza, tuvo lugar ayer, en la conmemoración cristiana.
Es día de recogimiento, de soledad y de reposo, pero también de esperanza confiada en que Dios Hijo volverá de entre los muertos y se elevará a los cielos con toda su gloria, por eso este silencio del Sábado Santo se puede llamar plenitud de la palabra. Es un día para la meditación, para la reflexión interior, para ponernos un alto en el camino y permitirnos el encuentro con nosotros mismos, porque hoy se vive tan de prisa que no nos damos ese tiempo, y nos estamos perdiendo cuanto hace rica la existencia en nuestro paso terrenal.
En el Misal Romano hay mucha parquedad al referirse al Sábado Santo, no obstante nos esboza su significado: “Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos, y esperando en oración y ayuno su resurrección. Se abstiene del sacrificio de la Misa, quedando por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la resurrección, se inauguren los gozos de Pascua, cuya exuberancia inundará la cincuentena pascual. No se puede dar la sagrada comunión a no ser en caso de viático”.
El silencio al que nos invita el Sábado Santo, no es un silencio cualquiera, hay silencios que no son silencio. Asimismo, la amargura y el encierro, no son silencio, son gritería de guerra interior, pertenecen a la ralea de los mutismos perversos, desde los que se incuba venganza y destrucción con el veneno del resentimiento. Tampoco es silencio la pasividad ni la simple ausencia de ruido. Este silencio del Sábado Santo es muy especial, se nutre de la riqueza del amor que escucha, Cristo vino a morir por nosotros
¿hay mayor prueba de amor y de humildad que esa? Mi madre me decía que en sus horas amargas recordaba esa muerte en la cruz del Hijo de Dios, y eso la embargaba de sosiego porque saber que alguien te ama de esa manera tan plena, te consuela en el abrazo más dulce y protector.
El silencio del Sábado Santo nos tiende un puente que nos lleva a la orilla del mar de Dios, es el eco de la presencia del Altísimo en el sitio en el que la muerte no es vencedora, es recordar la promesa de que en el Juicio Final habrá resurrección y vida eterna al lado del Creador, por eso la dulzura de la esperanza crece en el corazón. El silencio de su madre María al pie de la cruz y junto al sepulcro es bien significativo, se trata de un silencio de espera, similar al de la mujer que aguarda el nacimiento del hijo deseado, amado de antemano, sabe que viene el parto y será doloroso, pero traerá luz y alegría, de ahí que la espera del momento sea gozosa. Cristo triunfó sobre la muerte y con esto abrió las puertas del Cielo a los pecadores. Hoy por la noche se enciende un Cirio Pascual que representa la luz del Señor resucitado y así permanecerá hasta el día de la Ascensión. Su resurrección es liberación, por eso el Domingo de Pascua es la solemnidad más relevante del año litúrgico.
La resurrección de Cristo renueva la confianza y nos da fuerza para vencer los temores que nos agobian y hacen mella en nuestra paz interior. No más cansancio ni pesimismo existencial. Felices Pascuas amigos, celebremos la vuelta de la esperanza, Dios está con nosotros.