Una isla de paz
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A la salida del supermercado. Siete de la noche del domingo anterior a la Navidad. Ahí están, siete u ocho niños animados por una bondadosa mujer que ronda los cuarenta años. Con movimientos acompasados, sonrisas en los rostros, uniformados en su alegría y en su vestimenta, pero ya visiblemente cansados, los pequeños ofrecen su recital anual con motivo de las fiestas decembrinas. Estoicos, interpretan animosamente las canciones “Rodolfo, el Reno”, “Ven a cantar” o “El niño del Tambor”.
Son ellos algunos de los pequeños que asisten a la Casa Hogar, y con su canto alegran más el alma que cualesquiera de las piezas musicales grabadas con voces de artistas de la televisión, fatalmente ineludibles en uno y otro centro comercial. Por un momento, las armónicas melodías de los chiquillos opacan el ulular de las sirenas de la Policía o de la ambulancia que, por esta temporada se ha vuelto cosa de todos los días.
Lindos niños de rostros que ofrecen la felicidad del momento navideño. Con miradas de agradecimiento sostienen las de los clientes de los comercios, enternecidos con sus voces y sus acompasados movimientos. Los pequeños y sus cantos son una isla de sedante tranquilidad en medio del tráfago. Por un momento el tiempo parece detenerse, las prisas resultan lo que son, vanos esfuerzos de nulificar el tiempo. La noche cae, pero en las siguientes jornadas, volveremos a encontrarles. Con el mismo espíritu, con la misma alegría y una promesa de esperanza en sus voces.
Dentro, las filas en pasillos y en las cajas solo repiten las también interminables hileras que fuera hemos estado experimentando en los últimos días: un tráfico intenso, enloquecedor. De los anaqueles de las tiendas surgen brillantes colores que seducen desde el primer instante. Por momentos la gente se olvida de las compras cotidianas para preferir lo que se convertirá en obsequios al pie del Pino de Navidad y el Nacimiento en Nochebuena.
La temporada se instaló de lleno. Por la ciudad se respira si no el aire gélido con que muchos sueñan para estos días, sí una encantadora atmósfera que ha iluminado vistosa y agradablemente el centro de la ciudad, y sus paseos y avenidas más frecuentes. Atractivas figuras que, vistas desde uno de los puntos altos de la ciudad, como es el Mirador, ofrecen un atractivo espectáculo de luz.
En la ciudad se multiplican las posadas tradicionales y en ellas la reflexión: “Hace mucho que no asistía a una posada-posada”, recordando con esta expresión que hace rato, las posadas empezaron a ser ajenas al motivo que las origina y se volvieron casi casi de orden pagano.
Festejo y alegría. Si el momento nos resulta propicio para la reflexión, ahí vamos. Una época en la que la preocupación por los otros está a flor de piel. Ojalá y la temporada sirva en ese sentido. El ponernos en la piel de los demás y entender sus circunstancias, así como tratar de comprender las nuestras, y hacerlas comprender a los ojos de los demás. Bien que nos hace falta a todos una dosis generosa de empatía.
Esto, en los ámbitos en los cuales, como saltillenses, nos desenvolvemos. Saltillo requiere de la participación de todos sus habitantes. Un momento particular como el que vivimos, una ciudad en constante crecimiento, con comunidades rurales en expansión por la llegada de empresas, y con ello, el aceleramiento de problemas sociales, requiere de un comportamiento cívico y humano más firme, más decidido, más constante. Un compromiso solidario.
Si esta época es propicia para la meditación, así como la ternura que nos inspiran los niños de que se hablaba al inicio de esta colaboración, así está en nosotros no la solución completa de los problemas sociales que impulsan este tipo de situaciones.
Pero sí una mayor solidaridad, una solidaridad permanente que tiene que ver, primero, con el conocimiento de nuestro entorno, lo que sucede en nuestra ciudad, y segundo, un mayor involucramiento en las causas que pueden favorecer la reducción las condiciones de injusticia en nuestra sociedad.
Que sea para todos ustedes una bella temporada, cargada de buenas intenciones y que estas se conviertan, para bien de todos, en acciones. ¡Muy felices fiestas!