Una joya olvidada
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Para mí el más hermoso tiempo del año es el de la Navidad. Sé que a muchos la temporada les trae melancolías y tristezas: quizás alguna vez -Dios no lo quiera- la Navidad tendrá esa carga para mí. Hasta ahora, sin embargo, los días navideños me dan alegría y calor. Y me dan color. Y música además.
Por donde voy busco los pasos de la Navidad. Al principiar el pasado mes de diciembre estuve en Puebla, y visité, como siempre, su recia Catedral, uno de los monumentos más grandes -en todos los sentidos- de la arquitectura religiosa del continente americano. Ahí encontré, hurgando entre los libros de su biblioteca, una pequeña joya, maravilla de sentimiento poético y religioso. Este precioso villancico, cuya letra voy a poner ahora, fue cantado -dice la portada del texto- “...en los Maitines y Fiesta de la Natividad de Cristo Señor Nuestro en la Santa Iglesia Catedral de la Puebla de los Ángeles, este año de 1678...”.
Más de trescientos años, de edad tiene, pues, este alado poemita lleno de ingenuidad y de ternura, y lleno también de traviesa gracia por la infantil repetición en cada estrofa de ese “¿eh?” que le da tanto carácter popular. Helo aquí.
Este Niño, que ha nacido
en el Portal de Belén,
dime, Antón, si eres discreto,
¿no tiene mil gracias, eh?
En sus peregrinos ojos
¿no te mueve un no sé que,
con que, a un tiempo, da la vida
y mata de amores eh?
De su cara la hermosura
y su belleza también,
¿no dice que es propia Imagen
de Dios, y su Espejo, eh?
La ternura de su llanto,
¿no da muy bien a entender
que es Hombre a lo descubierto,
aunque Dios oculto, eh?
Su desnudez, ¿no te muestra
que ha llegado a empobrecer
sólo por hacerte rico
con lo que no piensas, eh?
¿Y que siendo Poderoso,
vino a tanta mendiguez
que llora necesidades
sólo porque quiere, eh?
Que los Ángeles le sirvan
y Reyes besen el pie,
¿no es señal que es gran Señor,
aunque en un pesebre, eh?
Dios amante se desvela,
y porque nos quiere bien;
si te duermes en buscarle
¿no serás dormido, eh?
Tus amores le han traído
a un Portal, a mal traer;
cuando su rigor no sientes,
¿no eres un ingrato, eh?
Si entre los hielos y escarcha
su fuego miras arder,
¿cuando en su amor no te abrasas,
no eres una nieve, eh?
¡Ay, Antón! Si me creyeras,
y te murieras por él
como él se muere por ti,
¿no fueras dichoso, eh?