Una lección para los maestros
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Al tiempo que Humberto Moreira trascendía su estatus de Gobernador para elevarse a la categoría de prócer vindicador de las clases marginadas, sigilosamente restringía libertades básicas que dábamos por descontadas.
Así, mientras en su gestión todo acto protocolario se tornaba una verbena que con bailes populacheros exaltaba los valores de los desposeídos, a la sombra cimentaba el actual régimen de represión.
Y así como Dios, que tiene en Israel a su pueblo favorito (yo no sé entonces para qué ingaos nos hizo a todos los demás entonces), el profe tenía a sus meros consentidos, los nunca suficientemente ponderados “maistros”. Después de todo, el propio Humberto bajó de los cielos a la Tierra y se hizo “teacher” para caminar entre los mortales.
A los docentes de Coahuila se les festejaba en su día con un almuerzo masivo, con entretenedores traídos desde los foros de la T.V. nacional y el magnus momentum: el sorteo en el que el docente afortunado, la agraciada miss, podía llevarse un refri, un coche o hasta una casa nueva de paquete.
Nadie se preguntaba con qué se pagaban aquellas facturas. En la lógica magisterial basta con la noción de que “eso y más nos merecemos”.
Pero ya le digo, al tiempo que se vivían momentos tan boyantes y venturosos, en ámbitos más discretos se iban acotando ciertas libertades con las que, como ya le dije, estábamos acostumbrados a vivir.
So pretexto del “no caigas muerto challenge” o, como se les conocía por aquel entonces, las balaceras, cuya irrupción en la vida diaria dio al traste con nuestros nervios, el inquilino del Palacio de Gobierno dijo: “!con’per, con’per!”, y nos cerró para siempre las puertas de este inmueble al que hasta entonces se podía acceder sin el menor protocolo.
Nunca antes hubo necesidad de anunciarse o registrarse, ser requisado, manifestar algún motivo, ni tener cita previa, bastaba con que el viento o las ganas nos empujaran hacia adentro del Palacio Rosa, ya fuese para manifestar algo o para holgazanear contemplando los murales. Pero hoy en día es imposible ingresar sin pasar por un filtro policíaco a la sede del poder público.
Lo mismo ocurrió con la Universidad, que de ser un espacio de todos se convirtió en un feudo enrejado que no se traspasa sin el consabido “¿y usté quién es y a qué viene?”.
En fin, quizás sean signos de nuestros tiempos. Pero el Congreso, que inexcusablemente y sin cuestionamientos debería ser un recinto abierto a los ciudadanos que allí se supone son representados, también se ha ido llenando de obstáculos, trabas, vigilancia y es ahora la sede legislativa, al igual que la del Ejecutivo, un perímetro inexpugnable.
Sucede que el mismo gremio de docentes del que hablábamos, ese que jamás reparó en el costo de las prebendas que recibía ni se hubiera atrevido a increpar en su momento al moreirato, fue víctima del propio régimen que tanto lo apapachaba. Pues justo cuando le organizaba la fiesta y la comilona, le desvalijaba las instituciones, y de aquel servicio médico con clínica del cual se ufanaban en mejores épocas, hoy como derechohabientes los profes no consiguen ni paracetamol para calmar el dolor de haber sido burlados en el mismo juego político al que devotamente se prestan siempre.
Como verá, me es difícil sentir empatía por un gremio que ensalza a cualquier político, por corrupto que sea, con tal de que lo cobije con privilegios. Sin embargo, me solidarizo con ellos ante su desamparo médico, ya que la salud es un derecho universal, así como por el abuso de autoridad y de la fuerza del que acaban de ser objeto.
Tras apostarse en el Congreso exigiendo una respuesta a sus demandas, los maestros fueron desalojados con lujo de violencia por elementos de Fuerza Coahuila que, está visto, no son guardianes del orden, ni de la ley, ni de la ciudadanía, sino simplemente guaruras del poder y del statu quo.
La acción es ignominiosa per se, retrata la verdadera cara del régimen que permitimos instaurarse: tiránico, despótico, intolerante, autocrático, inapelable, ruin, violento, represivo, por más que gaste dinero en vendernos una cara amable. Pero se agrava viniendo de un gobierno que hasta ahorita caminaba de puntitas, sin hacer el menor ruido, esperando la definición del escenario político nacional.
Y ahora, en su primera acción, Miguel Ángel Riquelme tiene la desafortunada ocurrencia de someter con la fuerza a un hato de profes que sólo claman por lo desesperante de su situación.
Ni siquiera son profes pendencieros o radicales como los de otros movimientos y latitudes en el País. Son nuestros profes locales, los conocemos, son nuestros padres o tíos, tías, amigos, vecinos; nos educaron o educan a nuestros hijos.
¿Por qué chingados les dio con el garrote, señor Riquelme? Ahora sabemos a lo que se refería con su slogan de campaña: “menos política, más carácter”. Es decir: menos diálogo, más opresión.
Desconozco cómo se le pueda dar solvencia o solución a una institución en bancarrota. Lo único que me pregunto ya es si los docentes sabrán reconocer al siguiente embaucador que les quiera dar espejitos a cambio de su apoyo. ¿Habrán aprendido los profes su lección?