Vamos a suponer…
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La inteligencia no es en absoluto privilegio exclusivo del ser humano (estudios han demostrado que delfines y otros cetáceos son más hábiles que el contribuyente promedio llenando las formas fiscales del SAT). Sin embargo, algunas particularidades sí parecen más propias de nuestra especie, como la imaginación.
No hablo de una imaginación desbordada, como la que consigue que alguien escriba “La Guerra y la Paz”, “Los Tres Mosqueteros” o “Pedro Páramo”, sino del sencillo acto de abstraernos de la realidad y poder situarnos en otro momento, lugar y circunstancia con fines de supervivencia.
Se dice que esta aparentemente simple capacidad para imaginar escenarios hipotéticos constituyó un salto evolutivo definitorio para el género humano. Hasta antes de esto, el hombre –o como se llame nuestro prehistórico ancestro de ese periodo concreto– competía con las demás especies por subsistir en igualdad de circunstancias: una búsqueda sin tregua y ad vitam por alimento, agua y otros menesteres esenciales (señal de Wi-Fi, por ejemplo).
Un hallazgo era siempre algo fortuito: una presa de caza, un árbol cargado de fruto. Todos se saciaban hasta el hartazgo y acto seguido reanudaban la búsqueda incesante.
Pero un buen día, uno de ellos, Uruk, (un mocete peludo y frentón muy vivaracho) dijo a todos: “¡Oigan! ¿Cómo ven que nos llevamos cargando con nosotros el resto de la carne, las futas que sobraron y hasta los palos con que le dimos cran al pobre dodo? Digo, porque mañana nos va a volver a dar hambre”.
“¿Mañana?”, se preguntó el resto. “Y qué cuernos es mañana?”
“Mañana es donde vamos a estar después de ahora; es más adelante y créanme, ya le agarré la onda a esto y también mañana hace hambre”.
Todos miraban en lontananza buscando ese mañana que les estaba aguardando y se volteaban a ver confundidos.
“No te entendemos, Uruk. Y te lo digo yo, que soy el más sabio y anciano del clan –de 16 años–. Háblanos de ese –abriendo comillas con las manos– ma-ña-na. ¿Hacia dónde debemos caminar para dar con el mañana?”
Uruk comenzó a exasperarse: “Es que mañana no es un lugar al que se pueda caminar, como la roca o el volcán, pero para allá vamos tod… ¡Ah! ¡Olvídenlo!
Déjenlo así, no he dicho nada. A ver mañana cómo le hacemos”. (“¡No, estos ni aunque les cante el musical de ‘Anita la Huerfanita’!”, pensó).
Y así, aliviados de no tener que cargar, pero confundidos aún por el reto de imaginar un sitio al que no se llega a pie, los protohombres, mujeres, niños y LGBTT reanudaron su marcha.
“¡Qué pendejo este Uruk, de veras! ¡Qué ganas de traernos cargando alimento si ya comimos todos!”
Nadie dijo que fuera fácil hacer prosperar una idea original entre los demás (¡y hasta la fecha, eh!). Uruk ya no lo vio, por supuesto, pero pasaron varias generaciones y su descendencia finalmente aprendió que existe algo más que el aquí y el ahora; y que se pueden concebir diversos escenarios imaginarios para tomar previsiones o explorar otras posibilidades sin tener que afrontar las consecuencias de cada una de éstas.
Así, cuando alguien le dice “vamos a suponer que…”, usted en automático ejercita una capacidad figurativa que no tenían nuestros antepasados, pero que mucho hemos venido fortaleciendo durante las últimas decenas de miles de años.
Y ahora, en honor al pobre y mal comprendido Uruk, le suplico haga un esfuerzo considerable, porque le voy a plantear un contexto especulativo, para que podamos llegar (quizás, con suerte) a una conclusión. Yo le conmino: Vamos a suponer…
Supongamos que Humberto Moreira diga la verdad y que, en efecto, no haya él jamás tenido participación, injerencia, ni conocimiento alguno sobre la contratación de ningún crédito ilegal, ni sobre un solo peso no justificado durante su ejercicio como Gobernador. Supongamos que el profe sea, no una blanca paloma sino una auténtica ave del paraíso y estemos manchando su honor con acusaciones infundadas.
Suponga ahora además que también su hermano y sucesor, don Rubén Ignacio Moreira, sea igualmente inocente por completo de las pésimas políticas financieras que sólo han engrosado la megadeuda coahuilense y que, en efecto, desconozca cualquier gasto público que no pueda ser cabalmente verificable.
Le advertí que el reto imaginativo era grande, pero por favor, y sin reírse, haga lo necesario y suponga que los hermanitos, uno y otro, son inocentes y han sido probablemente sus colaboradores quienes, abusando de su confianza y bonhomía, arruinaron las finanzas estatales para siempre.
Si son los Moreira como se asumen (y como nosotros los suponemos en este ejercicio), hombres íntegros y aún así no evitaron que en la pasada administración se llevaran miles de millones de pesos, mientras que en la actual gestión han permitido que le escamoteen al Estado millón tras millón en incontables transacciones fantasma, estamos obligados a una sola conclusión posible.
Partiendo del supuesto de que son un dechado de rectitud (por Ley estamos obligados a otorgarles la presunción de inocencia) y dado el resultado de sus respectivos gobiernos, entonces ambos son incapaces de formar un gabinete honesto, de vigilarlo y de cuidar del recurso público como era su maldita responsabilidad y obligación. Son una verdadera amenaza para el servicio público, por su ceguera absoluta, incompetencia supina y total nulidad.
Si ellos no se robaron ese grosero monto aún por calcular, son la prueba definitiva de que el ácido fólico es muy necesario, imprescindible, en ciertas etapas de la gestación. Porque es eso o lo otro…
Ahora, le pregunto: ¿pudo usted hacer aquella suposición de inocencia de los hermanos Moreira?
¡Gracias, ya me lo imaginaba! ¡Yo tampoco!
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