Vidas contra vida
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A algunos les horroriza la cacería.
Prefieren fotografiar que matar. Aquella profesora universitaria detuvo su paso precipitado para recoger de la banqueta a una lombricilla. Estaba expuesta a ser aplastada por un pisotón de transeúnte. La tomó cuidadosamente en su mano y se dirigió al camellón en que había plantas y tierra, y la dejó ahí regañándola por su impertinencia.
El tío descubrió un alacrán en el sanitario de la cabaña. Fue en busca de una tabla para aplastarlo. Llegaron antes los sobrinos. Ya traían un periódico enrollado en cono. Ahí lo depositaron fácilmente y salieron al matorral de la sierra para devolverlo a su mundo.
En contraste con estas actitudes hay fotos de cacerías que han desprestigiado a gente famosa. Se levantan protestas por la matanza de ballenas y de delfines en algunos mares. Se han catalogado las especies en peligro de extinción y se han multiplicado los santuarios de conservación. Hay campañas contra los productos de piel que intensifican el sacrificio de animales. Y toda la corriente vegana intenta denunciar y evitar las carnes que vienen de los rastros para el consumo humano.
La misma vida humana tiene riesgos crecientes. Por asesinatos y masacres, sí, pero también por matanza de niñas por nacer, cuyo derecho de mujeres a nacer no es respetado. Las madres decretan para ellas la pena de muerte y no falta algún sicario de bata blanca que asesine a una de sus pacientes incumpliendo su juramento hipocrático.
Los riesgos para la vida humana en los pequeños pueblos y en las grandes ciudades se acentúan, no sólo por temblores o inundaciones, sino por el ingreso ilegal y descomunal de armas de asalto, por ignorancia dietética, por mal uso de medicamentos y por descontroles en el tráfico vehicular.
La falta de atención a las heridas emocionales de adolescencia y juventud hace que se multipliquen los miedos, las compulsiones, los apegos excesivos y las depresiones que conducen al suicidio. Cuerda, píldora, navaja o revólver siegan esas vidas. No recibieron a tiempo los espléndidos anuncios de la fe que dan sentido a la vida. Las falsas religiosidades de emocionalismo, de seca ética o de sólo autorrealización no abren el camino hacia la verdadera trascendencia con la esperanza de alcanzar bienes definitivos e inextinguibles.
La falta de coloquio familiar fomentador de valores y el tsunami de entretenimiento, pornográfico, chateo incesante y presentación de lo efímero como valioso provoca un despiste existencial que se satura de frivolidades hasta el hartazgo y la insatisfacción. Se busca entonces las puertas falsas de las evasiones de adicción perniciosa.
La vida humana requiere una educación que no atrofie los nobles impulsos naturales dirigidos hacia la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Una recia espiritualidad hace del sufrimiento un desafío para crecer, para madurar, para aprender. Es como una poda que produce un reflorecimiento y fructificación en actitudes generosas y acciones ejemplares.
Un planeta es este en que hay vida contra vidas. Se entiende y se acepta en la selva que una vida se alimente de otra. Pero el matar sólo por matar choca frontalmente contra la ley natural expresada en el decálogo del monte Sinaí con su “no matarás”. Contradice diametralmente esa “regla de oro” de cristianismo, judaísmo e islam: “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”.
“Es que yo hago lo que quiera con mi cuerpo”, decía la que quería abortar. “Si tu hijo fuera tu cuerpo tú serías la que moriría al matarlo”, le dijo su amiga...