Vidas sin par
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Seis veinteañeros reflexionan sobre el cambio generacional: ‘He cumplido la edad que tenían mis padres cuando nací, y nuestras vidas no se parecen en nada”, dice uno de ellos
Por: OMNIA
Iliana Fuentes tiene 29 años, la misma edad que tenía su madre cuando ella nació. En 1987, año de su nacimiento, la edad promedio a la que las mujeres tenían su primer hijo era de 23 años, según datos del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Historia (INEGI). “Mis papás me tuvieron tarde”, comenta la periodista y estudiante de letras, entrevistada vía telefónica. “Mi mamá era enfermera y se la pasaba trabajando, no tenía tiempo de hacer otra cosa. Mi padre era muy independiente y no encontraba con quién tener vida en pareja. Por eso, cuando mis papás se encontraron, me tuvieron casi de inmediato”.
Pero la capitalina no tiene prisa por casarse o hacer vida de pareja. “Lo veo como un plan a largo plazo. Creo que primero debo tener una mayor estabilidad económica para tomar esa decisión”, comenta. “Tampoco le he dedicado mucho tiempo a pensar en eso”.
Él tampoco tiene planes
Novecientos kilómetros al norte del hogar de Iliana, en Monterrey (Nuevo León), Manuel Martínez tampoco tiene planes de casarse o tener hijos.
“De hecho, cada vez lo aplazo más”, dice vía telefónica. “Veo muchos ejemplos de matrimonios disfuncionales a mi alrededor y pienso que no es una decisión para tomarse a la ligera”.
Este ingeniero biotecnólogo cumplirá 27 años el próximo septiembre, la misma edad que tenía su padre cuando él nació. Su madre le ha hecho una que otra insinuación de que es el momento de seguir sus pasos.
“Más que casarme, lo que mi madre quiere es que tenga novia. Tuve una hace un par de años y sí, habíamos hecho planes de casarnos, pero ahorita ya no pienso en eso”.
Las cifras de nupcialidad del INEGI demuestran que ni Iliana ni Manuel son la excepción de la regla. En 1993, la edad media a la que los hombres se casaban era de 24 años, y 22 años para las mujeres. Una década después, en 2013, el año más reciente en el que se hizo la estimación, las edades medias para casarse aumentaron cinco años: 29 para los hombres y 27 para las mujeres.
Sus amigos piensan lo mismo
Tanto la capitalina como el regiomontano notan que los amigos y parientes de su generación también postergan sus planes para tener hijos. “Hay varios en mi generación que ven tener una familia como algo lejano. Tal vez sea falta de madurez o simplemente no queremos tenerlos”, dice Iliana.
Esta última es la postura de Haydée Rodríguez. “Es una convicción que
tengo desde hace algunos años”, dice la bióloga de 26 años. “Además, no creo poder dedicarle a los hijos el tiempo y la estabilidad económica que requieren. Mis papás respetan mi decisión”.
Baja la natalidad
La tasa de natalidad de 2015 era 14% menor que la de 1995, según datos del INEGI, lo que llevó a que descendiera la edad promedio a la que las mujeres tenían sus hijos en ese lapso de tiempo: 21 años.
Este descenso obedece al alto índice de embarazos prematuros ligados a la pobreza y a la falta de oportunidades.
Según datos de la ONU, más de la mitad de los jóvenes en México vive en situación de pobreza. Pero ese no es el caso de los veinteañeros entrevistados, quienes pertenecen a un sector poblacional con mayores ingresos.
‘No puedo con la renta’
El estado civil y la paternidad no son las únicas diferencias entre la vida de Rafael Cruz y la de su madre a los 26 años. “Ella y mi papá ya se mantenían y eran dueños de su departamento”, apunta Rafael. “Bueno el ‘depa’ era técnicamente del Banco de México, donde trabajaban y les daban un préstamo para adquirirlo”. Este arqueólogo de la Ciudad de México vive con sus padres porque no podría costear una renta. “Hago correcciones de estilo en una editorial, de ninguna forma me alcanzaría para vivir solo”, señala.
La chica de Monclova
Los padres de Ethel Alvarado de Monclova (Coahuila) no fueron dueños de su vivienda hasta que ella tenía siete años. Sin embargo, sus ingresos cuando tenían su edad (26 años) les permitían cubrir más gastos. “Ellos mantenían a una niña y además pagaban renta y los recibos de luz, agua, teléfono y todo lo demás”, comenta.
Esta mercadóloga vive con ellos e invierte la mayoría de su salario en liquidar el costo de su automóvil. “Este año empecé a sanear mi economía. Antes mis papás me ayudaban, pero es cada vez más difícil que lo hagan”.
Iliana (la chica capitalina) no vive con sus padres, pero sí en un departamento propiedad de ellos. “No lo compraron para mí, es una inversión, pero yo por ahora no podría pagar una renta”.
La capitalina trabaja como editora freelance y le pagan por honorarios, es decir, no tiene un contrato fijo con prestaciones. “Mi padres consiguieron plazas desde el principio en el IMSS, porque a finales de los ochenta se hicieron contrataciones masivas”, explica. “Se quedaron ahí hasta que se jubilaron”.
El caso de Andrade
La capitalina, al igual que Rafael y Martín Andrade, organizador de eventos de 26 años, son parte del 40% de los trabajadores mexicanos que no cuenta con seguridad social, según un reporte del Observatorio de Salarios de la Universidad Iberoamericana. El Colegio de México apunta que desde el 2000 ha disminuido el número de trabajadores con contrataciones permanentes.
La falta de contratos no es la única razón por la que Andrade, de la Ciudad de México, no tiene un trabajo de tiempo completo en una empresa. “He renunciado a tres trabajos”, comenta. “No paso de los siete meses porque me harto. Creo que en las empresas se hace mucha ‘hora-nalga’ y no se aprovecha bien el tiempo. Cuando eres freelance, tú puedes manejar tus propios horarios y ser más productivo”. Una de sus metas es crear su propia firma de ‘organizaciones de eventos’ con una de sus amigas.
El joven de Monterrey
Manuel, de Monterrey, también busca iniciar su propio negocio. “Sé que implica un riesgo, pero creo que el resultado final será más satisfactorio que trabajar para alguien más”, dice.
Actualmente, este ingeniero recién graduado trabaja con su padre en un invernadero, pero él lo ve “como algo temporal”.
Para el regiomontano, no hay duda de que sus padres tenían una mayor estabilidad económica que él a su edad, pero no necesariamente siente envidia. “Somos una generación a la que se le han abierto muchos caminos”, añade. “La ruta de nuestros padres estaba muy bien trazadita: conseguir un trabajo, casarse y tener una familia.
Nosotros tenemos tantas opciones que puede llegar a ser abrumador y por eso podría parecer que no tenemos metas, pero sí las tenemos, solo que son distintas”.
Y ¿qué opinan los papás?
Marcela López, la madre de Iliana, también nota muchas diferencias entre las oportunidades laborales de ahora y las de hace algunos años.
“La Reforma Laboral vino a cambiar muchos de los beneficios que yo obtuve cuando comencé a trabajar. Con mi primer aguinaldo yo pude comprar un auto. Ahora eso es casi imposible”, comenta. “Eso sí, me tiene muy preocupada que no haya muchas oportunidades de tener un buen empleo y que todo sea cada vez más caro”.
Lo que no le preocupa es que su hija postergue sus planes de casarse y tener hijos. “Son otros tiempos”, dice. “Esa no es su prioridad. Ella quiere realizarse en otros aspectos, el profesional, el de viajar y conocer, algo que nosotros casi no vivimos”.
El señor López opina que no todos los jóvenes tienen esas ambiciones. “Yo he visto muchas chicas de su edad que no tienen ganas de trabajar ni de aprender, pero no es culpa de su generación. Creo que el problema es que sus padres nunca las motivaron a ir más allá”.
Martín Andrade, padre de Martín, dice que la generación millennial simplemente es incomprendida. “A nosotros nos criaron de forma muy estricta y nuestras metas fueron impuestas por otros.
Los millennials tienen metas muy claras, incluso a muy temprana edad, y son metas propias. El problema es que ellos no reciben suficiente apoyo, debemos darles más oportunidades”. (Mónica Cruz reporta para la sección ‘Verne’ del diario ©El País, SL. Todos los derechos reservados)