Yasuaki Yamashita
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Su figura es frágil. Paso lento, pero seguro. Espera a que lo terminen de presentar ante un atiborrado Foro en la Feria Internacional del Libro de Coahuila. Junto a él, una colaboradora de la Secretaría de Cultura, de apellido de resonancias japonesas: Lily Tanaka.
Ambos observan. Y llega el momento de presentarse ante el expectante público. Se aproxima a la mitad del foro y hace una leve inclinación de cabeza, en señal de saludo.
Su nombre: Yasuaki Yamashita. Tiene 80 años y ha arribado a Saltillo para compartir su experiencia; a los seis años, en Nagasaki, cuando cayó la bomba que pondría punto final a la Segunda Guerra Mundial.
A su llegada a Saltillo y mirar nuestras montañas, Yamashita evocó: “Así como aquí, en Saltillo, así es Nagasaki, rodeado de montañas”.
Su voz, apacible y cálida, hizo el recuento de la peor tragedia que ha vivido la humanidad desde la experiencia de su ser niño a los seis años. “En esa época los niños no teníamos mucho con qué jugar, así que nos entreteníamos con los insectos, los observábamos, los cazábamos, jugábamos con ellos”.
Usualmente lo hacía con sus amigos, pero ese día jugaba fuera de su casa mientras su madre se disponía a hacer la comida, cuando pasó un vecino alertando de un “avión misterioso” que volaba sobre sus cabezas. Su madre, aunque en un principio pensó que no ocurriría nada, llevó a su hermana y a él a un refugio en su propia casa. Suficiente para poder salvarse, pues en instantes todo aquello se volvió el resplandor de mil relámpagos y un estruendo imposible.
Protegido por el cuerpo de su madre, se convirtió en un sobreviviente de la bomba atómica. Un sobreviviente que sería discriminado cuando se generalizó la idea de que haber estado ahí el 9 de agosto de 1945 traía secuelas que, se pensó, constituían enfermedades contagiosas.
Luego de trabajar en el hospital de la bomba atómica, en Japón, y ver el azote de la muerte y sufrir discriminación, tomó la oportunidad de viajar a México cuando se le presentó una posibilidad de trabajo con motivo de la Olimpiada de 1968.
Tiene al público en silencio. Sus palabras flotan en el ambiente como un rezo y se intenta aprehender cada una de ellas. En su intervención, uno de los asistentes le agradece compartir su experiencia y le dice, acertadamente, que “ningún documental habla tan elocuentemente de esa hecatombe como usted lo ha hecho ahora”.
Yamashita no utiliza imágenes de apoyo. Está seguro de que con las palabras, con el dolor que expresan las palabras, es más que suficiente para poder obtener una respuesta a su demanda, que se ha constituido en una plegaria universal: no a las armas nucleares.
Involucrar a todos los que lo escuchamos en que tenemos que levantar la voz en contra del uso de las armas nucleares, de las cuales existen hoy 15 mil en el mundo.
Hay jóvenes organizados que los 365 días del año, llueva, haya vientos huracanados, nieve o granice, recolectan firmas que se elevan ante la ONU con este propósito, comparte Yamashita.
“Todos pueden hacer algo. Es —dice convencido y con su particular voz, baja y lenta— como una piedra que se lanza al agua. Las ondas que se producen alrededor repercuten en unas y otras y otras más”.
Y concluye: “La vida es maravillosa. La vida de cada uno de ustedes es maravillosa”. Vale la pena, pues, emprender el esfuerzo para terminar, dice él convencido una vez más, con lo que la pone en riesgo: terminar con las armas nucleares. Que desaparezcan de la faz de la tierra.
Embajador de la paz, Yamashita mueve a la reflexión. De nuevo, la tragedia de la guerra y lo que, a nuestro alrededor, en nuestros propios ámbitos la propicia.
Que su voz, envolvente y dulce, germine en el corazón de todos los que le escuchan y siga trasmitiendo, de unos a otros, la onda de agua que se expande.
INSTANTÁNEA DE LA FERIA
Muchas bellas y esperanzadoras imágenes se observaron en la Feria del Libro que acaba de concluir. Una de ellas me alcanzó el corazón: mientras el padre leía el libro “La Montaña Mágica”, su pequeña hija, de unos 5 años, deletreaba junto a él, en uno de los descansos del Foro Infantil, el cuento “Pulgarcito”.