Atrapa el misterio de la máscara a millones de mexicanos
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<strong>México, D.F.</strong> .- "En México como en ninguna parte del mundo se podía haber inventado la máscara de luchador, porque nuestras raíces, como los aztecas y mayas, se las ponían para ir a combatir", dice su fabricante más antiguo sobre el símbolo de la lucha libre que atrapa a millones de personas.<br>
El misterio por descubrir quién está detrás de la máscara, el orgullo de los luchadores por mantenerse ocultos a riesgo de estar tres años sin combatir si son develados y el impulso de la televisión a la lucha libre, le han permitido a Víctor Martínez prosperar en el principal taller de confección de máscaras para esta disciplina.
También él hace de su negocio un misterio y atiende a un fotógrafo y reportero de la AFP detrás del mostrador, como si fueran clientes, para dejar oculto el taller en la parte trasera donde fabrica artesanalmente 35 máscaras diarias que vende a un promedio de 700 pesos cada una (unos 65 dólares).
"Cada máscara tiene 17 medidas (cortes), las cuales no puedo decir porque son secretos de familia. Pero a pesar de ello, mi papá no me enseñó nada, todo lo aprendí mirando cómo trabajaba horas y horas", dijo al recordar que hace 44 años está al frente del comercio que le legó su padre, Antonio Martínez, el precursor en 1933.
Aunque la máscara está directamente ligada a la tradición de este país latinoamericano, que se masificó por el ritual lúdico de la lucha libre, no fue un mexicano, sino un irlandés el primero en usarla en esta disciplina.
Antonio Martínez acababa de instalar un comercio de zapatos para deportistas, cuando apareció el luchador irlandés 'El ciclón Mckay', la atracción del momento, que le pidió que le fabricara una máscara tal que nadie pudiera arrebatársela.
Su primer intento fue un fracaso, pero ante una inesperada segunda visita de McKay, quien se había ido desilusionado, Martínez logró dar con el molde de una máscara de 17 medidas que se convertiría en el mayor símbolo del considerado segundo deporte más masivo de México, detrás del fútbol.
"En Estados Unidos necesitan toda clase de ornamentos para llamar la atención. Nosotros necesitamos sólo una máscara, porque es el morbo del mexicano que quiere ver quién está detrás del atuendo", ensaya el fabricante, quien dice conocer a rostro descubierto a los mayores luchadores de México, un privilegio de pocos.
Esa primer máscara se ha convertido en una leyenda que llevó incluso a un subastador japonés a ofrecerle tiempo atrás 35.000 dólares para venderla en un remate en su país. Y su popularidad ha alcanzado tal nivel que hasta se utilizan en las protestas sociales y los hinchas se las calzan en el fútbol.
"Lo que más me ha llenado es fabricar máscaras también para luchadores sociales, como por ejemplo 'Superbarrio', quien buscaba casas para la gente que había quedado desamparada tras el terremoto de 1985 (entre 20.000 y 30.000 muertos) y luego se hizo muy famoso", dijo Martínez.
Martínez admite que su negocio es próspero -incluso destina 30% de su producción a la exportación- por el impulso que le ha dado la televisión en los últimos años, luego de un período de agonía que vinculó con la crisis económica de 1994.
Todos los días las principales cadenas de televisión transmiten programas de lucha libre con altísimo nivel de audiencia, mientras que adultos y niños se mezclan en la pasión y el fanatismo. Pese a que los mayores son concientes de que todo es ficción, son atrapados por la puja entre el bien y el mal que representan los luchadores técnicos y los más rudos.
"Yo ahora no me divierto tanto con la lucha, me gusta mucho más ver al público que se levanta, grita, se apasiona. Es un deporte en el cual la gente va a desahogarse, a decir tontería y media", afirma Martínez, quien también fue promotor y representante de luchadores.
Más académico, el sociólogo francés Roland Barthes opinó que "es el único deporte que ofrece una imagen tan exterior de la tortura. Pero aún en estas circunstancias, lo que está en el campo de juego es sólo la imagen, el espectador no anhela el sufrimiento real del combatiente, se complace en la perfección de la iconografía".