‘El Relámpago’ vs Cerecero; la pelea que encendió Saltillo
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En Saltillo, la afición al box comenzó gracias a una histórica pelea ocurrida en septiembre de 1923, entre Jack Dempsey y el argentino Luis Ángel Firpo. Fue la primera contienda donde un latinoamericano peleó por el título mundial de peso pesado.
LA ÉPICA PELEA ENTRE “EL RELÁMPAGO” Y CERECERO
El periodista Benjamín Cabrera Jr. escribió en el diario La Afición la crónica de la primera disputa de boxeo profesional en Saltillo.
Sobre los contendientes se escribió que Humberto Cid González, “El Relámpago”, había derrotado en anteriores escaramuzas a una docena de adversarios sin renombre. Un periódico local lo calificó como campeón de peso ligero de Coahuila.
“El Relámpago”, con disciplina se sometía a rigurosos entrenamientos en la Sociedad Manuel Acuña.
El rival vivía por el rumbo del barrio Landín, se llamaba Ignacio Cerecero y era todo un boxeador. En sus entrenamiento usaba como sparrings a sus amigos panaderos.
EL ORIGEN DE UNA ENEMISTAD
La rivalidad entre los dos púgiles nació por la ocurrencia de un partidario de Cerecero, quien mandó hacer volantes de la ficticia pelea. Como resultado, aquellos panfletos despertaron tanto el interés como insultos.
Los partidarios de Cerecero tacharon a Humberto de “joto miedoso”, mientras que los de éste decían que Ignacio era un “pelado mugroso”.
De Cerecero se decía que representaba al pueblo mexicano por haber peleado en Estados Unidos, en cambio se señalaba al “Relámpago” que era digno representante de fifíes o catrines de círculo, en palabras de Ignacio, replicó que Humberto no le duraría un asalto.
Amigos de la Sociedad Manuel Acuña, sentenciaron al “Relámpago”: “Ya sabemos que Ignacio Cerecero te supera en experiencia, edad, peso y estatura; pero él es un pelado y tú no”. Tienes que pelear y ganar, además ya eres todo un hombrecito”, Humberto aún no cumplía los 16 años.
UNA DESIGUAL PELEA
La directiva de la Sociedad Manuel Acuña organizó el encuentro para el día 18 de noviembre, sin embargo, por lluvia, la pelea de 12 rounds fue pospuesta para la fría mañana del domingo 25 de noviembre de 1923.
El escenario fue la antigua Plaza de Toros de Guadalupe, cuyos tendidos se vieron abarrotados ese día. Humberto Cid González, peso ligero, subió al ring con 60 kilos. Ignacio Cerecero, peso semicompleto con 72 kilos; como réferi se designó a Samuel Ortega Hernández, quien antes de iniciar la contienda, miró con tristeza al “Relámpago” y movió varias veces la cabeza, como advirtiendo un mal presagio. En aquel tiempo se acostumbraban peleas entre diferentes categorías.
Sin más preámbulo sonó la campana, Ignacio se abalanzó sobre su oponente agachándose, golpeando de abajo hacia arriba conectando y fallando. Humberto, parado con los brazos al frente, con la guardia entreabierta, invitaba a Ignacio a entrar en la pelea. Cerecero supo que permanecer erguido lo exponía demasiado y continuó encorvado sin arriesgar. Con constantes movimientos de cabeza a las fintas, “El Relámpago” se vio en dificultades para conectar golpes.
Para el tercer episodio “El Relámpago” mostraba signos de desesperación por no aterrizar golpes. El réferi le gritó a Cerecero que peleara abierto y no tuvo empacho de amonestar justamente al “Relámpago” por las repetidas maldiciones hacia Cerecero, quien a esas alturas seguía enconchado.
En el cuarto encuentro, Cerecero propinó un cabezazo y “El Relámpago” resultó con una fractura de nariz, que le impedía respirar. Con la cara bañada en sangre, aun así, continuó en la pelea y por todo lo que se jugaba, nadie habría permitido parar el encuentro.
Como pudo “El Relámpago” lanzó golpes a los riñones, Ignacio se dolió al castigo. En uno de los tantos clinches, cargado de ira, Humberto mordió el hombro de Cerecero por no hacer pelea franca.
El público enloquecido vitoreaba a sus respectivos favoritos, en sombra hubo desmayos de varias damas bien, palabras gruesas e hirientes por parte de la plebe. Una verdadera pelea de fieras, de pundonor y bravura. Con el público dividido, no faltaron las apuestas, salieron a relucir amenazas y navajas de algunos eufóricos asistentes.
Después del sexto asalto un ayudante de “El Relámpago”, de un solo tirón logró sacarle cuajarones de sangre de la fragmentada nariz, gracias a ello tomó un profundo respiro de oxígeno, se sintió con ánimos de hacer trizas a su oponente, entre el griterío escuchó “Ya estás otra vez bien, ya puedes sonarle, usa las manos, levántalo y préndelo, hazlo despacio, serénate”.
“El Relámpago” no hizo caso del consejo, su voz interna le dictó cambiar la estrategia, al sonar la campana, salió un poco agachado con la idea de terminar la pelea. Se fue hacia Cerecero, éste al verlo encogido, se detuvo, se enderezó y lo esperó. Ahí estaba Cerecero derechito, esperando la pelea. Después se supo que alguien le había dicho a Cerecero “El Relámpago está acabado, termina con él”.
Cerecero de arriba hacia abajo propinó un bandazo en la frente de “El Relámpago”, éste aprovechó estar cerca, midió el guante que resbaló en el sudor del Cerecero y de inmediato conectó un golpe certero con la izquierda, enseguida ligó un gancho con la derecha sin enderezarse y “El Relámpago” vio cómo Cerecero empezaba a doblar las piernas y sin pensarlo asentó un gancho de puntilla, Cerecero se desvaneció, oyó la cuenta de 10 y ya no pudo levantarse.