SEMANARIO: Anamorfosis: `No le digan a mi mamá'
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A Jesse Harding sólo lo amó su madre. Cuando no estaba vagando por las calles de Charleston, Massachussets, se encontraba en el sótano de su casa recibiendo una paliza de su padre Thomas Pomeroy
De esos golpes el menor no asimiló la idea de buena conducta, sino una forma pervertida de placer y diversión.
Su cuerpo poco agraciado y la falta de pupila e iris en el ojo derecho le provocaban escalofrío hasta a su propio padre. No tenía amigos y era visto como un pequeño retraído y solitario.
Ese aspecto presentaba todavía en 1873 cuando subió al banquillo de los acusados de la Corte en Massachussets. Era la segunda vez que estaba frente a las autoridades penitenciarias.
Tenía 14 años, su padre ya había muerto y la madre, Ruthann Pomeroy continuaba alegando inocencia para su "pequeño". Iba a ser el primer multihomicida menor de edad sentenciado a la horca en los Estados Unidos.
En el juicio, presentes las familias de las víctimas de Pomeroy, las autoridades seguían lamentando haber permitido que la primera ocasión que Jesse fue encarcelado, se le hubiera otorgado la libertad condicional a un año de ser recluido.
Los vecinos recordaron que aquella historia comenzó cuando William Paine, un pequeño de 4 años, fue encontrado con las manitas atadas con una cuerda y suspendidas del techo de una cabaña. Willy logró describir el tormento del que fue objeto a manos de un chico mayor que él, pero se negó a revelar su identidad.
Después sucedieron otros casos, todos de niños torturados salvajemente, concordando en que su verdugo disfrutaba con cada golpe que propinaba, por eso el atacante fue llamado por la policía el "sádico bribón".
Como otras de sus víctimas sí lograron describirlo, la policía llegó un día a la escuela de Jesse, pero no lo encontraron. Extrañamente, por la tarde el mismo Pomeroy se paseó frente a la agencia de policía, una de las víctimas estaba ahí, lo reconoció, avisó a los oficiales y el atacante fue aprehendido.
Entró al reformatorio con la condena de pasar ahí hasta su mayoría de edad, pero a los 13 meses obtuvo su liberación por algo insólito, ¡buena conducta!
De vuelta en casa, pudo haber pasado inadvertido, pero un día desapareció Katie Curran, una niña de 11 años, quien había sido vista en la tienda de ropa de los Pomeroy.
Las autoridades investigaron, pero no hubo pruebas contra Jesse. Meses más tarde, varios asesinatos de menores de edad se sucedieron teniendo como común denominador el que las víctimas habían sido vistas alguna vez paseando con Pomeroy.
La última vez que asesinó, fue a Horace Millar, de 4 años. Esta vez Pomeroy fue citado por la policía, pero con frialdad negó su culpabilidad. Fueron sus zapatos los que lo delataron. Las huellas de estos concordaron con las halladas en la escena del crimen.
Con estas pruebas, la policía lo llevó ante el cadáver mutilado de Horace, donde sin poder resistir la presión admitió entre sollozos: "¡Lo siento, yo lo hice... por favor no le digan a mi mamá..!"
Con esta confesión obtuvieron la de los otros asesinatos, incluso el de la pequeña Katie, encontrada en el sótano de losPomeroy, en estado de putrefacción y con signos de haber sido degollada.
Según la legislación estadounidense de ese entonces, el menor de edad merecía la horca, pero eran tiempos electorales y ninguna autoridad se atrevió a ejecutar al chico, por eso el gobernador Alexander Rice optó por imponerle cadena perpetua.
El adolescente pasó el resto de su vida encerrado entre cuatro paredes, sin ser visto ni visitado por nadie, excepto su madre, quien falleció al décimo año de la reclusión.
En 1929 fue removido a un hospicio de la policía en Charlestown, donde los célebres crímenes del viejo Jesse habían pasado al olvido. Ahí murió dos años después, plagado de enfermedades, solo y sin haber mostrado remordimiento alguno por los crímenes de su infancia.