SEMANARIO: Reportaje: Elvira, más vida que Torreón

Semanario
/ 2 marzo 2016

    Después de 103 años de vida, lo único que le quedó a Doña Elvira Puentes Lozano son los recuerdos y una foto de su padre. Nada más.

    Un día, después de cumplir los 91 años, se hartó y con unas cuantas prendas bajo el brazo, dejó la casa de sus sobrinos porque no quería "darles más molestias".

    Así llegó aquí, a la Casa del Anciano Samuel Silva, donde se entretiene barriendo el patio y regando las plantas desde hace doce años.

    Aquí, con sus menos de 1.40 metros de estatura, se le ve caminar a pasos lentos al menos dos veces al día rumbo a la capilla, con su rosario entre los dedos.

    Ninguna foto tiene, ninguna carta, ninguna reliquia familiar. Nada. Sólo recuerdos. 103 años de recuerdos y para qué contar de sus arrugas y sus ojos azules.

    Remembranzas le sobran a Doña Elvira: como haber visto la primera piedra del Templo de Guadalupe en Torreón, como ser de las primeras que conoció al Señor de los Afligidos en la Iglesia del Perpetuo Socorro, como ver frente a sus ojos el surgimiento de los tres mercados más importantes de la ciudad: el Mercado Alianza, el Mercado Juárez y el Mercado Villa.

    -Doña Elvira, ¿cómo era Torreón cuando usted llegó?

    -Muy feo, más feo que el rancho.

    Elvira nació en el rancho de su padre, Las Alechuzas, en Velardeña, Durango. Cuando se acabó el trabajo en la mina, su padre se mudó a Villa Juárez, Durango, y a los nueve años de edad pisó la ciudad de Torreón. Seis años habían pasado desde que Miguel Cárdenas, gobernador de Coahuila en 1907, enviara la iniciativa al Congreso local de hacer, de la Villa de Torreón, una ciudad.

    -¿Cuánta gente había cuando llegó?- le pregunto a Elvira.

    -No pos la gente se dormía debajo de los árboles. Había bien poquitas viviendas, unas 25.

    -¿Cómo era la gente?

    -Era muy pasiva. Eran como mi mamá, no sabían comer solas.

    Por aquellos tiempos, en 1907, según estimaciones de algunos censos, Torreón tenía poco más de 15 mil habitantes y Elvira Puentes era uno de ellos.

    Vivía en las faldas del cerro, allá en los tiempos en que en Torreón no había drenaje y pavimento. "Sacábamos el agua de las norias", recuerda Elvira.

    Ahora, en esa misma zona están asentadas colonias como San Joaquín, Antigua Aceitera, primero de Mayo y Durangueña, consideradas por la Dirección de Seguridad Pública Municipal como de las más delictivas y con mayor número de pandillas.

    Pero eso Elvira no lo sabe. De hecho, desconoce muchas cosas. Sus oídos por ejemplo, no alcanzan a escuchar los truenos que salen de la Alameda, a más de 10 cuadras de donde vive. Ahí donde celebran los 100 años de la ciudad. Sus oídos ligeramente escucharon el chillido de las ambulancias cuando el desfile del Centenario.

    Probablemente a Elvira no le importa lo que sucede en las calles; ella diría que es más vieja que Torreón. Tal vez allá afuera no conocen a la Elvira de 103 años que ahora está sola. Que nunca tuvo un hijo. Que nunca se enamoró. Que le daban miedo los hombres porque veía cómo maltrataban a sus hermanas. Que un día le llevaron muerto a su hermano Cipriano, después de que lo balacearan en la Revolución. Que a otro hermano lo mataron de un susto los llaneros. Que después de 43 años que murió su padre y 73 de la muerte de su madre, aún los extraña.

    Elvira únicamente tuvo dos vicios: coser y bailar. El primero lo estudio en el Sistema ACME, un centro de estudios de corte, confección y cocina. El segundo lo aprendió de su padre. A sus 103 años continúa tejiendo y bordando. Y no baila desde que tenía 30 años, cuando viendo cómo enterraban a su madre, le prometió no volver a bailar para que no se fuera a sentir.

    En los tiempos mozos de Elvira los bailes eran públicos, en la calle, con sol y polvo.

    - ¿Ni tantito ha bailado?- le pregunto a Elvira referente a su promesa.

    - No, nada.

    - ¿Y antes bailaba mucho?

    - Uy sí, una hermana tocaba la mandolina o si no en la fiestas, en los bailes. Sacábamos nuestros vestidos, bien bonitos.

    - ¿Y qué le pasó a esos vestidos?

    - Un día decidí dárselos a las muchachas de la zona de tolerancia de Gómez. Quería vestirlas bien bonitas.

    - ¿Y por qué a ellas?

    - Porque ellas tienen fiesta todos los días.

    Hoy en día, ese es un renglón que el Ayuntamiento de Torreón ha querido borrar. En meses pasados, buscó por todos los medios que las prostitutas (más de mil 500 según la Dirección Municipal de Salud) que se ubican en la Avenida Morelos -la avenida principal, donde se paran las sexoservidoras y donde décadas atrás era la preferida entre los jóvenes para pasearse- se mudaran a la calle Presidente Carranza, con motivo de las fiestas del Centenario. Nunca se logró.

    Pero Elvira no ha vuelto a platicar con una prostituta desde el día de los vestidos y de las fiestas, de ellas sólo recuerda con lucidez sus cumpleaños, cuando el baile duraba tres días, "esos sí eran festejos", expresa.

    -¿Y su cumpleaños 100 cómo fue?, le cuestiono a Elvira.

    -Pues sólo me dieron un pastel aquí en la casa y me cantaron las mañanitas. Fue todo.

    -¿Significó algo cumplir un siglo de vida?

    -No significó nada, porque mis papás ya no están.

    -¿Pidió algún deseo?

    -Qué gano con desear. Sólo le dije a Dios: Tú sabes cuándo me llevas, pero si me quedo, me vas a dejar hacer lo que yo quiera.

    Y así es, Elvira hace lo que quiere. Como no comer cuando no le gustan los alimentos. Aquí nadie hace alarde de eso. Es más, ni siquiera se engalanaron cuando cumplió su siglo de vida. No hubo bailes públicos ni artistas ni chivos rellenos, sólo recuerdos.

    Mientras tanto, allá afuera, en los festejos del Centenario, de los que Elvira sabe poco, la comida son churros rellenos, elotes, nieve chepo y algodones de azúcar. La penumbra se ilumina con la pirotecnia. Y la música que suena son los hits del momento en la radio.

    Pero aquí en la Casa del Anciano Samuel Silva, Elvira no tiene ni un radio para escuchar esos hits. En cambio, décadas atrás, cuando joven,la familia de Elvira era de las pocas que tenía un televisor. Cuenta que su mamá cobraba a los vecinos 50 centavos por verla.

    -¿Usted conoce a Belinda, Yahir, El Recodo?

    -No, ¿quiénes son esos?

    -Son artistas que han venido a festejar el Centenario de Torreón. ¿Usted a qué artistas recuerda?

    -Uy, yo conocí a Pedro Infante, a Jorge Negrete, a Arturo de Córdova, los tuve así como estoy con usted (menos de un metro de distancia).

    -¿Y cómo eran antes los festejos cuando cumplía años Torreón?

    -En los cumpleaños de la ciudad paseaban a la reina por las calles, los hombres se vestían de charros, con trajes cafés y negros. Bien guapos que se veían. Las mujeres sacaban sus vestidos especiales para la ocasión y había bailes públicos. Esas eran fiestas. Había carreras de caballos, corridas de toros.

    -¿Qué opina de estos festejos del Centenario, de este Torreón de la actualidad?

    -¡Qué elegancia!

    A comparación de las demás ancianas, la elegante es ella. Una viejecita remilgosa y solitaria que por momentos, transpira algunas lágrimas que se esconden entre las arrugas de su cara.

    Recuerda cuando una anciana llegó a la Casa y le dijo: "Yo vengo a descansar". La anciana se la pasaba sentada. A los cinco días murió. Dice Elvira que tal vez por eso ella ha aguantado tanto tiempo: "No me gusta estar de oquis y tener tirada la casa", dice.

    Al finalizar la charla se dirige a su locker, donde guarda jabón, shampoo, un par de toallas y un corta uñas. De ahí mismo saca una Coca-cola que me regala, y de su bolso me da unos chicles Canel's y un chocolate envuelto en papel rojo. Un dulce que asegura, "endulza la vida".

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