La guerra que Dios provocó

Semanario
/ 2 marzo 2016

    `¡Qué pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás!' Lewis Carroll

    Asemejándose a un experimentado controlador de vuelos de cualquier aeropuerto internacional, que en pocas palabras orienta al piloto sobre las condiciones ambientales que se presentan en la pista de aterrizaje, Michael Paine, autor de Las Cruzadas, hace gala de su capacidad de síntesis, y en menos de 150 páginas expone al lector, en forma ágil y desapasionada, su punto de vista sobre lo que fueron las Cruzadas en el Medio Oriente.

    Fue en los siglos XI, XII  y XIII cuando un grupo de barones aristócratas, enarbolando la bandera del cristianismo, encabezados por reyes y príncipes, y arengados por los jerarcas de la Iglesia católica, decidieron  embarcarse en esta aventura: expulsar a los musulmanes de la ciudad santa de Jerusalén (santa también para los árabes). A pesar de que sus residentes convivían en armonía, independientemente de sus convicciones y creencias, sin conocer el fanatismo ni la intolerancia religiosa: judíos, cristianos y seguidores del Islam compartían la ciudad santa en santa paz.

    Las condiciones de vida de la gran familia cristiana radicada en Tierra Santa, en el siglo XI, eran en términos generales mejores que las conocidas por el resto de la cristiandad esparcida por Europa. Solamente había un pequeño detalle sin importancia, pero que ensombrecía el ambiente piadoso que reinaba en la histórica cuna del cristianismo: los árabes exigían un impuesto (el jizyah) a todo aquel que no profesara la religión del profeta Mahoma, tributo que jugaba una doble función: persuadirlos para convertirse al Islam y garantizar a través de ese pago impositivo la seguridad y la libertad de culto. Fueron más de cuatro cruentas cruzadas que los reinos latinos organizaron, cuyos sucesos encuentran un asombroso paralelismo con  la conducta del hombre contemporáneo; tal parece que a éste le gusta repetir la historia sin importar los avances que haya logrado, a través del tiempo,  en la ciencia y la tecnología.

    Un hecho significativo, por lo despreciable y cobarde del mismo, es el terrorismo. Los atentados suicidas de los kamikaze no nacen como una respuesta a la intervención bélica judía o estadounidense reciente en los países musulmanes, sino que su origen es mucho más antiguo. Proceden  desde el tiempo de las Cruzadas, solamente que en aquel entonces, los fanáticos eran miembros de la secta de los hashashins (secta islámica cuyo nombre significa "bebedores de hashish", de donde proviene la moderna palabra "asesinos"), que atacaban a los soldados cruzados en cualquier lugar público. Michael Paine afirma lo que algunos pensadores de izquierda han repetido hasta la saciedad: "Las guerras son una extensión de los sistemas económicos", pero obviamente en forma violenta. En el caso de las Cruzadas, ese argumento cobra asombrosa validez.

    Liberar el Santo Sepulcro de manos ajenas a la Iglesia católica era simplemente el argumento mediático para justificar el derramamiento de sangre y atraer adeptos que ofrecieran su vida para esa aventura. Lo que realmente estaba en juego era la seguridad del continente europeo. La conquista de la península ibérica por parte de los árabes, las constantes incursiones de los moros en los Pirineos, y el control que éstos habían logrado en el Mediterráneo, muy probablemente les permitiría en un futuro inmediato el establecimiento de bases militares en Provenza y en el sur de Italia, desde donde podrían articular y perpetrar sus campañas de ataque a los entonces pequeños reinos  de Francia, Alemania y Gran Bretaña. Al terminar de leer el libro, que brevemente  comentamos, quedan en la mente las palabras de Salomón (el pacificador): "Nada nuevo hay debajo del Sol"

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