La risa
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Tuve un amigo cercano al que no vi jamás: el padre Joaquín Antonio Peñalosa. Sacerdote, atendió un barrio obrero en San Luis Potosí. Doctor en Letras, escribió libros numerosos, tuvo la calidad de miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, y dictó cátedra en la Universidad potosina. Hombre de acción, construyó tres templos, y el Hogar del Niño. Nuestra amistad, de muchos años, fue por correo y por teléfono. Extrañas circunstancias de la vida me privaron de encontrarme con él alguna vez, y así no pude darle el abrazo de corazón que se guarda para los amigos buenos. Entre los muchos libros salidos de su amorosa pluma, el padre Peñalosa dejó uno que se llama "¡Reíd, hermanos!". En la portada muestra a un sonrisueño cura que predica, alegre, con un lorito al lado y un búcaro de flores en el otro. Me envió su libro el padre, y le puso una bondadosísima dedicatoria: "Para Catón, de los claros varones de Saltillo, que ha pasado su vida sembrando risas y esperanzas. Con la devoción del quinto -y no hay quinto malo- de sus lectores". Ahí viene una anécdota que quiero contar hoy. En tiempos de la Conquista algunos encomenderos sostenía la idea de que los indios no eran seres racionales, ni tenían alma. Se les podía esclavizar, por tanto, pues carecían de humanidad. Fray Julián Garcés, primer Obispo de Tlaxcala, envió en defensa de los oprimidos una carta a Paulo Tercero, Papa. Ahí le pedía justicia para los aborígenes. Eran hombres, no bestias. Y defendía su tesis con abundantes y elegantísimos latines. El Papa se enteró del debate; hojeó la extensa misiva del Obispo, y luego preguntó a sus asesores: "Díganme: los indios ¿ríen?". "Sí, Santo Padre -contestaron ellos-. Ríen". "Entonces no cabe duda -sentenció el Pontífice-. Son humanos". Hay una frase del tremendo Nietzsche: "El hombre es el único animal que sufre tanto que ha tenido que inventar la risa". No se habla aquí, naturalmente, de la risa burlona, que es agresiva, amarga, hostil, y se usa para zaherir, o sea para herir. Ésa es la risa del que no sabe reír "con", y ríe "de". Se habla, sí, de la risa que une en la común humanidad fraterna, y alegra e ilumina a los que ríen. "Reír -escribió Paz- sin que la risa suene a vidrios rotos". Digo todo eso para hablar de la tristeza que sentí -con una pizca también de indignación- al saber lo que le sucedió a Ludwika Paleta, una actriz. Se enteró de que estaba lloviendo en Monterrey, copiosamente, y puso en su Twitter: "¿Qué pasa cuando llueve muy fuerte en Monterrey? ¡Se hace una sopa de coditos!". El chiste quizá no era oportuno, y a lo mejor hubo imprudencia al difundirlo en esa hora, pero se ve a las claras que no había mala intención en la artista, quien ignoraba a esa hora la gravedad que asumirían los efectos del huracán. Y sin embargo cayó sobre ella -aunque se disculpó- una catarata no sólo de protestas y reclamos, que podrían estar justificados, sino también de soeces insultos y de injurias. Eso debería avergonzar a aquellos que las profirieron, pues su actitud no es digna de la nobleza que ha mostrado siempre la comunidad regiomontana. Ante una tragedia los argentinos hacen un tango, y nosotros los mexicanos un chiste. Se dijeron cuentos de risa -bálsamo para el dolor- cuando los terremotos del 85, y en ocasión de las explosiones de San Juanico y de Guadalajara. No conozco personalmente a Ludwika Paleta, pero le expreso mi simpatía, y lamento que un chiste, por lo demás inocente y sin maldad, haya hecho perder a algunos la capacidad de comprensión, la caballerosidad y la decencia, y sobre todo ese sano sentido del humor, flor de inteligencia, que confirma la sabiduría del poeta náhuatl citado también por el padre Peñalosa: "En este mundo no podemos ser felices, pero se nos dio la risa para que no estuviéramos llorando siempre"... FIN.