No estoy
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No estoy. Me fui. No estoy para nadie, no estoy para mis recuerdos, sobre todo para mis recuerdos no estoy. No recibo cartas, telegramas ni correos.
Dejé las flores de casa bien humedecidas, la casa limpia. No recibo volantes de comidas a domicilio. No más noticias sobre inundaciones que nos devuelven a nuestro diminuto lugar de humanidad mecida y tragada por las gargantas de agua enfurecida. Me refugio en el pasto verde que pisan mis pies a las cinco de la mañana, en ese extraño canto de las ranas, en la marcha silenciosa de otros que como yo, han viajado a un lugar de retiro.
Digo que no estoy, no quiero, no acepto, no compro, no firmo, no me vuelvo activista de nada. No tolero, no pido, no asumo, no padezco. Digo que voy a ese lugar que es mi cuerpo, sola. Con tranquilidad ingreso. Mirando los hongos crecer entre el suelo fértil y ruborizado.
Respondo poco, callo lo más que me es posible. Me doy descanso a mí de la idea de mí. Estoy. Sólo estoy. Y me vuelvo adentro, a dar cimiento a la voluntad de estar plantada en el mundo, que ya se estaba fracturando ese clavo, ese soporte, esa raíz.
Envuelta en vapor, miro lo nebuloso de mis intenciones, lo latente de la mirada que sabe la lista pendiente de maravillas por documentar. Lo necesario de dar lugar al cuerpo sólo como cuerpo, en su peso y ligamentos; cuerpo de importancia tal como las piedras o las frutas. No más, no menos.
No estoy. Es difícil no estar; uno se hace trampas: Lo indispensable que uno es para el mundo. No es cierto, no pasa nada si no estoy. Nada. Lo único que pasa es mi cuerpo como acento en el sonido del tiempo. A él voy, a darle sustancia, a pensarme, a dar sustento distinto a mi corporalidad.
La infancia no está, las historias de desasosiego no están. En este momento elijo quedarme vestida con huesos y piel como equipaje único para andar el presente continuo, como dice san Agustín. Así que eliminando el resto de factores, parto de cero.
Y el cero empieza en la punta de mis pies y se extiende hacia la mañana que nace. Cero los recuerdos. Cero. Libertad de decir cero, de complacerse en el sonido de esta palabra: Cero, cero, cero. Porque borra, porque anula, porque corrige el rumbo o deja nacer otro. Y no sé con certeza qué es lo que exactamente nace, pero tiene un sonido grato porque sugiere y no dicta, muestra suavemente; no impone, no obliga; no lloriquea ni tuerce. Y en el silencio germinan palabras como medicinas: ciruela, col, trigo, mejorana.
Estoy de viaje, le doy espacio a los cocimientos, a las mantas hirvientes, a las caminatas que dejan ver enjambres de chacamotas y racimos de flores amarillas.
Me basta con estar, con celebrar los alimentos, con sentarme frente a quien hizo esta reflexión posible, pidiendo a cambio sólo ese asentimiento en silencio; esa mirada que sabe lo necesario de ir en soledad al viaje del propio cuerpo. Solitarios todos, en este lugar. Ajustando el cero, reencontrando el centro.
Arriba el cielo sigue hablando su idioma de agua. Suave pero constante cae su mensaje, su mantra líquido, se precipita ese abecedario esbelto y helado.
En esta vuelta hacia adentro, es natural la revelación del cuerpo como casa temporal y anónima, sin contrato; una dádiva porque si, por la generosidad de quien sabe cuánta sustancia o idea o fuerza. Así que duermo entre sus cimientos, apuntalo lo que haya de fracturas, mientras se termina mi contrato de inquilina.
Por eso no estoy. Al rato vuelvo.
claudiadesierto@gmail.com