¡Anciraerobús!
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Extraño privilegio es el de volar. No como las aves, desde luego; no como el Último Hijo de Krypton, tampoco como su amigo el que siempre huele a petate en llamas. Me refiero de manera obvia y llana al acto abordar una aeronave para surcar el firmamento comiendo cacahuates y –cuando el viaje es lo bastante largo– libando bebidas de cortesía en minivasos que a base de tenacidad y constancia también consiguen ponernos pedos.
¡No, señor! Nada como salvar en cosa de horas dos puntos de la geografía terráquea que por vía marítima o carreteras nos tomaría incluso días.
Volar sigue siendo prerrogativa apenas del 30 por ciento de la población mexicana no obstante lo mucho que se ha abaratado en décadas recientes. Cuando yo era niño, volar estaba reservado para la clase más alta, para la élite política y empresarial, para el jet set; era algo que veíamos en el cine y la tv. Uno ya no imaginaba volar sino conocer por lo menos a alguien que hubiese volado para vivir la experiencia a través de su relato.
Con el fin de la Guerra Fría llegó sin embargo la globalización –no sé qué chingados tuvo que ver, pero seguro que algo tuvo– y las aerolíneas debieron replantearse: O se democratizaban y nos permitían viajar a toda la perrada, o sucumbían como onerosos y blancos elefantes.
Se inventaron entonces los vuelos económicos, pero en vez de dejar que la broza conociese el hollywoodesco confort que significaba navegar por los aires, lo que hicieron fue llevar la experiencia del camión pollero a las nubes.
Básicamente hoy padecemos el martirio de Autobuses Frontera pero a 20 mil pies de altura; nomás le falta hacer una parada a medio camino para que se suba un güey a vendernos, chicles, papitas, mazapanes, etcétera. Pero –¡hey!– le juro que no me estoy quejando. Son meras observaciones. Aún considero que –en tanto el aterrizaje esté garantizado y no haya serpientes a bordo– volar es simplemente maravilloso.
Así parezca que nuestro avión peleó en la Segunda Guerra Mundial, volar nos eleva a la categoría de dioses del Olimpo.
Y ni se piense que soy yo un veterano de los vuelos. Subí a un avión por primera vez cuando tenía casi 30 años y eso gracias a una convención que me subvencionó con el boleto y de no ser por los vuelos económicos difícilmente hubiese podido repetir la aventura de volar.
Ojalá que la brecha entre quienes hemos gozado este portento y quienes no se reduzca. Lo digo de corazón, pues todos deberíamos acariciar el cielo al menos una vez en la vida.
¡Claro que sí! ¡Qué vivan los vuelos baratos! ¡Qué vivan las aerolíneas económicas y sus salas de espera tipo central camionera! ¡Qué viva Interjet! ¡Qué viva Volaris y qué viva Aerobús!
Ahora le contaré de alguien que ha viajado en serio; decir un chingo es poco. Hablamos de alguien que en millas de vuelo ha ido a la luna y de regreso unas cuatro veces por lo menos. En efecto, hablamos de uno de los grandes capos del priismo nacional y comarcano, de la parte sin gracia de la dupla moreirista, del Mussolini de a peso y mago de las finanzas de lo paranormal, del exgobernador de Coahuila y siempre plurinominal detentador del fuero legislativo, Rubén Ignacio Moreira Valdez.
Nos enteramos –nunca de su ronco pecho– que durante su gestión como el peor gobernador de la historia de Coahuila, Rubén Ignacio realizó la friolera de 252 viajes a distintos destinos de México y el extranjero.
Los viáticos de estos viajes suman el nada despreciable monto de 31.5 millones de pesos (cómo se ve que el panzón no viaja en latas voladoras como nosotros). Y hasta aquí el lector dirá: Bueno, un político mamarracho viviendo como playboy... ¿qué tiene eso de novedad?
El detalle –¡oh, despistado lector!–, es que todo lo antes descrito fue pagado por la empresa acerera Altos Hornos de México.
Alonso Ancira pagó en realidad viajes a varios distinguidos priistas durante el sexenio de mi tocayo incómodo Enrique “el Hermoso” Peña Nieto. Manlio Fabio Beltrones, Emilo Lozoya, Gabino Cué, Carolina Viggiano y otras fichitas tricolores disfrutaron de la generosidad de Ancira, aunque cabe destacar que ninguno viajó tanto ni costó tanto como Moreira Valdez; Para que se haga una idea, el segundo con más gastos de esta lista fue Lozoya, cuyo monto asciende a 12.5 millones, menos de la mitad que Moreira.
¿Y a razón de qué pagaba el director de AHMSA viáticos a esta caterva de pandilleros de la política? ¡Pues a cambio de impunidad! ¿Qué más? No en balde Ancira se aventó a dueto con Lozoya la otra “big estafa”, la de Agronitrogenados, que le valió al mismo Ancira pasarse la cuarentena en chirona.
El Presidente anunció que denunciaría a Rubén Moreira, pero como todo lo que anuncia López Obrador, es humo (Lozoya se le olvidó y Ancira compró su libertad). Así que lo más probable es que AMLO no haga nada en contra de Moreira Valdez, hoy presidente de la Junta de Coordinación Política (cualquier cosa que eso signifique) de la Cámara de Diputetos, porque le sirve mucho más ahí en el Congreso, bien pescado de los tompiates, trabajando para la 4T. Así que ni se haga ilusiones.
Pero... ¿Sabe qué es lo más, más, más anecdótico y chusco de todo esto?: Que con todas las millas recorridas, con todos los vuelos realizados, con todos los destinos visitados de África, Norte y Sudamérica, Rubén Moreira jamás, jamás, nunca, jamás hizo escala, descanso o parada técnica en suelo estadounidense. ¿Curioso, no? Porque dada la extensión, posición y tráfico aéreo de los EU es casi que imposible evitar este país. Se puede, sí, pero a un altísimo costo, lo que quizás explique por qué la cuenta de Moreira con Ancira es la más gorda.
Para cerrar, un dicho de lo más gastado –resobado diría yo–, pero con corolario: El miedo no anda en burro... Viaja por Ancira-Aerobús.