Arde México por nacionales manos
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La ideología ha sido dejada de lado con absoluta desfachatez en este siglo veintiuno
Familias opuestas entre sí a causa de la diferencia entre concepciones políticas y sociales, o bien, familias que se benefician económicamente al militar en partidos opuestos. Incluso, familias que duermen en la misma cama con distintas “ideologías”. Nada que no se haya visto, nada que el amplio cielo no contemple desde el origen de la polis, acá en este trazo occidental del mundo.
La ideología ha sido dejada de lado con absoluta desfachatez en este siglo veintiuno, dando espacio desenfrenado a la mercadotecnia. ¿Qué es eso de ideología si ya tenemos al marketing político? Así, se pasó de la ideología, a la venta de todo lo posible. Y amparados en estrategias de venta, todo se puede posicionar. Estos esfuerzos los vimos bien en la propaganda nazi, por citar un ejemplo fuera de nuestro país, que me permita no tomar un sesgo, en estos tiempos en los que todos los partidos políticos en México, se acusan unos a otros, mientras hacen alianzas que permiten alargar, en varios casos, sus procesos de muerte ya observables.
En 1932 el Partido Nazi, puso en marcha una maquinaria propagandística que con habilidad, dispersaba mentiras sobre sus opositores (léase judíos); esto acompañado de imágenes que permitieran a la población reconocerse en sus aspiraciones de progreso y vida digna. Los trabajadores, esa clase explotada en todos los continentes, fueron el centro que articuló la campaña. Esto lo vemos en nuestro país: la clase trabajadora, la que más aporta, es la más utilizada en el sentido utilitario, y una vez que se ha logrado el objetivo, es expulsada. Sí, pasa de ser alguien que puede razonar al emitir un voto, a ser alguien que no puede hacerse cargo de una toma de decisiones clara, por lo que las acciones tomadas en su nombre, lo benefician -eso dicen-. Ya son más de 70 años en los que la clase trabajadora ha sido y sigue siendo, ese botín al que se le pronuncian discursos y se le articulan programas como favores.
El marketing político, tan de moda, tiende a impulsar una “reputación” de una candidata o candidato. Le construyen una imagen de lo que no es, con consejos que le permitan tener una mejor percepción. Así, tenemos pronunciamientos, colores y discursos, que no representan a la persona que busca ser elegida, sino a toda una retahíla de tretas para lograr llegar al puesto anhelado. Además, los ciudadanos ya no son ciudadanos, constituyen un “mercado electoral”, el partido ya no tiene un postulado ideológico, es “una marca política”. Y si esto no fuera suficiente, le “construyen” una “comunidad” y le activan redes sociales. Esto ha funcionado, y ha funcionado a tal punto, que palidece lo que las personas votantes digan, lo vital es que no se “caiga” la imagen digital, la percepción pagada por un ejército de bots.
Ideología, desde el punto de vista filosófico, significa estudio del origen de las ideas; y tiene sus raíces etimológicas en el griego idéa (apariencia o forma), logos (palabra o estudio) y el sufijo ía (cualidad).
Y si la cualidad es una característica que se considera positiva, ¿cuáles son las cualidades del marketing político? Me atrevo a decir que ninguna desde el punto filosófico. No hay veritas, es decir, no hay veracidad ni honestidad alguna. El marketing provee de andamios sobre los que caminan y se elevan quienes aspiran a gobernar. Y así llegan, con negociaciones entre facciones que se antojarían disímbolas.
Estamos frente a una carnicería bien diseñada, e inocentemente nos enfrentamos como personas, unas a otras, ignorando o no deseando ver, este escenario tan pulcramente armado entre todas las facciones políticas, que harán lo necesario para no caer en la desgracia de no acceder a más recursos públicos.
La política como vocablo, dicho sea de paso, suena ya vetusta, pues esto ya no es una ciencia ocupada en los asuntos que afectan a una sociedad, es un balance de mercados.