Borges, Chiang y la palabra
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Jorge Luis Borges inicia su cuento “El libro de arena” diciendo: “La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes...”. Después nos habla de un libro que un extraño lleva a la puerta de su casa (o de la casa del Borges personaje). En el lomo aparece el título de “Holy Writ”. El hombre, que intenta vender el curioso ejemplar, explica que en realidad se llama “El libro de Arena” porque “ni el libro ni la arena tienen principio ni fin”. Cuando el narrador de la historia intenta buscar la primera página no la encuentra. Tampoco puede mirar la última. Este relato es hermano de otro cuento emblemático, “La biblioteca de Babel”. El comienzo es igual de incontable: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio cercados por barandas bajísimas”.
Recordé estas obras maestras de Borges por la novela breve “La historia de tu vida” de Ted Chiang, afamado escritor de ciencia ficción. El libro inspiró la trama de la película “La llegada” (Arrival, 2016), protagonizada por Amy Adams y Jeremy Renner. Después de leerlo hay muchas cosas qué decir, pero intentaré conducirme, primeramente, hacia el universo borgiano. “La historia de tu vida” está narrada por la doctora Louise Banks. Resulta que al planeta Tierra llegaron unos extraterrestres a los que llamaron heptápodos. Los gobiernos reúnen, entre los científicos, a lingüistas y expertos en física para descifrar el mensaje que envían los alienígenas. La doctora Banks es lingüista y se enfrenta al reto de aprender una lengua sin referentes conocidos. Primero intenta con la fonética. Fracasa porque el cuerpo humano no puede emitir esa clase de sonidos. El oído tampoco registra con claridad las frecuencias. Prueba con la escritura y acierta.
Los heptápodos en vez de letras utilizan “semagramas”, signos que tienen equivalencia a las palabras de las lenguas humanas. Pero al combinarlos “podían formar un número infinito de frases”. La percepción del tiempo, para los extraterrestres, no era lineal y tampoco su lenguaje. Este principio desafía a una de las características que Ferdinand de Saussure, padre de la lingüística, condiciona como elemento universal del signo lingüístico: la linealidad. Una palabra articulada tiene un principio y un fin en el tiempo y lo referido representa un momento temporal, según el tipo de verbo. En el caso del heptápodo, los semagramas rompen esa frontera. Así que la doctora Banks, al aprender su lengua, empieza a percibir el tiempo distinto. Por eso puede saber los acontecimientos que aún no han sucedido. No se trata de ver el futuro, es entender la vida con una mirada panorámica hacia adelante o hacia atrás. Cuando habla en segunda persona del presente, se dirige a su hija a manera de recuerdo sobre lo que sucederá o dirá en el futuro.
Para explicarlo, Chiang expone un recurso científico, el Principio de Fermat, y un recurso literario, un falso libro de Borges. En la novela aparece como “El libro del tiempo”. No me sonó a bibliografía borgiana, así que lo consulté y no existe. Por la descripción del relato, quizá se refiera a “El libro de Arena”, aunque algo modificado (el juego que también hace Borges en “Ficciones”). Me atrevo a pensar que “El libro del tiempo” es la versión de bolsillo de “El libro de Arena” (Chiang explica que el texto ha sido reducido respecto a la edición grande). En estas obras se obtiene conocimiento “del futuro real”, no del posible. Por eso Banks no puede “cambiar” las cosas. Chiang es un gran admirador de Borges. Es evidente que lo ha inspirado y que al igual que él tiene una inquietud profunda por el lenguaje y el infinito. En varios cuentos insiste en el tema de la lingüística, ese otro gran laberinto. Es como la metáfora de su relato “La torre de Babilonia”: El misterio de las palabras es tan imposible y fascinante como la torre que los antiguos construyeron para tocar el cielo y ver a Dios.