Café Montaigne 223
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Días largos y lerdos se viven. Ya no es novedad. Es una constante. Dramática y trágica constante. Todo se deteriora a pasos de gigante. Aunque se trata de volver poco a poco a una “normalidad”, esto ya no es posible. No va a ser posible en mucho tiempo. Yo le calculo como de ocho a diez años. Ya para entonces, muchos de los que ahora estamos caminando sobre la tierra, seremos cadáveres. No es fatalidad, es destino y línea de vida. Sólo eso. No es tremendismo, es sencillamente la ley de la vida. Inexorable vida.
Lo he contado aquí un par de veces, tal vez más, pero es necesario hacerlo de nuevo para que todo quede claro y no se olvide: una de las aristas económicas o industrias que se destruyeron con la llegada de la maldita pandemia, fue casi la extinción de la industria editorial no sólo mexicana, sino internacional. Han sobrevivido los grandes emporios editoriales que no siempre tienen u ofrecen los mejores libros y autores para la formación profesional o de esparcimiento de los lectores. Los pocos lectores que quedan en el mundo, lectores de libros reales, no digitales los cuales no pocas veces ni pagan derechos de autor y si la piratería igual, hace estragos.
Los buenos libros ya no están en las librerías de piedra y cemento. Hay un motivo: ya casi no hay librerías. Ya quebraron. Deambulando en Monterrey y precisamente mientras recibía un paquete que me llegó de la Ciudad de México con la prensa de España, fui a hacer tiempo tanto a un bazar cercano, a la tienda de embalaje, como a la mítica “Librería Monterrey” en Avenida Madero. La avenida que arde de noche y de día. Los dueños de esta calle son prostitutas y padrotes, borrachos y homosexuales. Todo está en constante ebullición y siempre en su sitio: el infierno mismo.
Llegué a saludar a Mr. Pulido, dueño de la librería desde hace lustros y uno de los pocos libreros que aún existen a la antigua: usted le pregunta por un libro y él, de memoria y en segundos como era siempre antes, le sabe decir si está, no está, está agotado o bien, dónde lo puede adquirir. Todo con aquellas tres referencias obligadas en una ficha bibliográfica: título, autor y editorial. Fui a saludarle y comprar uno o dos títulos los cuales en anterior visita había visto y no había podido adquirir. Allí estaban esperándome.
Pero la mejor y más grata sorpresa fue la siguiente: usted lo sabe, el “Día Nacional del Libro” se celebra en México el día 12 de noviembre, ayer. Fue institucionalizado y se escogió esta fecha por ser el natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz. Si me memoria no me falla, hace poco más de 40 años inició esto. Y las editoriales y los libreros de todo el país para conmemorar la extensión del pensamiento que es un libro, empezaron a editar un libro especial el cual se regala dicho volumen en todo el país a los clientes frecuentes de dichos establecimientos hoy casi extinguidos: librerías de madera, ladrillo y hormigón.
Esquina-bajan
Pues bien, Mr. Pulido me aderezó y me sorprendió con el regalo del libro de obsequio de este año, “La Grulla del Refrán”, una antología de 160 páginas de la obra del poeta mexicano sobre el cual está construida nuestra modernidad, el jerezano Ramón López Velarde: una maravilla. Pero también, Mr. Pulido conservaba un ejemplar de Alí Chumacero, “Pasa el desconocido” antología de textos del maestro que a la vez, fue el regalo de 2017. Ambos volúmenes los agradezco de corazón, palabra y pensamiento.
Insisto, deben ser ya más de 40 libros que se han regalado en este lapso de tiempo, hoy una colección la cual vale oro. Para mi desgracia y con tanto cambio de residencia (he vivido en Monterrey en dos ocasiones, en dos tramos de tiempo completo; Ciudad de México y un breve tiempo en Guadalajara) he perdido la mayor parte de esta colección la cual recuerdo a vuela pluma, tiene entre sus autores a la misma Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos Pellicer, Martín Luis Guzmán, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco... es decir, puros ases de la literatura mexicana y de proyección internacional.
Tener estos dos libros me causó una felicidad la cual hacía meses no sentía. Y es que usted lo sabe, en este año se cumplieron 100 años del Aniversario luctuoso del jerezano Ramón López Velarde. Aunque debo de tener su obra completa e incluso, varias antologías, no está de más un bello y práctico volumen de bolsillo con los textos de un poeta tan santo como hereje, cristiano e islamista, provinciano y europeo, mexicanista con su alto grado de intimismo retorcido, escribe: “Sonámbula y picante, / mi voz es la gemela / de la canela. / Canela ultramontana / e islamista...”.
Línea después en sus versos dice “es santa mi persona...”, para luego y en siguiente párrafo, pasar del ascetismo al arrabal: “En mis andanzas callejeras / del jeroglífico nocturno, / cuando cada muchacha entorna sus maderas, / me deja atribulado / su enigma de no ser / ni carne ni pescado...”. Pues sí, eso es el poeta, amén de muchas otras cosas: ni carne ni pescado. Profético, a su suave patria que es la mía y suya, lector, le escribió los siguientes versos: “El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros del petróleo el diablo”.
La selección de los textos fue de Marco Antonio Campos y el prólogo es de Alfonso García Morales, de la Universidad de Sevilla. En próxima entrega le presentaré un asedio, un comentario sobre Ramón López Velarde. ¿Puedo aportar algo a tantas y buenas páginas que se han escrito sobre uno de los mejores poetas mexicanos e iberoamericanos de la historia? Lo intentaré.
Letras minúsculas
Eterno, Ramón López Velarde más vivo que nunca.