Café Montaigne 229
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TEMAS
Este mundo, usted lo sabe si me ha leído con cierta frecuencia en estas páginas de VANGUARDIA, no es mi mundo. Abomino de él. No es el mundo con el cual he crecido toda mi vida. ¿Debo de adaptarme a este? No lo creo y no lo voy hacer. ¿Quiero quedarme eternamente primitivo? Tal vez y sólo tal vez nunca, jamás he sido un tipo moderno. Sigo pensando, fiel a mis necedades, que visitar una librería de madera, hormigón, cemento, ladrillo y piso de duela, es mejor para mis sentidos que pedir un libro por internet.
Para mí, los libros son casi seres humanos. No escoge uno, sino ellos; te guiñan sus páginas y su portada para que voltees a verlos y así, hacer el feliz descubrimiento y adquirir dicho ejemplar que sí, teníamos años buscando y él nos encontró a nosotros. Los libros tienen olor por su constitución de pieles y papel. Casi son humanos. Por eso los libros de los primeros conquistadores y frailes llegados de ultramar, olían a vainilla, especias, clavo, canela, hierbas frescas o secas. En fin, prefiero ir a viejas librerías con su tufo antiguo, que esperar arrellanado en mi sillón que llegue un único ejemplar pedido por internet.
Acaba de pasar (según yo, y para fortuna de todos) la temporada de fiestas de diciembre, navidades y celebrar el año nuevo. Una cosa intrascendente, en honor a la verdad. Al menos para mí. Esos días sólo hago una oración más grande de lo habitual y me entrego a escuchar buena música, leer mi pequeño breviario de rezos y acostarme temprano.
¿Disfrutar? Pues lo hago todo el año. Mientras se pudo, con la maldita pandemia esto se vino abajo. Y ya casi es imposible salir sin arriesgar la vida. En fin, es eso llamado “nueva realidad”. Antes de navidades y cuando deambulaba como siempre en Monterrey, en el Mercado Juárez, siempre con mi bozal bien puesto y guantes en mis enjutas manos, fui a dos puestos de libros y revistas usadas que se rehúsan a morir. Se rehúsan a ser engullidos por la modernidad. Aún es posible conseguir revistas de la legendaria “Playboy” y claro, “El Libro Vaquero”. Sin faltar revistas ya desaparecidas en el mercado editorial mexicano, el ya inexistente mercado editorial.
Oteando libros y revistas di con un libro inconseguible hoy: “Recuento de Poemas 1950-19193” para una editorial según yo, ya muerta, Joaquín Mortiz. Y claro que, usted lo sabe, la autoría es del inconmensurable Jaime Sabines. Poeta de los más queridos en México y en Latinoamérica. De los más queridos y más leídos. No podía dejar dicho libro a la intemperie y me lo compré. Aunque debo de tener los libros sueltos de este esteta en sus primeras ediciones la gran mayoría. Años, lustros que no lo leía. Hoy mis intereses son otros, pero ha sido un buen descubrimiento volver a repasar su poesía. Volver a repasar su poesía de lija, rasposa, atormentada, donde hay una sola bifurcación posible: la vida o la muerte. La divisa de su poesía es una sola: vida o muerte.
Esquina-bajan
Con Jaime Sabines siempre deambula uno entre lo aparentemente fácil de su verso blanco y rima asonante, con el enfrentarse y siempre con sus versos rugosos y duros. Octavio Paz, el gran Paz dijo de él en su momento: “Uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible”. Otro grande, Alí Chumacero, agregaría: “Arcilla siempre, desilusión en ocasiones, rechazo de lo puramente estético, enemistad con lo retórico, gusto por lo informal, vehemencia de los sentidos, alegría del polvo enamorado, todo eso consolida el destino de los que viajamos en el Arca de Noé...”.
Y sucede con Jaime Sabines como sucede con los grandes literatos en su obra toda, se puede leer desde varias aristas o vertientes. Podemos leer a Sabines en clave de amargura o amorosa (es lo mismo), en clave gastronómica; incluso y ahora con la tontería de eso de “equidad de género” (lo que eso signifique), si usted lee sus poemas, encontrará poemas, versos duros y atormentados, pero al final de cuentas, poesía. Pero hoy... políticamente incorrecta. Aquí se lo contaré en próximos textos con motivo de ese estúpido “revisionismo” en clave de “género”.
Punto uno: ahí como no queriendo la cosa, fui subrayando los versos donde habla de comida, gastronomía, vinos, frutos... por lo general, sólo frutos podridos y amargos al paladar. Sí, un poeta, un buen poeta puede convertir en oro la bisutería, es también cierto y correcto que cualquier fruto dulce y sano, puede terminar impregnado de gusanos y moscas, amargo y avinagrado, merced a ese don divino: el del lenguaje, las palabras.
Lea usted lo siguiente: “Uno es el agua de la sed que tiene,/ el silencio que calla nuestra lengua,/ el pan, la sal, y la amorosa urgencia/ de aire movido en cada célula”. Bellos y potentes versos que nos describen en clave de gastronomía. Ahora lea esto: “Cortemos la fruta del árbol negro,/ bebamos el agua del río negro,/ respiremos el aire negro”. Pues sí, la peste en pleno. Ahora estos versos en los cuales el poeta: “Se está enfermo de miedo como de paludismo./ Alguien se refugia en las pequeñas cosas,/ los libros, el café, las amistades...”. Café y cigarro fueron amigos inseparables del poeta chiapaneco Jaime Sabines.
Letras minúsculas
¿Quién o qué es un poeta? Aquel pudriéndose “como un costal de frutas y gusanos”. Poesía de vida o muerte. Regresaré con tres textos más en diversas claves.