Café Montaigne 232
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He terminado la saga de textos de “7 Pecados Capitales” y me siento muy agradecido con usted por su lectura y respuesta. Gracias de corazón, palabra y pensamiento, por sus apostillas, letras y comentarios con este escritor. Muchas, muchas grafías, ideas y párrafos enteros de notas se me han quedado en el tintero. Prometo sistematizarlas y vaciarlas en este generoso espacio de VANGUARDIA. Como ya lo prometí antes.
Lectores se comunicaron con su servidor y comentaron lo siguiente: fue muy poco espacio, exiguo realmente, lo que dediqué a un pecado capital: la gula. Y ahora más, si a este lo mutamos o lo aparejamos con el terrible alcoholismo (una droga, realmente a estas alturas de la vida con la pandemia que llevamos), el cual hace estragos en la vida de nosotros, los atribulados humanos. En honor a la verdad, sí me quedé demasiado corto al abordar semejante enfermedad: glotonería y alcohol, ¡tremenda combinación!
De varios y atentos lectores con los cuales estuve intercambiando palabras e ideas por lo del proyecto de “7 Pecados Capitales”, uno de ellos, el maestro, el melómano, el hidalgo saltillense, don Javier Salinas, doblado de risa me espetó en confianza (espero no cometer una infidencia al respecto): “Maestro Cedillo, yo como usted tal vez el pecado el cual de vez en cuando cometo es ir a la taberna a beber algo espirituoso y a pensar. Un abrazo”.
El maestro y empresario quien conoce parte del mundo, Javier Salinas, tiene razón: a la taberna se va a beber y a pensar. Divagar, reflexionar. Se va a escuchar música que tal vez jamás uno escucharía. Se va y se encuentra uno con buenos contertulios. Se va a contemplar señoritas de buen ver, acicaladas para la ocasión... en fin, a la taberna se va a vivir. Pero, lamentablemente, pronto uno cae en las garras del fiero alcoholismo y usted lo sabe: por alcohol (y drogas fuertes. Es decir, pasamos de ser una sociedad de trasiego de droga hacia la frontera, a consumidores. Vea usted las estadísticas de espanto de jóvenes adictos) están muriendo nuestros jóvenes.
¿El alcohol, la taberna por vecina es mala, es condenable? Absolutamente no. Pero pocos humanos (hombres y mujeres por igual) saben y pueden controlarlo. De hecho, el alcohol, como es alucinógeno, nos abre puertas ocultas. Las puertas de la percepción, de las cuales nos habla Aldous Huxley (de aquí que Jim Morrison y Peter Manzarek tomaron su nombre de batalla para el grupo el cual es eterno, al leer a Huxley: “The Doors”) en un esclarecedor ensayo.
Avanzamos: la taberna no es mala. De hecho, es o forma parte del mejor aprendizaje de la vida de cualquier humano. Tan es así que el gran, el inmenso J.W. Goethe en su obra universal, “Fausto”, cuando el científico y doctor vende su alma a Mefistófeles a cambio de todo, de cualquier pedido o capricho, el primer punto a donde van o primer episodio es... una taberna. “El bodegón de Auerbach en Leipzig”. Donde el diablo hace aparecer todo tipo de buenos y espumosos vinos en animada tertulia.
Esquina-bajan
Y usted también lo sabe, a su paso terreno, el maestro Jesucristo, cuando realiza su primer milagro de manera pública, su presentación en sociedad digamos, es un milagro gastronómico: convierte el agua, la simple agua... en el mejor de los vinos.
Fue en una boda (Juan 2.1-11). Es decir, la metáfora propuesta es obvia: Jesús convierte el agua de unas tinajas (agua bautismal, pura y espiritual) en un vino agradable (vitalidad embriagadora) que posibilita la charla dilatada, el convite en sociedad, el ágape, el brindis, el chocar los tarros fraternalmente, sin tener nada de culpa este placer epicúreo.
Ahora bien, note usted que el maestro de Nazaret trazó con su vida un arco de destino tan manifiesto, que pasa desapercibido para todo mundo que va al Templo o a la Iglesia a recitar un rito sin meditar (ecolalia): transformó el agua en vino y compartió el fiestón de las bodas de Canaán (cena, baile y tragos), y cuando fue al matadero en el Monte Calavera, un día anterior, invitó a sus discípulos a cenar y beber. La bebida como centro del universo de la tertulia, charla, placer compartido, risa, camaradería...
En la taberna a cual llegan el doctor Fausto y Mefistófeles, a un personaje acodado ya en la barra, Frosch, se le escucha disertar: “¿No quiere nadie beber? ¿Nadie quiere reír? Ya os enseñaré yo a poner mal gesto. Vaya, que hoy estáis como paja mojada, vosotros que de ordinario ardéis siempre con llama viva”. Sin vino, somos paja mojada. No hay ideas, ni vida.
Pero bueno y caray, de nuevo se acaba el espacio y aún me quedan hartas notas en el tintero, va resumen: la gula, la obesidad es un grave, gravísimo problema de salud en México. Tan grave y triste como todos, vaya. Según la última Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, más de la mitad de la población mayor de 18 años ha sido discriminada por su apariencia (su peso corporal). En México 75 por ciento de los adultos sufren sobrepeso o de plano, obesidad. La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) dice a la letra: 76.8 por ciento de las mujeres mayores de 20 años, son obesas.
Letras minúsculas
“Este es el vino que se llama octli (pulque) que es raíz y principio de todo mal y de toda perdición”. Bernardino de Sahagún.