Café Montaigne 279
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Lo importante lo sigo afirmando, lo estamos dejando de lado. Es una desgracia pues. La inmediatez (no pocas veces, lo facilón, lo trivial, lo huero) le está ganado la partida a lo serio, profundo e importante. En todos los órdenes de la vida cotidiana. Vaya y caray, ¡hasta en un tema tan espinoso como el mundo irreal, el mundo sobrenatural, las casas encantadas, los fantasmas vagabundos y errantes; gente muerta la cual no descansa!
No, no estoy escribiéndolo de manera irónica ni con doble filo. Para nada. Es la verdad. Internet ha venido a pudrir todo y de tal manera, que hasta las fantasmas errantes pasan desapercibidos. No para mí. Y antes de entrar al tema, le digo de uno de mis estribillos de siempre: la realidad le copia a la ficción, casi siempre. Para quien esto escribe, primero y cosa eterna, primero son las letras y la imaginación, luego vendrá el mundo real. Con toda su crudeza y embate brutal.
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Para Charles Baudelaire, uno de los poetas malditos por antonomasia, en uno de sus poemas podridos y fieros, al hablar de una mujer, dice que esta es una “bruja de ojos tentadores”, pero “los muertos revivirían/ si tu los acariciases.” Pero, hay muertos que nunca mueren. Hay muertos que habitan en las sombras. Siempre en las sombras y en la oscuridad reinante. Es el siguiente caso.
Me planto y digo: parte de que su servidor sea escritor, se debe a varios y azarosos motivos. Uno de ellos alguna vez lo platiqué aquí, pero hace ya un buen tiempo, fue porque mi hermanita cuando éramos infantes ambos (yo un poco menor a ella), ella se enfermó de un mal aire que agarró. Amén de ir al doctor y recetarle medicina necesaria, por meses creo recordar, la acompañé a terapias de relajación muscular con agua fría y caliente en su rostro en un consultorio del cual ya no tengo la menor idea dónde estaba.
Mientras a ella le daban terapia por espacio de media hora a 45 minutos, yo esperaba en la sala del consultorio. En una de sus mesas siempre había una colección de una revista hoy injustamente denostada y olvidada, “Selecciones Reader’s Digest.”¿Cuántas historias leí en sus páginas? No lo sé. Las suficientes para que de niño empezara mi amor por las letras. Le puedo citar hoy en día a los autores que allí leí (de manera condensada la mayor parte de de las veces, voy de acuerdo, pero cuando eran relatos de cierta extensión, eran los textos íntegros y completos), pero recuerdo un cuento en lo particular, su tema y su autor: “La mujer que gritaba” del gran Ray Bradbury. Otras ocasiones se traduce como “La mujer que grita.”
El texto se quedó en mi memoria. Es de un horror tan terreno como sobrenatural, un horror y desesperación de un mago de la palabra el cual nos envuelve con su historia. Nunca, jamás he conseguido la edición de un libro de sus relatos en el cual venga dicho relato áspero y rabioso, donde hay de protagonista una niña lo cual lo hace más espeluznante. La historia jamás ha abandonado mi cerebro. Y claro, me encantaría releerlo hoy.
Hace poco fui a un cibercafé para buscarlo en la maraña de la red. No lo encontré. Bueno sí, pero encontré dos o tres pésimas traducciones. Luego y en otra página, se me cobraba por leerlo. Lo dejé de lado y leí las dos o tres malas traducciones disponibles. Insisto de nuevo, no sé en que colección de sus libros esté incluido para comprarlo. Pero, en la red, me encontré con una maravilla de un corto de dicho relato, protagonizada por una infanta en aquellos años, pero hoy muy conocida, Drew Barrymore. Vea el corto cinematográfico, no tiene desperdicio, pero...
Esquina-bajan
No se ajusta a la veracidad del cuento. Es decir, el corto de cine es otro con respecto a las palabras, trama y final del texto del maestro Ray Bradbury. Y aquí viene lo bueno, el pasado 24 de septiembre de 2023, los diarios de la localidad dieron la siguiente nota: una voz de mujer pidiendo ayuda supuestamente atrapada en una alcantarilla por el rumbo del Hospital Materno Infantil, le contestó a una oficial del Agrupamiento Violeta que le preguntó:
“¿Cómo te llamas?”, a lo cual la voz de ultratumba bajo al menos seis metros de profundidad le contestó... “Juanita.”
Luego de ello y de varias veces que la mujer se identificó como “Juanita”, llegaron los rescatistas de Bomberos (3:30 de la noche, la hora del diablo), bajó un oficial y... no encontró a nadie. Y con altas y bajas, este es precisamente el cuento de Ray Bradbury: la mujer que gritaba. El texto se desarrolla en un medio rural gringo. Una mujer grita auxilio en un lote baldío (o en un bosque, como en el corto de cine). Una niña al ir de compras, escucha claramente su voz pidiendo ayuda. Nadie le cree. Ella dice haberla escuchado y que dicha mujer está sepultada bajo tierra, pero viva.
El cuento avanza. Un día en que el padre va a acostar a su hija y cobijarla y apagarle la luz, la niña empieza a tararear una cancioncilla. El padre se queda helado en la puerta escuchando los versos. Esa canción sólo la conocían él... y su novia muerta. Sí, la mujer que gritaba en el patio o en el bosque. Final: cuenta la voz de la niña con un dejo de terror en la lengua... “La última vez que vi a papa, estaba cavando con una pala en el lugar donde le dije, cantaba esa mujer esa canción.”
Letras minúsculas
El Agrupamiento Violeta preguntó una y otra vez y la mujer de la alcantarilla respondió: “Juanita.” La mujer que gritaba de Bradbury. Tal cual.
Encuesta Vanguardia
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