Crisis atípica y resultados económicos
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Si se revisa el consumo de los hogares en cada país, según datos del Banco Mundial, de los años sesenta del siglo XX a la actualidad, a nivel mundial dicho consumo tiene una tendencia negativa, en el mejor de los casos con tendencia horizontal (como Alemania y Venezuela), lo cual indica que los costos de producción en sueldos y salarios se ha reducido en el tiempo y, por tanto, de igual manera el consumo general de bienes y servicios; lo anterior es una de las causas del pobre crecimiento económico promedio en 2.5% a nivel global, a partir de la década de los noventa del siglo pasado.
Esta tendencia de reducido crecimiento del PIB global se agudizó en la segundad década del presente siglo en las regiones del mundo, aún en los casos de China e India cuyo crecimiento se redujo de 4 a 6%.
La pandemia agravó esta tendencia de magro crecimiento económico, pero ahora con efectos que no se veían en muchas décadas, como la paralización de las cadenas productivas y distributivas en el mundo y del turismo como actividad preponderante en muchos países; además, la consecuente inflación ante la periódica recuperación económica, pero sin dinamismo económico óptimo, lo que incrementó el empleo informal y la pobreza en países emergentes.
Por efectos de la cuarta ola de contagios del COVID-19, en nuestro país y el mundo las variables macroeconómicas se muestran contradictorias y hasta confusas. Delta y Ómicron del virus otra vez contuvieron la recuperación de las cadenas de valor económico.
La inflación global no cede a los niveles pre-pandemia de 3% promedio (en México fue 7.36% en 2021), sobre todo en precios de energéticos, componentes y alimentos. Así, los bancos centrales aplican la estrategia recurrente de inducir a la reducción de créditos de capital y de consumo, con elevación de tasas de interés para contener la presión sobre los precios.
El problema son dichas variables encontradas, porque el incremento de tasas inhibe la inversión directa y el empleo formal. Por otra parte, este atractivo financiero fortalece al dólar estadounidense y deprecia las demás monedas, incluido el peso mexicano, encareciendo las importaciones provenientes del gigante norteamericano, impactando negativamente costos de producción y ganancias en empresas, de igual manera a los precios finales. Todo un enredo económico.
El gobierno federal actual sostiene que para impulsar el crecimiento es suficiente recaudación eficaz –sin condonaciones fiscales- y redistribución del gasto público –austeridad republicana- en transferencias sociales e infraestructura productiva, además incremento al salario mínimo (más de 70% real en tres años), aun con elevación de tasas de interés.
Resultados económicos en la 4T: a noviembre del año pasado la inversión extranjera directa creció 5.7% respecto al mismo mes del 2020; empleos formales recuperados a niveles de 2019, pero con menos nivel salarial, incrementando la precarización laboral (56% empleo informal, 2.4% más que en 2019); desempleo en 4% a nivel nacional (5.3% en 2020); recuperación palatina del consumo, 6.8% más en octubre respecto al mismo mes de 2020 (recuperación sostenida en 11 meses); balanza comercial en superávit y déficit en plazos cortos, es decir relación comercial dinámica con Estados Unidos-; fuga de capitales (1.89 billones de pesos en 2020 y 1.63 bdp en 2021), compensada con remesas (49,206 millones de dólares en 2020 y 50,484 mdd en 2021); tipo de cambio en alrededor de 20.20 pesos por dólar; aun así, rendimiento de 20.89% en la bolsa de valores el año pasado; entre otras variables (INEGI, SHCP, Banxico, CNBV y ANTAD).
En tiempos de crisis atípica, y ante un previsible crecimiento económico de 5.4% en 2021 y proyectado de 3% en este año, para impulsar la apremiante recuperación se percibe la necesidad de aplicar estímulos fiscales a actividades productivas y déficit fiscal estratégico, para financiar, con tasas preferenciales, a micro, pequeñas y medianas empresas. Veremos.