De la cintura para abajo
Los angelitos son muy buenos porque no tienen nada de la cintura para abajo. Así los representaban los pintores en los cuadros piadosos: una cabecita con rizos dorados, y abajo un pechito y una espaldita que apenas daba sitio para poner las alas. Definía el antiguo catecismo: los ángeles son espíritus puros. “Es un ángel”, se dice de quien es muy bueno. Ninguna gracia tiene ser muy bueno si se es espíritu puro. Malo cuando interviene la materia; entonces sí eso de ser un ángel se vuelve cosa muy difícil.
De la cintura para arriba todos somos buenos. Si la Santa Madre Iglesia quitara de los mandamientos el sexto y el noveno, más gente se iría al Cielo. A lo mejor los pusieron para evitar las aglomeraciones en el Paraíso; que no se vuelva un centro comercial en sábado en la tarde, o una playa de veraneo en julio. Los mandamientos que hablan de la carne son muy rigurosos. Si le ves las piernas a una muchacha ya pecaste con ella en tu corazón. Y no hay arreglo posible.
Un señor iba a casar a su hija. Su esposa le dijo que los compadres iban a comulgar en la misa de la boda; se iba a ver muy mal si él no lo hacía. Lo llevó con un sacerdote comprensivo a fin de que lo confesara y lo pusiera así en disposición de recibir la eucaristía.
-¿Cuándo fue la última vez que te confesaste?
-Ya no me acuerdo, padre. Veinte, treinta años; por ahí.
-Voy a ayudarte para que no batalles. Te iré diciendo los mandamientos de la ley de Dios, y tú me dirás si los has cumplido o te has apartado de ellos. Vamos a comenzar. ¿Has amado a Dios sobre todas las cosas?
-Creo que sí, padre. Quizá con excepción de una novia que tuve, y ahora de mis hijos y mis nietos.
-El Señor entenderá eso, hijo −replicó el sacerdote−. ¿Has tomado el nombre de Dios en vano?
-No sé cómo se hace eso. Digamos entonces que nunca lo he tomado.
-Bien. ¿Has santificado las
fiestas?
-Las he gozado, algunas. Claro, antes más que ahora.
-¿Honraste a tu padre y a tu madre?
-Sí. Y Diosito me lo premió haciendo que mis hijos nos honraran a su madre y a mí.
-¿Has matado?
-No. Pero ganas no me han faltado, tratándose de algunos.
-¿Has robado?
-Todos hemos robado algo alguna vez, aunque sea el tiempo de los demás cuando llegamos tarde a un compromiso.
-Tienes mucha razón. ¿Has mentido o calumniado?
-Ahí sí, padre: he levantado falsos testimonios. Pero al final siempre han salido ciertos.
-Entonces no eran falsos; de modo que en eso también estás libre de pecado. Ahora dime: ¿has deseado la mujer de tu prójimo?
-Nada más las de los prójimos que las escogieron buenas, padre. Con los otros he sido muy cristiano. Sí he deseado a la mujer de mi prójimo. Pero a la mía ya no la deseo. Supongo que con eso empato.
Lo dicho: los problemas con la moralidad no vienen del corazón o la cabeza, sino de la cintura para abajo. Y otros problemas también de ahí provienen. A un cierto señor de edad madura le preguntaban cómo andaba de salud. Respondía él:
-De la cintura para arriba estoy muy mal: me duelen los riñones, tengo arritmia, padezco de jaquecas. Sin embargo, de la cintura para abajo estoy como un bebé.
-¿Muy bien?
-No. Todas las noches mojo
la cama.
Cosas como ésa no nos sucederían si fuéramos espíritus puros. Pero no: estamos hechos también de carne y sangre. Necesitamos, entonces, comprensión, y una muy buena dosis de misericordia.