¿Debemos estar contentos con los datos de crecimiento actuales?
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Se publicó esta misma semana el dato oficial de crecimiento del producto interno bruto (PIB) de México en el primer trimestre de este 2022, y fue de 1.8 por ciento. Para un sector de la población fueron excelentes noticias, los políticos del partido en el poder están sumamente contentos con el resultado. El propio Presidente de la República ha estado hablando al respecto con mucho orgullo, argumentando que la mejora económica se debe a su plan de austeridad y a la reducción de la corrupción.
Desde una perspectiva económica, el resultado tiene dos caras que no pueden negarse; la positiva, la que el Presidente y sus seguidores quieren ver, y la negativa, que los analistas y críticos gubernamentales han planteado, sosteniendo que 1.8 por ciento no es suficiente para nada, más allá de intentar recuperar lo que se perdió en la pandemia. Habrá que revisarlos someramente para poder entender más las razones de esta divergencia.
Un crecimiento de 1.8 por ciento del PIB, en este momento no es nada malo, tomando en cuenta que las condiciones mundiales son totalmente adversas. Persiste la alta inflación tanto aquí como en el resto del mundo y, sobre todo, los alimentos subiendo de precio de manera pronunciada no dan tregua al presupuesto familiar. El precio del acero, base de varias industrias como la de la construcción y automotriz, teniendo aumentos de precio por arriba del 40 por ciento en lo que va del año, tampoco proporciona una visión muy positiva. Aunado a lo anterior, existen problemas en las cadenas de suministro de la industria del plástico, automotriz, autopartes, por mencionar sólo unos cuantos. Esto es, aunque se quiera producir para abastecer a un mercado necesitado de bienes, simplemente no hay con qué materiales hacerlos. Por ello, el dinero tiene poco valor cuando simplemente no hay qué comprar. Así que un crecimiento, de cualquier magnitud, es bastante bueno.
Además de lo mencionado, las tasas de interés de la banca comercial ya llegaron a un 68 por ciento promedio en las tarjetas de crédito, el instrumento más socorrido para pedir prestado por los mexicanos. Sin embargo, no hay muchas opciones más baratas; los créditos de nómina rondan el 35 por ciento, los créditos automotrices fuera de la banca comercial ya llegaron a un 18 por ciento como mínimo. El dinero está muy caro, compra poco y cuesta mucho ganarlo. Como referencia, a pesar de que hay una marcada recuperación laboral, un poco más del 30 por ciento de los nuevos trabajos son de dos salarios mínimos o menos. Por ello, no hay recuperación en el consumo agregado. Insisto, esto no puede ser atribuido al gobierno federal ni a ningún otro. Es parte del proceso natural económico y por lo que se dice, otra vez, no es malo crecer aunque sea poco.
Ahora bien, desde la perspectiva negativa, ese 1.8 por ciento de crecimiento es muy bajo, no alcanza recuperar la caída del 8.3 por ciento del pib en 2020, pues el año pasado sólo crecimos un 5 por ciento. Con esta tendencia se podría cerrar el año con un 2 por ciento aproximadamente, dejando todavía un rezago en el crecimiento de 1.3 por ciento. Tampoco da para pensar que hay una recuperación de la tendencia que traíamos como país hasta antes del inicio de este gobierno, que era de 2.4 por ciento de crecimiento del pib. No porque crezcamos tan poquito, quiere decir que estamos bien. Económicamente hablando, ya nos acostumbramos a los bajos crecimientos que ha tenido México, no sólo en este sexenio, sino desde hace más de 40 años. Hemos llegado ya al límite de pensar más de alguno de nosotros que “mientras sea crecimiento, aunque sea poco es bueno”. Sin embargo, esto es incorrecto, porque no crecer a los niveles que se debe, es generar pobreza, decrecimiento de la calidad de vida, pérdida de competitividad para las empresas y hasta baja productividad para una mala alimentación de la mano de obra.
Si además de crecer poco, se añade que hay alta inflación, y que se percibe sobre el ambiente una sensación de estanflación, término del que se está hablando mucho no sólo en México sino en Estados Unidos, entonces no hay nada que celebrar. La estanflación hace referencia a la combinación de alta inflación con bajo crecimiento económico, pero en México, todavía no tenemos ese fenómeno a pesar de que muchos detractores presidenciales quisieran anunciarlo. Lo que sí se tiene es una economía que se mueve lentamente por falta de inversión, que tampoco acaba de recuperarse.
También se tiene un fenómeno extraño en la macroeconomía, mercados laborales en franco crecimiento, pero sólo en ciertos estados del país de manera muy localizada. En el sureste, por ejemplo, hay desempleo crónico como en Guerrero, Chiapas o Michoacán, que genera migración hacia los estados colindantes con Estados Unidos donde hay una doble alternativa de salir adelante: cruzar ilegalmente la frontera, si es posible, o quedarse en alguna de las ciudades fronterizas y conseguir un empleo, que será mejor pagado que en otras regiones. Sin embargo, esto no podrá ser sostenible en el largo plazo porque ocasionará un desbordamiento de la capacidad de atención de los servicios públicos y los consecuentes problemas futuros que genera la migración no atendida.
Haciendo una evaluación, el resultado del crecimiento es bueno bajo las condiciones actuales, pero no es suficiente para evitar que se sigan generando pobres, ya hay 8 millones más. No es suficiente para crear mejores empleos, que paguen más y nos haga recuperar el consumo en el país para acelerar a su vez un poco más el crecimiento. La infraestructura pública es deficiente y su deterioro sigue, porque no hay gasto público a ningún nivel. No hay dinero para el sector salud ni para seguridad pública, los dos grandes talones de Aquiles de México en este momento. Bien porque crecimos, pero mal porque no alcanza para nada, ni para recuperar lo perdido en la pandemia, pero poco siempre será mejor que nada, como pasaba en trimestres anteriores.